En
esta "Nova Roma" que estudió magistralmente Vicente Lleó (y
que aunque suene a cerrada pastelería de Los Remedios era la
espléndida y refinadísima Sevilla renacentista) pienso en la
Cuesta del Bacalao, o en Los Venerables, o en la calle
Mateos Gago, con los turistas cenando a las 7 de la tarde
enmedio de la calle su menú "sevillanísimo" de paella y
sangría, y me dan ganas de ser ciudadano de la verdadera
Roma, de la que sí que es la Ciudad Eterna, de la capital de
Italia. Y decir con San Pablo (esquina a Bailén): "Ego civis
romanus sum". ¡Qué maravilla ser romano ante la invasión
turística! Porque el Ayuntamiento de Roma, mediante un
decreto del alcalde Gianni Alemanno (aquí no trincamos nada
con la mano) publicado el pasado día 1, ha prohibido comer
en las calles del centro histórico, bajo multa de 25 a 500
euros. Lo más interesante de todo es el paladar con que Roma
ha dictado su Ley del Ayuno y Abstinencia Callejeras, pues
la normativa "busca proteger los lugares de interés
histórico, artístico o arquitectónico de la polución
turística".
"Polución turística"... ¿No les suena de algo? ¿No creen que
Sevilla padece la misma contaminación turística que Roma,
pero aquí, lejos de tomar medidas contra ella, antes al
contrario, la fomentamos como la primera industria local?
Igual que hay en La Pasarela y junto al Puente de la
Barqueta unos paneles luminosos que informan del ozono y de
la contaminación, podríamos poner en la zona monumental unos
letreros que indicasen el I.P.T., el Indice de Polución
Turística. Sevilla está saturada turísticamente. Llena,
además, de turistas guarros y perrofláuticos, de mochila y
chancleta, de bocata chungo en Va Por Ti Montoya y lata de
cocacola de la máquina de un portal, que luego tiran al
suelo. ¿De verdad que dejan en Sevilla tanto dinero estos
visitantes, si son de los que en mi Cádiz llaman "turistas a
gasoil", porque andan mucho y consumen muy poco?
Lo peor es que parece que el Ayuntamiento de Sevilla, al
contrario que el romano (¡también sin premio, Paco Robles,
que te estoy quincando!) está encantado con haber convertido
la ciudad en un inmenso y cochambroso comedor al aire libre.
Cuyas cifras he citado hasta la saciedad, copiándoselas a
Carlos Navarro Antolín, que lo investigó: en Sevilla hay
4.000 bares con 10.000 veladores en la calle. En España no
cabe un tonto más, decía Santiago Amón, y en Sevilla no cabe
un velador más.
-- ¡Que te crees tú eso!
Sí, todos los días descubrimos nuevas calles ocupadas por
los veladores. Y como Sevilla es el espejo de su provincia y
todo se pega menos en lo bonito, ya nos copian hasta en los
pueblos. En mi consorte Guadalcanal querido ya han llenado
de veladores media calle Muñoz Torrado. No hay pueblo que se
precie que no imite a Sevilla en los veladores plantados en
la calle y en el carril bici.
Y en los bares llenos. Esto es lo que no me explico. Con
249.653 parados en la provincia, con las pensiones
congeladas, los sueldos rebajados, los ERES echando humo y
todo el mundo más tieso que el bacalao de la Cuesta arriba
citada, ¿cómo es posible que los bares estén tan llenos?
Pinchó la burbuja inmobiliaria, pinchó la burbuja bancaria,
pero no ha pinchado ni la burbuja turística de los 10.000
veladores de paella y sangría ni la burbuja en adobo de los
4.000 bares llenos. ¿Y los desayunos en los bares? ¿Qué
sociedad consolidada, dilecto Pepe Moya que me lo hiciste
ver, se permite el lujazo sevillano de desayunar siempre en
la calle? ¿Usted ha visto las cartas de tostadas para el
desayuno en los bares, donde la más simple es la de manteca
colorá con tropezones? ¿Tenemos posición para todo esto?
Mientras añoro el buen gusto de Roma contra la "polución
turística", no me explico lo de la sevillana burbuja en
adobo. ¿Hay de verdad tanto paro y tanta ruina?
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