ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un corazón bético

  Vengo de enterrar a un amigo. En el tanatorio de Alcalá han incinerado a un amigo, bético y de Los Gitanos. Su nombre se escribía Pedro Manuel Arcos López en la esquela mortuoria de ayer en ABC, pero se pronunciaba Manolo Arcos. Era del mundo del automóvil. Del que tuvo la suerte o la intuición de retirarse a tiempo, en los años en que aún se vendían coches. Era director de Tysa Ford. Un gran director de empresa, uno de esos empresarios sevillanos modelo Instituto San Telmo que protagonizaron el estirón económico de la ciudad antes, durante y después de la Expo. En Tysa de la Carretera Carmona o junto a Puerto Perico, Manolo Arcos le vendió un Ford a media Sevilla. Fue quien ideó inundar con la publicidad de la Ford el mundo del fútbol sevillano, empezando por el patrocinio de los programas en Radio Sevilla de un periodista de Alcalá que empezaba y que escribía en ABC: José Antonio Sánchez Araujo. Arcos fue el que ideó acompañar al Maestro Araujo en todos los desplazamientos de los equipos sevillanos con aquel lema que era casi como una alineación del centro del campo: "Catrasa, Tysa y Ferrimóvil".
Manolo Arcos era de las estribaciones del barrio de la Feria. Había nacido entre La Amargura y Montensión, calle Jerónimo Hernández. Barrio puro. Habla sevillanísima. Gracia tela. Sin alardes de gracioso. Y hermano de Los Gitanos. De los de cuadro y medalla de los 25 años, camino de los 50. De los que en los tiempos duros llegaba el Capitán Piquero a Tysa en nombre de la hermandad y Manolo le aflojaba el dinero de las flores del paso del Señor de la Salud sin que se enterara nadie.
Y de bético, ni te cuento. Yo que sabía del sentimiento bético de la vida, con Manolo Arcos he comprobado que también hay un sentimiento bético de la muerte. Manolo ha muerto muy cerca del campo de nuestro Glorioso, en el Sagrado Corazón, en el desgraciado postperatorio de una delicada intervención realizada con el máximo cariño por las mejores manos. Y antes de bajar al quirófano, entre sus ultimas preocupaciones, a su hijo:
-- Oye, que si yo no puedo ir, no dejes de ir a renovarme el carné.
Del Betis naturalmente. Y una vez que todo fue irreparable y Manolo había muerto, la aplicación por la familia de su generosidad: la donación de sus órganos. Era la segunda vez que Manolo donaba un órgano. El primero que donó fue el órgano para el nuevo santuario de su hermandad en la calle Verónica, que lo pagó de su bolsillo. Ahora donaba cuanto tras su muerte pudiera dar vida a otros. Una donación múltiple de órganos realizada con sincronización y delicadeza modélicas. Y Paqui, su mujer, recordando su gracia e interpretando su sentimiento bético, en las horas de la generosa decisión tras el dolor, va y le dice a los médicos del Plan de Trasplantes:
-- A ver si el corazón puede ser para un bético... Porque, vamos, se entera Manolo que su corazón se lo han trasplantado a un palangana y es que le da algo...
El donado corazón bético de Manolo Arcos vive ahora al menos en cuatro vidas rescatadas para la Salud de su Cristo. Como murió cerca del campo, camino de la iglesia de Los Gitanos donde le dijimos adiós ante su Cristo, el coche fúnebre que lo llevaba le dio la vuelta al Villamarín. Sentimiento bético de la muerte. Y sentimiento bético de la perpetuación de la vida. La vuelta al ruedo del Villamarín del ejemplo de un bético, que deberíamos imitar y que pongo aquí como elogio y propaganda de la donación de órganos. Aunque haya por ahí un palangana que cuando vaya a su Pizjuán en el próximo Derby, como lleva el corazón de Manolo, resulta que sale el tío gritando:
--- ¡Beeeetis, Beeeetis!


 

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