Las
esquelas mortuorias son un género literario, mezcla de la
elegía lírica, de la novela y, a veces, de la tragedia
(griega). Un buen lector de esquelas puede encontrar en una
papeleta mortuoria la narración de toda una saga familiar.
Como que estoy por escribir una novela que se titule así,
"El lector de esquelas". ¿A que suena a esas novelas de
éxito de ahora, al tiempo entre costuras...o apresado entre
los cuatro lutos tipográficos del cierre de una esquela?
A raíz de aquella esquela tan comentada de la extremeña que
dejó mandado que a su muerte se pusiera en su papeleta lo
mal que la habían tratado sus hijos, que era algo así como
desheredarlos por medio de la mortuoria, Santigo Castelo
publicó en ABC un curioso artículo en el que recordaba las
más sonadas e insólitas que se habían publicado en el
periódico. Le faltó una que quedé en buscársela en la
colección de ABC y enviársela. Una esquela que se ha
publicado varias veces con los nombres de distintos
difuntos, en la que el negro del luto parece verde, pues
tras el nombre pone: "Bético hasta la muerte". Se quedan
cortos. Estos béticos de las esquelas lo son hasta después
de la muerte. Exactamente "bético hasta la esquela
mortuoria".
Y tengo también que mandarle a Santiago Castelo, para
próximas entregas de su artículo sobre las esquelas de ABC,
la que venía el pasado martes 23 de octubre, en la página
67. Era la de don Fernando Tomás Parras Torres, nieto de
Tomás Torres Puchetg, fundador del Colegio Santo Tomas de
Aquino. Una esquela bética, porque rematando la lista de sus
dolientes, ponía entre ellos a "toda la parroquia bética",
la que tiene como párroco a don Ángel Martín Sarmiento.
Entre los dolientes del señor Parra estaban antes su mujer,
Rafi Ruiz; sus hijos, Raúl y Gádor; su amiga Elo; su nuera
Susana... Y aquí viene lo bueno, lo maravilloso. La esquela
remataba el duelo diciendo, antes de la parroquia bética:
"Tu perro Bull y demás familiares". ¡Guau! Eso es poner a
los perros en el sitio que se merecen por su lealtad, como
lo que son: uno más de la familia. Salen en las esquelas a
veces parientes que tienen que ver con el difunto menos que
su perro y que, desde luego, lo querían menos. A mí el Bull
de don Fernando Tomás Parras me ha hecho recordar a Canelo
de Cádiz, el fidelísimo perro que acompañó a su dueño cuando
ingresaba en la Residencia para una operación, que se quedó
en la puerta esperándolo y que, como el amo falleció en el
hospital, allí siguió, fiel y firme, esperándolo años y
años, sin moverse de la puerta, hasta que lo mató en la
calle el coche de unos turistas. Lo de "hacer el canelo" no
tiene validez en Cádiz. En Cádiz hacer el Canelo, con
mayúscula, es que un perro nos dé a los hombres ejemplo de
cariño. Tanto, que como allí hay un paladar y una gracia que
en Sevilla faltar suelen, le levantaron un monumento a
Canelo en el sitio cercano a Residencia donde había esperado
durante años a su fallecido dueño. Que no se entere de esto
la torpe de Mariló Montero, porque la vuelve a liar en TVE,
pero si los perros tienen alma (que yo creo que sí), Canelo
estará ya en el cielo otra vez al lado de su dueño. Como
quizá Bull estará un día otra vez al lado del señor Parras,
del mismo modo que lo está ahora con todo derecho en su
esquela. Papeletas mortuorias hay donde ponen a cuidadoras
sudamericanas que apenas han estado dos años al lado de un
señor impedido y olvidan, en cambio, el nombre del perro que
le acompañó toda su vida. Claro que Bull no olvida a su
dueño. Lo sé. ¿Y sabe usted por qué lo afirmo con tanta
seguridad? Porque me lo han aseverado mis mágicos gatos
Remo, Rómulo y Romano. Me dicen que, como ellos si yo un día
les faltara, Bull sigue buscando a su dueño por todos los
rincones de la casa.
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