ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El brindis de Albendea

SI Juan Manuel Albendea fuera un hortera al uso, habría ido a alguna tienda de cerámica de las cuarenta mil que han abierto en el degradado barrio de Santa Cruz y habría encargado que le pintaran y hornearan un azulejo para la puerta de su casa: «Aquí vive un monárquico». Pero como el diputado del PP por Sevilla es hombre culto y elegante, así como inglés, y maneja los símbolos igual de bien que los avíos de torear como aficionado práctico, lo que tiene en la puerta de su piso en la Casa de las Águilas es una edición lujosita de la Constitución, abierta en un atril por su Título II: «De la Corona». Tiene aquel atril algo de libro de reglas de la hermandad abierto para la solemne protestación de fe en la función principal de instituto. Entras en casa de Juan Manuel y Mariquilla Solís Muñoz-Seca, ves aquel libro abierto en rito reverencial, y te dan ganas de ponerte doblemente genuflexo, como a portagayola, extender la mano sobre su apergaminado papel y proclamar: «Sí, juro».
Juro, pues, que Albendea es monárquico por el plan antiguo, el de Estoril y Villa Giralda, de «Saltillo», Círculo Balmes y Consejo Privado. A los monárquicos les pasa como lo que cantaba Juanita Reina: «De las de peina y volantes, qué pocas vamos quedando». Porque Albendea no es, como se estila, juancarlista. Fue juancarlista cuando había que serlo: en plena dictadura, cuando Don Juan Carlos era todavía Juanito, un muchacho triste al que Don Juan había mandado a Madrid para que lo criara y educara su peor enemigo, Franco, con tal de salvar la Corona. Cuando Juanito, el entonces Príncipe de Asturias, iba a examinarse de Bachillerato como alumno libre al Instituto San Isidro de Madrid, había una breve tropa de chavales de su misma edad que acudían a jalearlo. Entre aquellos jóvenes partidarios estaba Albendea. El mismo monárquico que cuando los que se proclaman juancarlistas largan por lo bajini de la Institución ante los escándalos del Duque de Palma...toria total, levantó la voz en el isabelino hemiciclo de las Cortes para proclamar lo que muchos sentimos: «El Reinado de Don Juan Carlos ha sido el más fructífero de nuestra Historia, y gracias a estar ejerciendo ejemplarmente el papel moderador y arbitral que le atribuye la Constitución podemos hoy celebrar con absoluta normalidad la apertura de la X Legislatura».
Hasta ahora, qué horror, que diría Soledad Becerril, cada vez que empezaba una legislatura de las Cortes pregonaban los años de Albendea, pues preside siempre la mesa de edad. Debe de ser un fastidio pasar por el diputado de más edad, por el Abuelo Cebolleta del Congreso, y que toda España se entere que tienes 74 tacos. Menos esta vez. Ahora, más que de sus 74 tacos, España se ha enterado de lo monárquico, y a mucha honra, que es Albendea, el que cava los tomates en el Congreso frente al rojerío republicano cuando en nombre del PP defiende, presupuesto a presupuesto, los cortitos fondos públicos para la Casa de Su Majestad. Por Albendea sabemos que el Rey nos sale a cada español a 19 céntimos al año, cuando ni se conoce lo que nos costaría un presidente de la República derrochón modelo ZP y talla XL.
Si esto fuera una crónica taurina de las que Albendea tan bien plumea como Gonzalo Argote, de esa media plaza de toros que es el hemiciclo diría yo ahora que quien estuvo cumbre en la inauguración de la temporada, en el Domingo de Resurrección a lo político, fue el presidente del festejo. En la lidia de un rojo en puntas reseñado como «Llamazares» y en el brindis de España a su Rey. Tan torero fue el arranque que Albendea le dio a esta legislatura, que es como si hubiese cogido la montera y los avíos y le hubiera dicho al Rey en su discurso: «Señor, va por Vuestra Majestad».

 

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