ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Cuernos de consumidor

    En las radios que pongo por la noche para conocer las primeras páginas de los periódicos del día que va a amanecer, el anuncio de un banco no malo, sino malísimo, un demonio tentador, me invita reiteradamente con irresistibles promesas a que le ponga los cuernos a don Emilio Botín y me lleve mi plan de pensiones del Santander a esa otra entidad, que me va a dar inmediatamente y en crudo el 1,5% de la tela marinera que le traslade. En cambio, no escucho ningún anuncio del Santander, ni veo ninguna página de su publicidad en los periódicos, en la que don Emilio me diga que por mi fidelidad a sus rojos colores, va a premiar mi lealtad, y que como no le retiro ni un euro y hace lustros que se lo confío, me va a dar este año el 3% de la media pringada que tengo invertida en mi plan de pensiones. Que en mi caso no hablo ya de una mala enfermedad; como decía Curro Romero de sus ahorros, me lo como en un resfriado.
Y cada vez que escucho ese anuncio y pienso lo imbécil que es mi plan de pensiones, que le guarda una fidelidad absurda a don Emilio Botín como si estuviera casado con él, y por la Iglesia, me acuerdo de lo que me ocurrió el otro día en ese nuevo rompeolas de (casi) todas las Españas que es el vestíbulo de salidas de los Aves en la primera planta de la estación de Atocha. Daba barzones por allí, entre la cervecería y la bombonería, esperando la salida del tren de Sevilla, y al pasar junto a una especie de chiringuito que tenía montado American Express me paró una como azafata. Que, cual el anuncio nocturno de la radio sobre los planes de pensiones, resulta que era una diablesa que me tentaba en el caso de que servidor fuese de la religión de la tarjeta Visa, lo que no ocurre (ni Dios lo permita), ya que soy de la estricta observancia del verde plástico americano con el escudito del alado Mercurio. Si yo fuese de la Visa, un suponer, y me pasase a American Express, la señorita diablesa de la tentación de Atocha me ofrecía la tarjeta durante un año como si fuera la de un trincón del PSOE: gratis total, sin cuota. Díjele entonces:
-- Mire usted, señorita, soy casi socio fundador de la tarjeta American Express en España. La tengo desde 1979, cuando sólo la daba el Banco Urquijo y poco menos que había que pedir recomendación para sacarla. Y tengo, además, una tarjeta Business desde 1992. En casa todos tenemos y usamos la tarjeta American Express. Y American Express no ha tenido en la vida un detalle conmigo, como esto de regalarme por lo menos lo que ofrece a los nuevos socios: un año sin pagar la cuota. O sea, que si yo ahora me doy de baja y me saco una tarjeta nueva con usted, ¿entonces sí me dan un año de carencia en el pago de la cuota de una tarjeta que, además, como le cobra tanta comisión al comercio y a los restaurantes, cada vez te aceptan en menos sitios? -
La pobre azafata diablesa puso cara de entender menos que yo todavía el absurdo, y hasta tuvo la gentileza de presentarme excusas porque ella no podía hacer nada: ella era una mandada, que me imagino que le pagaban a tanto el contrato nuevo.
Voy al fondo de ambas cuestiones. Los mercados, los tiránicos mercados, premian a los consumidores adúlteros que le ponen los cuernos al Santander con ING, a Visa con American Express. El mercado premia la infidelidad y propicia que les pongamos los cuernos a nuestras marcas de toda la vida. Nos ofrecen el paraíso y la fuente de la eterna juventud si desenganchamos de Endesa y nos hacemos de Iberdrola; o de Telefónica y nos apuntamos a Ono; Jazztel nos regala un Galaxy III si le ponemos los cuernos a Movistar; y el suministro de siempre de Catalana de Gas casi nos lo regala Unión Fenosa si abandonamos a la vieja y nos vamos con ella. Y a los consumidores que permanecemos fieles a nuestros suministradores y bancos de toda la vida y no nos cambiamos ni les ponemos los cuernos, no nos regalan ni un almanaque por las Pascuas. Por imbéciles.

 

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