ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El Hombre-Papa

 

El hambre agudiza el ingenio. Para comprobarlo no hay más que darse una vueltecita por el centro. ¡La de gente que hay pidiendo, en la mendicidad de la modernidad! Con ingenio. Como el que se pone en los escalones del Aero Club en la Avenida y pide "Para un Ferrari y un chalet en Marbella". O los dos zarrapastrosos caraduras que hace ya tiempo que no vemos tumbados en la calle Tetuán, donde se ponían muy silenciosos con sus diversificados letreros mendicantes: "Para cerveza, para vino, para güisqui, para la resaca".
Mendigos de Sevilla que no tienen un Velázquez que los pinte. Y luego están los del circo mundial en que han convertido el Parque Temático de la Ciudad Peastonalizada. Gente que también pide, pero representando cosas. O tocando instrumentos. Como el cantor de blues que se pone junto al Gato Negro en la Avenida, breve hombre-orquesta con su guitarra, su armónica y hasta una tobillera de cascabeles para hacerse el compás. Cantor que algunas veces reemplaza en el mismo sitio otro que va de mexicano, de mariachi unipersonal, con su sombrero de Jalisco no te rajes, canta que te canta rancheras con un torrente (ballester) de voz. Por no hablar de los indios con plumas y todo y flautas andinas que suelen junto al Ayuntamiento juntar gente. O el que frente a Filella lleva una como señora de trapo pegada a la espalda con la que baila y da volteretas y zapatetas al aire.
Y luego están los estáticos. Los que van de Don Tancredo o de estatuas del Tenorio. Los hombres-estatuas tienen diversas variedades. A mí me encanta el Hombre-Maceta, que se ponía antes en la Avenida y ahora por Sierpes, donde estaba el Banco Hispanoamericano. Está caracterizado perfectamente, con la cara pintada de verde, entre flores y ramas. Y el Hombre sin Cabeza, como un fantasma, vestido extrañamente de comboi del Oeste, pero sin cara. Será por la teoría de las compensaciones: la cara que le falta al Hombre sin Cabeza es la cara que aquí en Sevilla le echa el personal a las cosas. Y luego está otro que va de ángel, todo embadurnado en color plata, hasta con arpa. Y el monstruo de las tres cabezas sobre una mesa, de las cuales sólo una es la verdadera, que desde dentro de su cajón te pega el susto cuando menos lo esperas.
Iba yo ayer por la Plaza de la Virgen de los Reyes camino del tormento de los veladores de Mateos Gago y me dije, al ver una de estas figuras callejeras, embadurnada en purpurina y montada en lo alto de un pedestal, vestida de Papa delante del ciprés del Convento de la Encarnación:
-- Hay que ver la poca vergüenza que le echan estos mendigos modernos... ¿Pues no que se ha puesto ahí un tío pidiendo vestido de Juan Pablo II? ¡Qué falta de respeto! Y encima, frente al Palacio Arzobispal y oliendo a meados de la parada de coches de caballos...
Era talmente un hombre-estatua vestido de Papa, como el otro va de Maceta o de Pistolero sin Rostro. Estaba allí el tío quieto, quieto, quieto, que no se le movía una tela de su atuendo, perfectamente hecho, con su báculo en la mano y todo, divinamente imitado. Tanto me sorprendió, que me acerqué para echarle al hombre un eurito en su limosnero, que se lo había ganado. Pero qué va. Desde el paradisiaco olor de las bostas de los caballos de la parada, un cochero me dijo, pisando cagajones y orines:
-- ¿Dónde va usted a echar dinero, si no es un tío vestido de Papa pidiendo? Si aunque no lo parezca es una estatua...
A Juan Pablo II le han hecho un monumento que es enteramente un Hombre-Estatua pidiendo limosna vestido de Papa. Lo siento, Miñarro: te falta firmar el Hombre-Maceta y el Hombre sin Cabeza, que también te han salido de cine.





 

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