ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Con los cinco sentidos

Ver esta luz nueva, tan antigua, ¿pero cómo puede ser antigua una luz nueva, y cómo la luz antigua, puede ser tan nueva? Lo que de verdad estrena hoy Sevilla es la luz. La ilumina esta luz de estreno. La luz del primer nazareno, que es un fogonazo de la nostalgia. El primer nazareno siempre es el mismo. Por los nazarenos no pasa el tiempo. Cambian las modas, evoluciona la ciudad, derriban sus edificios, alzan otros nuevos. Pero el nazareno no cambia. Los nazarenos siguen todos siendo de Hohenleiter, de García Ramos. Una hebilla menos, quizá, y una nostalgia más. Un año más. Un año menos. Un primer nazareno más que hemos visto. Un primer nazareno menos que ya nunca más habremos de volver a ver. En Sevilla no se cumplen años. Se cumplen Semanas Santas. Se cumplen Domingos de Ramos. Por eso los niños son tan niños el Domingo de Ramos, con sus ropitas nuevas o en los carritos en que sus madres los llevan por los rompeolas y mares de leva de las bullas. Los blancos nazarenos de La Borriquita no llevan cirios. Llevan las velas de cumpleaños de todos con el Domingo de Ramos. Y el viento, a la tarde, cuando La Estrella venga ya por el puente, soplará esas velas. Cumplesiglos feliz te cantan las cornetas. Candelitas que verás alejarse en el monumento al signo de interrogación que es un candelabro de cola. ¿Qué te preguntan las interrogaciones de plata de los candelabros de cola? Que todo pasa y nada queda. O al revés, da lo mismo: que todo queda y nada pasa, como ya va pasando el tiempo en este Domingo de clepsidra, de reloj de arena, de palmas nuevas que ves en los balcones, con las cintas de seda de los colores de la hermandad.
Oír a Sevilla, que te habla con la voz de bronce de las campanas que la despiertan. Con la voz de metal de las cornetas. ¿Y esa ran,cataplán de los tambores, que es como el latido del corazón de Sevilla? ¿No lo oyes? Métete a médico y ponle el fonendo al corazón de Sevilla, que oirás sus latidos con el ran,cataplán de los tambores de la noche. Óyelos desde una azotea del centro. Verás cómo retumban en el cielo de la tarde, en la luna de la noche, sin que sepas por dónde suenan. Oye el martillo de los llamadores, que Sevilla se levanta, una vez más, a pulso, tras sus tres mil millones de tres caídas. Al cielo con ella misma, con Sevilla. No oyes el cimbronazo del paso que cae sobre los costales en la madera de las trabajaderas. Oyes a Sevilla misma, siempre caída, siempre levantándose, a la voz o a los tres golpes del martillo.
Oler los naranjos en flor. Oler las garrapiñadas. Oler avellanas de cartuchito en la carrera oficial. Oler el incienso. Oler el esparto de los cinturones. Oler la bola del mundo que va construyendo el niño que pide cera al nazareno, y que lleva en la mano más soberano y poderoso que San Fernando la esfera del orbe en la suya. Oler el perfume de las muchachas que estrenan amor y primavera.
Gustar la miel de las torrijas, otra forma de morder los labios de un ángel. Gustar el viejo sabor de los regimientos de soldaditos de pavía, de los calentitos que desde esta noche están esperando a la Madrugada como quien aguarda el alba. Saborear a Sevilla, esa flor carnívora que siempre te come a ti, pero que hoy tú la devoras a ella.
Y tocar. Tocar el dorado de un respiradero. Tocar el terciopelo del antifaz, tan frutal, tan carnoso, de ese nazareno que te toca al lado en el parón de la cofradía. Tocar el techo de un palio desde un balcón y santiaguarse. Tocar la gloria con las manos en cada instante.
Ver, oír, oler, gustar y tocar. ¡A vivir Sevilla con los cinco sentidos en estos días del gozo!

 

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