La
tradición es hermosísima, aunque el barco desde el que se
perpetúa es horroroso. Piensen en un grabado antiguo del
río, o en un daguerrotipo de los inicios de la fotografía de
los que rescató Miguel Ángel Yáñez Polo en su valiosísima
fototeca. Piensen en esos bergantines amarrados a un noray
de la zapata de la calle Betis que ningún imbécil quería aún
alicatar. Piensen en esas goletas que traían los bocoyes de
manzanilla desde Sanlúcar. Hasta tenían nombre de taberna o
de manzanilla pasada: La Goleta. Piensen en esos barcos de
ensueño, con sus blancas velas como toldos de la siesta en
un secreto patio de pilistras, mecedoras, pericones y
suspiros de solteronas. Bueno, pues el barco de la cucaña de
la Velá es todo lo contrario. Horroroso. Lo más feo que se
despacha en barco. Amarillo, además, con la mala suerte que
da el amarillo. Y con carteles de propaganda del armador,
Lipasam. Yo creo que es el barco que tiene Lipasam para
limpiar la porquería que tiran al río los guarrísimos
sevillanos, que ensuciamos por tierra, mar y aire. Y digo yo
que con los barcos tan bonitos que hay en el Náutico, podían
pedir prestado alguno hermosote y marinero para la cucaña de
la Velá, en vez de hacerla desde lo que parece un tractor
anfibio o una cosechadora de guarrerías del río. O poner la
cucaña en la nao "Victoria", ¡qué grabado de época!
En ese barco tan feo, cada tarde, la fiel tradición de la
cucaña. Una maravilla. Lloramos por las tradiciones que
perdemos, pero no nos alegramos por las que conservamos.
Aleluya, que ningún moderno progre vino en su momento
diciendo que la cucaña era facha y rancia, porque, si no,
prontito íbamos a seguir teniendo todas las tardes de Velá
esta fiesta tan de Creta, tan de la cultura mediterránea,
tan de la Grecia clásica. Es un prodigio que la cucaña se
haya conservado. Como en una muñeca rusa, yo pienso ahora en
la cucaña haciendo la cucaña. Las que tienen siempre que
avanzar en Sevilla por un palo untado con sebo resbaladizo
son las tradiciones no cofradieras. Lo que los ingleses
conservan con orgullo nosotros lo solemos quitar de la
circulación por antiguo y caduco. Ya digo que me extraña que
no haya habido en estos años sociatas municipales ningún
concejal progre que se haya querido apuntar el tanto de la
erradicación de la cucaña como algo propio de los años del
hambre y de la miseria, cuando los chavales tenían capacidad
de inventar juegos sin necesidad de la pantalla de la
consola, la pantalla del teléfono móvil, la pantalla del
ordenador y la pantalla de la televisión.
Los chavales que pugnan por asir la bandera de la cucaña
parecen como antiguos. A mí siempre me recuerdan algún
pasaje de Luis Cernuda, rememorando los desnudos cuerpos de
los muchachos del río en su Sevilla lejana. Y me evocan
otros tiempos de una Velá de avellanas verdes y huesos de
pollo tirados por la ventana, con la Murga de Manolín en el
Altozano, con Zepelín el de las bicicletas y con Vicente
Flores en la comisión organizadora y con el concurso de
camareros. Aunque lo más antiguo de la cucaña de este año es
el premio que dan por agarrar la bandera del final del palo
de los acuáticos costalazos, pellejazos y vejigazos. Dan una
paletilla serrana. Como lo de "sevillanas bailando
sevillanas" que decía Gerardo Diego de la Feria, de la
cucaña habrá que decir: "Gregorio Serrano regalando
paletillas serranas". Más resbalones da el hambre. Es un
premio completamente Badía: el poder de la calidad en coger
la bandera de la cucaña. El premio de la cucaña es un
símbolo del ajuste: ¿qué jamón ni jamón? Con una paletilla
van que se matan. Por una paletilla todos nos tiramos de
cabeza al río si hace falta. Aunque la paletilla sea lo
menos marinero que se despacha. Sería más marinero y propio
que dieran de premio una mojama de Ayamonte. Es como estamos
todos: mojama total.
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