La antigua
calle de los Marmolejos, llamada así porque tenía allí sus
casas este linaje, entonces todavía no de ilustres plateros,
en la moda romántica de quitar rótulos históricos y
dedicarlas a personajes dignos de recordación, fue nombrada
en 1862 en honor del historiador y humanista sevillano
Gonzalo Argote de Molina (1548-1598). Argote de Molina fue
Caballero Veinticuatro de Sevilla (al cambio actual,
concejal) alférez provincial de la Santa Hermandad y señor
de la Torre de Gil de Olid. Combatió contra los moriscos en
la rebelión de las Alpujarras. Poseyó una gran colección de
antigüedades. Editó una compilación de documentos
medievales, reunidos en "El conde Lucanor", cuyo epílogo,
"Discurso sobre la poesía castellana", contiene textos muy
valiosos. Escribió también un tratado de heráldica, "Nobleza
de Andalucía". En su valiosísima biblioteca había algunos
códices medievales de los que no se conserva más noticia que
la que él brindó, entre ellos un manuscrito perdido del
"Libro de Buen Amor" de Juan Ruiz y otro del Poema de Fernán
González. Fue uno de los primeros medievalistas españoles.
Trató y frecuentó a figuras del humanismo como Juan de Mal
Lara y a poetas como Fernando de Herrera, Gutierre de Cetina
o Juan de la Cueva.
Bueno, pues a pesar de todos estos méritos, de Argote de
Molina no se acuerda en Sevilla más que el diputado del PP
Juan Manuel Albendea, quien firma como "Gonzalo Argote" sus
crónicas y escritos taurinos, que reunió recientemente en su
libro "Desde la Maestranza". A la calle Argote de Molina
nadie le dice así. La calle Argote de Molina es, por
excelencia, La Cuesta del Bacalao. Para los sevillanos, el
bacalao es mucho más importante que el humanista del XVI. -
-- ¡Ya lo creo!
El Bacalao de la Cuesta ya no existe. Es un recuerdo de esta
Sevilla aferrada a su pasado, que sigue nombrando como
Puerta de la Carne, Puerta del Arenal o Puerta Osario a los
lugares que ocupaban las que derribaron hace siglo y medio
largo; que le sigue diciendo La Botella al sitio donde había
una gigantesca, de anuncio, cuando la Exposición, pero no la
del 1992, sino la de 1929; que siguió llamando La Campana al
lugar donde estaba la que antaño llamaba a los bomberos en
caso de fuego... El Bacalao era uno grande, de muestra,
hecho en madera, que tenía en su tienda de montañés de la
esquina de Argote de Molina con Placentines el soriano señor
Sanz. Quitaron el bacalao de la esquina a la que subía la
cuesta, pero permaneció el nombre, en la ciudad que tanto
culto rinde al pez teleósteo que hasta a los estandartes de
las hermandades les dice bacalaos.
La muy cofradiera Cuesta del Bacalao, la que prueba la
fuerza costalera de las traseras de los barcos, merecería
ahora otro nombre. Ahora, en verdad es la Cuesta de la
Paella. En esta Sevilla donde no cabe un tonto más lanzando
ideas geniales ni un velador más en sus aceras, las terrazas
de la Cuesta del Bacalao son el paraíso de las paellas para
uso de turistas. Esas paellas como de plástico, horrorosas,
que se toman los tíos a las 7 de la tarde con toda la calor,
no sé cómo no revientan. Pases a la hora que pases por la
Cuesta del Bacalao, en los veladores hay siete mil turistas
tomándose una paella prefabricada que da asco. Ah, y su
jarra de sangría. ¿Quién les habrá dicho a los turistas que
lo típico de Sevilla es beber sangría y comer paella? Ay, el
día que los turistas de la Cuesta de la Paella descubran los
pavías de bacalao, las tortillitas de bacalao, los garbanzos
con bacalao y el bacalati con tomati...
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