ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El hombre que bautizaba estrellas


Aunque retirado en Marbella desde hacía muchos años, esclavo en los últimos de una botella de oxígeno, era pontífice máximo en la producción cinematográfica y discográfica, y todo el artisteo le tenía un enorme respeto y veneración. Conocí a Luis Sanz cuando ya había muerto Rafael de León y me lo recordó muchísimo. Me pareció como su reencarnación sin títulos de Castilla ni obra poética. Tenía su majestuosidad. ¡Lo que sabía de canción andaluza este hombre! Conocía y se acordaba perfectamente no sólo del estribillo, sino de la segunda letra de coplas ignoradas de olvidadas artistas de tercera división. Había vivido a fondo, desde dentro, todo ese mundo de Teatro Calderón, Discos Columbia, Circuitos Carcellé, Sala Windsor o Hispavox; de la soledad de Juan Solano ya sin José Antonio Ochaíta ni Xandro Valerio, o de Rafael de León ya sin Antonio Quintero ni Manuel López Quiroga. Había visto llegar a Madrid a una niña de Chipiona que se llamaba Rocío Mohedano y que vivía en una pensión con su madre y con su hermano, y que cantaba divinamente en El Duende de Gitanillo de Triana.

     Digo que Luis Sanz me recordaba a Rafael de León porque estos hombres de los amores oscuros fueron fundamentales para la codificación, grandeza, puesta en escena y estética de la canción andaluza. Aunque no escribía monumentos nacionales en forma de letras, Luis Sanz, como Rafael de León, fue fundamental en el descubrimiento y puesta en órbita de muchas estrellas de la canción. Al modo de Rafael de León, les elegía las canciones, les decía cómo se tenían que mover en el escenario, cuándo y dónde dar la pataíta a la bata de cola, cómo peinarse y cómo vestirse, cómo echar el alma por la boca al decir aquellas preciosidades de amores, celos y olvidos. Con una de sus estrellas conocí a Luis Sanz. Luis Sanz fue el que descubrió que Pili Sánchez era Pastora Soler y me pidió un texto para la carpeta de su primer disco. Como a tantas, le puso su auténtico nombre y la lanzó a la galaxia del arte. Era el hombre que bautizaba a las estrellas. Tras haber descubierto con su telescopio de la intuición a una niña que cantaba en los concursos de televisión y que se llamaba Marieta de las Heras, le puso por delante el mapa de Andalucía y dijo que al azar, como en las reolinas de los juegos de los tebeos, le diera vueltas y más vueltas con el dedo índice y se parara un lugar. Señaló Marieta con su dedo el pueblo granadino de Dúrcal. Y así nació Rocío Dúrcal al estrellerío del artisterío, bautizada por Luis Sanz. Como bautizó como Pastora Soler a aquella niña Pili Sánchez que cantaba coplas de ensueño en La Parrala del Rastrillo de Nuevo Futuro. Como Luis se lo sabía todo, le eligió a Pastora Soler canciones de las que nadie se acordaba, como “Manolita la Primera”, llena de la gracia de los años del hambre, de cuando aunque tenía siete colchones La Sebastiana no podía dormir.

     Y luego, su cercanía a las grandes. Su trabajo para la Lola Flores de la madurez y la genialidad. Su película para la Pantoja, “Yo soy esa”. La maravilla de “Las cosas del querer”. O su dedicación a su otra Rocío, a la Jurado. Si la Jurado nos dejó sus fundamentales antologìas de canciones andaluzas, fue gracias a Luis Sanz. El le produjo esos discos, como el memorable de canciones de Juan Solano que presentó en el Alcázar de Sevilla cuando se inauguraba Canal Sur TV. Cómo sería Luis Sanz de estrellero mágico, que hasta le dijo a Rocío para ese disco cómo se tenía que peinar, cómo tenía que retratarse con un clavel rojo sangrando en la boca y cómo tenía que ponerse sobre la frente el rizo del caracolillo, en sede vacante desde la muerte de Estrellita Castro. Andalucía ha perdido a todo un señor de la copla. Luis Sanz tenía sobrado señorío jurisdiccional en esos líricos territorios de la belleza.

 

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