En el escudo de Santander está Sevilla. Pero, vamos, que Sevilla está en el escudo de Santander mucho más que pueda estarlo en Los Bermejales, que es como Pozuelo de Alarcón o Aravaca pero sin hablar con las eses. Bajo las cabezas de los mártires patronos San Emeterio y San Celedonio está el río de Sevilla con las velas blancas de la galera del almirante Bonifaz, y la Torre del Oro con las cadenas que rompieron gloriosamente los marineros montañeses el 3 de mayo de 1248, en el avance previo a la conquista fernandina de la ciudad.
-- O sea, que con tanto río y tanto barco al pie de la Torre del Oro, el escudo de Santander parece más bien el logotipo del restaurante Río Grande o de Abades Triana.
Sí, pero en antiguo. Está muy bien que Sevilla figure en el escudo de la capital de esa Montaña de toda la vida, a la que le pusieron el mote espantoso de Cantabria. La gesta del almirante Ramón de Bonifaz y Camargo, así como la fundación en Sevilla de la Marina de Castilla por gente de su Montaña, bien merecen el recuerdo heráldico. Pero como ya todo se actualiza como los programas de ordenador o las aplicaciones de los esmarfones, con permiso de mi amigo Rogelio Gómez Trifón yo pondría al día el escudo de Santander y, si es por Sevilla, pondría en él los verdaderos símbolos de la conquista de la ciudad por los montañeses de nuestro tiempo.
Los montañeses conquistaron Sevilla dos veces. Primero en el siglo XIII, con el almirante Bonifaz. Y luego la volvieron a conquistar en el siglo XX, con la emigración montañesa a Sevilla. Si en el XIII la conquistaron con valor y arrojo, en el XX la ganaron con trabajo y constancia. ¿Cuántos cientos de montañeses se vinieron a Sevilla antes de la guerra para trabajar en las tabernas y en las tiendas de comestibles, como internos, durmiendo bajo el mostrador y sin salir ni los domingos? Aquellos esforzados montañeses tenían más mérito que los de Bonifaz. Lo de Bonifaz fue llegar y pegar, romper las cadenas y poner en fuga a los moros caguetas. Cosa de un día. Pero los montañeses de babi de crudillo y cuarto y mitad de garbanzos tuvieron el esfuerzo de cada día durante años y años, las largas jornadas detrás del mostrador, aguantar a las marías, dar larga al moyatoso que pedía fiado. Montañeses trabajadores y ahorradores que pasaron de aprendices a dependientes, y como dependientes ahorraron un dinerito para establecerse por su cuenta y abrir su propio ultramarinos o su taberna.
Han conmemorado los 40 años del Patio de San Eloy, el floreciente establecimiento de la calle que se llama así porque allí estaba el hospital del santo, Patrono del Gremio de Plateros, cuya imagen se venera en la parroquia de Santa Cruz. Desde 1972, unos emprendedores que han vendido no cien mil montaditos, sino diez millones de montaditos, tienen abierto el Patio de San Eloy, cuyas estribaciones e hijuelas llegan a toda Sevilla. El Patio es Montaña pura. Lo abrieron los hijos de Julián Gómez Pando, un montañés de Barago, una aldea de Potes, que en 1949 abrió allí en San Eloy su tienda de comestibles. Aquí, mucho hablar de los millonarios americanos que empezaron vendiendo periódicos, pero muy poco de los montañeses de Sevilla que empezaron vendiendo los garbanzos del puchero y se pasaron la vida entera trabajando y ahorrando, ¿verdad, Rogelio? Los Gómez Pando son de esta gloriosa estirpe montañesa de los que ahora llaman emprendedores. Por eso digo que en el escudo de Santander, más que la Torre del Oro y la barca de Bonifaz, tenían que poner el mostrador de la tienda de comestibles de un montañés de Sevilla y la bota de manzanilla de la taberna de un pasiego que se vino nada más que con el babi, las alpargatas y las ganas de trabajar.