ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La esquela de Pineda

    Noviembre tuvo que ser anoche mucho más noviembre en las oscuridades de la curva del Hospital del Hipódromo de Pineda. Por la ceniza de la pista donde vi ganar tantas carreras a la yegua "Chorlita" de Parladé cabalgarían los angloárabes de la cercanía de la muerte, en un handicap desdoblado del recuerdo sin "gentlemen", ganador ni colocado. En el Pabellón del Hipódromo, Pineda, o sea, el Real Club Pineda de Sevilla, ofrecía su anual misa por el alma de todos sus socios difuntos y especialmente por los fallecidos este año. -
En otras partes, noviembre es el mes de los difuntos. En Sevilla, noviembre es el mes de las esquelas colectivas en el ABC. Cada día el periódico trae como tipográficos ramos de crisantemos que se ofrendan sobre la fosa común de la memoria de los socios de un club, de un casino, de los hermanos de una cofradía, de los licenciados de un colegio profesional. Las más sevillanas son las esquelas que traen la lista de los difuntos, Er Pograma de la Muerte, como una nómina del último tramo de la Cofradía de la Canina, los que ya están junto al "Mors mortem superavit". Es nuestro barroco culto a la muerte. No hace falta ir al Hospital de la Caridad y ver las Postrimerías de Valdés Leal para el "pulvis eris". En noviembre basta con abrir el ABC, como hacen tantos lectores, por la página de las esquelas. Estas esquelas sevillanas con relación de nombres de fallecidos me recuerdan los mármoles que al final de la guerra colocaron muchas instituciones con los nombres de sus caídos por Dios y por España, y que en algunos lugares los cobardones se han apresurado en retirar.
Que me corrija el presidente de Pineda, que se escribe José Antonio García de Tejada y Ricart y se pronuncia Nono, pero yo creo que el Real Club del coronado escudo de la cabeza del caballo con las dos fustas cruzadas encarga esta misa anual nada más que como un pretexto para poder recordar a sus socios muertos en la lista de la esquela del ABC. El lunes, leyendo la esquela de Pineda, muchos sevillanos ya idos volvieron a la breve vida del recuerdo. No eran allí catedráticos, ni médicos, ni agricultores, ni marqueses, ni militares, ni abogados. La muerte y Pineda a todos nos iguala. Eran simplemente socios fallecidos. De cuya muerte muchos amigos y conocidos no se han enterado hasta ahora, al verlos en la esquela. Una Sevilla que se nos va muriendo cada día, sin que nos demos cuenta, y que nos viene encima de golpe, como la Canina a paso mudá por la lluvia, capataz Nono, con vuestra anual esquela de Pineda. Para muchos, la vez primera que ven un nombre conocido entre las gualdrapas negras de los cuatro caballos de los lutos tipográficos. Muchos se enterarían por la esquela de Pineda que había muerto Ramón Carranza Vilallonga, o Francisco Borrero Hortal, o Manolito Laffón, o Alfonso Parias, o Pablo Valero Garrido, o Enrique Fernández Vial, o Ignacio Aspe García-Junco, o su hermana, la guapísima Paula Aspe, la que entraba en el Fillol de la Avenida y se callaban hasta los valencianos de la huerta pintados entre barracas por Juan Miguel Sánchez en los frescos a los que puso un techo de azules estrellitas. Esas azules estrellitas de la noche de Feria en la caseta de Pineda, ese invernal sol de la tarde de las antiguas reuniones de carreras con caballos de la cuadra Guerrero o de los Ramos Paúl, volverían a brillar en el recuerdo de estos sevillanos, cuando eran jóvenes, recién casados, novios de una muchacha, ay, ya muerta, que se llama Blanca Belmonte Cossío, o Beatriz García Rodríguez de Quesada, o Lucía García Enrile, o Cecilia de Lora Moreno, o Victoria Vázquez Parladé.
Como en el deseo de los epitafios romanos, es siempre leve la tierra en Sevilla cuando llega noviembre con sus esquelas. Me acuerdo del verso de Rafael de León: ""En Sevilla se muere/con una muerte blanda y deseada,/y el dardo que te hiere/no es cuchillo ni espada,/que es de flor y de sol la puñalada".

 

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