ANTONIO BURGOS | MIS MEJORES RECUADROS


Copla de seises en prosa

 Venid, ruiseñores de las higueras bravías que asoman a las desiertas calles de adoquines y recuerdos de la corneta del brigada Rafael desde las tapias de los solares del barrio de San Bernardo. Venid, canarios de los balcones de la calle Feria, jilgueros de las jaulas de los domingos de la Alfalfa. Venid, vencejos de mayo por las esquinas de la calle Santa Clara, cuando acabáis de quitarle las espinas al Gran Poder en los atardeceres que por eso ya huelen a jazmines, que es el pago en especie de olor que Dios le da a Sevilla.
Venid, los cantores de la memoria del Miserere, de la saeta antigua que nos hizo llorar una noche en la Alcaicería debajo de un antifaz negro y junto a una manigueta; venid, los cantores de las alegrías y las penas de Sevilla, novios cartujanos, mocitos pintureros, claveles en la maceta, mantones de Reina que pasan por el puente de Triana, Pilatos que pasa haciendo garabatos con la mano izquierda, naranjas que nos da el mar, ferrocarriles en caminos llanos, uni, doni, quini, quitoni, latines de la memoria de plazoleta y albero de los jardines, del bocadillo de la merienda en el recreo, del tranvía de la Ronda, de la lluvia antigua, de las bajantes de los canalones, de los zapatos mojados, de los indios del Coliseo España, de la horchata de Fillol. Venid, relojes que no marcan las horas, sueños que mirando al mar soñé, río donde no debes mirarte, casa, niña, ventana, y cantad con la memoria de las cosas de Sevilla.
Que más blanca que la nieve que con un saco al hombro sacaban los muchachos de aquel carro pintado de amarillo que con una lenta mula sobre los adoquines de la calle venía; que más blanca que la cal del hambre con macetas en latas de tomate, más blanca que la túnica del primer nazareno que vemos el Domingo de Ramos en el Salvador, más blanca que la color del pañuelo que está en la sebada punta de la cucaña de julio, cuando reverbera el sol detrás de las tapias de la calle Castilla, sobre el río... Que así fue, ruiseñores, cantores de Sevilla, novias de las esquinas, de Pura y de Limpia esta Pureza que con la certeza de una calle de Triana hoy Sevilla levanta al cielo en forma de bandera sobre su torre mayor. No mirad con los ojos del cuerpo, cantores de Sevilla, coplas de la memoria, ruiseñores de las jaulas de los balcones de los barrios, pañitos de croché tejidos con la historia; no mirad ese monumento donde unas flores anoche llevaron. ¿Qué mejor monumento que el que levantó en Sevilla el Hijo de esa Muchacha que hoy la ciudad celebra? El mejor monumento a la Purísima, venid, ruiseñores, para verlo, es este cielo. Sevilla no hizo otra cosa que imitar el color de ese cielo, dejarse indolentemente llevar por él, como un río que lento va a la mar de Sanlúcar. Hubo unos hombres que sacaron una bandera y una espada. Cada madrugada, en la calle Francos, ves pasar a esos hombres, que con su silencio siguen llevando el testimonio de esa luz, la desnuda hoja de esa espada, que el frío de la noche hecho acero parece y que rompe el aire como la saeta que suena en un fagote. Más que espada y bandera, que no es la nuestra tierra de guerra, no se ponga usted así, maestro, más que una espada y una bandera, podían haber sacado un espejo para mirar el cielo en él y proclamar la certeza de cuanto defendían, de cuanto defendemos, vencejos de las esquinas, canarios de las barberías, plata de los railes del tranvía. Ese espejo pudo ser el río. Ese espejo pudo ser la fuente.
Porque cantan los pájaros con la voz de un seise, y porque es la certeza de la duda, hoy saco todos los espejos de Sevilla, los espejos de las salas y alcobas, los espejos de las peinadoras de nuestras madres, los espejos de los cuartos de baño de las pensiones de la calle Escarpín, los espejos del Anís Machaquito del serrín de las tabernas, los espejos del Britz, los espejos de los palcos del Teatro de la Exposición, y los pongo a brillar mirando al cielo, para que al cielo reflejen y canten con un azul purísimo de nieve de bautizo de azotea la eterna copla de seises que desde siglos proclamó en Sevilla todo el mundo en general.

 

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