El hambre agudiza el ingenio. Para
comprobarlo no hay más que darse una vueltecita por el
centro. ¡La de gente que hay pidiendo, en la mendicidad
de la modernidad! Con ingenio. Como el que se pone en
los escalones del Aero Club en la Avenida y pide "Para
un Ferrari y un chalet en Marbella". O los dos
zarrapastrosos caraduras que hace ya tiempo que no vemos
tumbados en la calle Tetuán, donde se ponían muy
silenciosos con sus diversificados letreros mendicantes:
"Para cerveza, para vino, para güisqui, para la resaca".
Mendigos de Sevilla que no tienen un Velázquez que los
pinte. Y luego están los del circo mundial en que han
convertido el Parque Temático de la Ciudad
Peastonalizada. Gente que también pide, pero
representando cosas. O tocando instrumentos. Como el
cantor de blues que se pone junto al Gato Negro en la
Avenida, breve hombre-orquesta con su guitarra, su
armónica y hasta una tobillera de cascabeles para
hacerse el compás. Cantor que algunas veces reemplaza en
el mismo sitio otro que va de mexicano, de mariachi
unipersonal, con su sombrero de Jalisco no te rajes,
canta que te canta rancheras con un torrente (ballester)
de voz. Por no hablar de los indios con plumas y todo y
flautas andinas que suelen junto al Ayuntamiento juntar
gente. O el que frente a Filella lleva una como señora
de trapo pegada a la espalda con la que baila y da
volteretas y zapatetas al aire.
Y luego están los estáticos. Los que van de Don Tancredo
o de estatuas del Tenorio. Los hombres-estatuas tienen
diversas variedades. A mí me encanta el Hombre-Maceta,
que se ponía antes en la Avenida y ahora por Sierpes,
donde estaba el Banco Hispanoamericano. Está
caracterizado perfectamente, con la cara pintada de
verde, entre flores y ramas. Y el Hombre sin Cabeza,
como un fantasma, vestido extrañamente de comboi del
Oeste, pero sin cara. Será por la teoría de las
compensaciones: la cara que le falta al Hombre sin
Cabeza es la cara que aquí en Sevilla le echa el
personal a las cosas. Y luego está otro que va de ángel,
todo embadurnado en color plata, hasta con arpa. Y el
monstruo de las tres cabezas sobre una mesa, de las
cuales sólo una es la verdadera, que desde dentro de su
cajón te pega el susto cuando menos lo esperas.
Iba yo ayer por la Plaza de la Virgen de los Reyes
camino del tormento de los veladores de Mateos Gago y me
dije, al ver una de estas figuras callejeras,
embadurnada en purpurina y montada en lo alto de un
pedestal, vestida de Papa delante del ciprés del
Convento de la Encarnación:
-- Hay que ver la poca vergüenza que le echan estos
mendigos modernos... ¿Pues no que se ha puesto ahí un
tío pidiendo vestido de Juan Pablo II? ¡Qué falta de
respeto! Y encima, frente al Palacio Arzobispal y
oliendo a meados de la parada de coches de caballos...
Era talmente un hombre-estatua vestido de Papa, como el
otro va de Maceta o de Pistolero sin Rostro. Estaba allí
el tío quieto, quieto, quieto, que no se le movía una
tela de su atuendo, perfectamente hecho, con su báculo
en la mano y todo, divinamente imitado. Tanto me
sorprendió, que me acerqué para echarle al hombre un
eurito en su limosnero, que se lo había ganado. Pero qué
va. Desde el paradisiaco olor de las bostas de los
caballos de la parada, un cochero me dijo, pisando
cagajones y orines:
-- ¿Dónde va usted a echar dinero, si no es un tío
vestido de Papa pidiendo? Si aunque no lo parezca es una
estatua...
A Juan Pablo II le han hecho un monumento que es
enteramente un Hombre-Estatua pidiendo limosna vestido
de Papa. Lo siento, Miñarro: te falta firmar el
Hombre-Maceta y el Hombre sin Cabeza, que también te han
salido de cine.