A Rogelio Gómez Trifón, el jardinero sevillano que cuida La Flor de Toranzo, le dijeron un día que era "restaurador", por su oficio hostelero del papel de estraza para servir gloria bendita de anchoas de su Montaña y el mejor lomonmanteca de Benaoján. Y Rogelio, que es excelentísimo señor porque tiene la Medalla del Trabajo, puso muy mala cara cuando escuchó que lo llamaban "restaurador" y le dijo al tío:
-- No, mire usted, yo no soy restaurador: yo soy tabernero, y a mucha honra.
Bueno, pues Rogelio me perdonará si yo hoy lo llamo no sólo restaurador, sino instaurador. ¡Pues claro que Rogelio se dedica a la restauración! Pero no a la restauración del restaurante, ni a la restauración con albañiles de los monumentos, en plan Rafael Manzano. Rogelio es restaurador: restaurador del patrimonio inmaterial de las tradiciones desaparecidas o en trance de pérdida. Gracias a Rogelio, con la colaboración del padre don Federico Estudillo, se restauró en el día del Apóstol la tradición de las Lágrimas de San Pedro en la Giralda. Por desidia del Cabildo Catedral tras la muerte de Bandarán, que era quien mantenía estas tradiciones, se dejaron un buen día de tocar las Lágrimas, en aquel atracón de Concilio Vaticano mal digerido que tanto daño hizo y que tantas obras de arte, material o inmaterial, se llevó por delante. Rogelio buscó a sus músicos de la Banda del Sol, pidió permiso al Cabildo con el Padre Estudillo de padrino, reconstruyó la ya olvidada melodía de las Lágrimas...y lo pagó todo de su bolsillo. -
Eso, en cuanto a restauraciones del tesoro perdido de nuestro patrimonio inmaterial. Pero Rogelio además de restaurador es instaurador. Mañana, a la una de la tarde, en el Arco del Postigo, se va a instaurar una tradición sevillana ya con cuatro siglos: los Laudes de la Pura y Limpia. La Purísima tenía hasta ahora en nuestra ciudad una música que es lo menos sevillana que se despacha: el pulso y púa de las tunas universitarias, en plan "Clavelitos", en la vigilia de esta noche ante el monumento de la Plaza del Triunfo. Como quiera que en Sevilla una fiesta sin tambores ni cornetas ni es fiesta ni es ná, mi Hermandad de la Pura y Limpia del Postigo, por iniciativa y patrocinio de Rogelio, le ha puesto a la Virgen del Arco lo que le faltaba: el metal de la música de viento, que competirá con el bronce de las campanas de la torre mayor, en la que campea la muy chorreona bandera de la Purísima, celeste y blanca.
En la instauración de estos Laudes de alegría y gozo por la Purísima Concepción de María, la Banda del Sol, la misma de la restauración de las Lágrimas de San Pedro, tocará a corneta algo muy sevillano: la melodía de las coplas concepcionistas de Miguel Cid: "Todo el mundo en general". ¿Quién no la sabe cantar? Esos versos se los tuvieron que aprender hasta Molina y los frailes del convento de Regina y su padre provincial, que negaban el Dogma que Sevilla defendía con la espada desnuda de la Madrugada del Silencio y que acabó proclamando en 1854, a buenas horas, mangas verdes, aquel Papa que tenía nombre de confitería, Pío Nono: "Todo el mundo en general/a voces, Reina escogida,/diga que sois concebida/ sin pecado original". ¿Cómo sonará a corneta el sevillanísimo "Todo el mundo en general"? Pues como hace cuatro siglos. Miguel Cid compuso esta famosa redondilla en 1614, a la que puso luego música Bernardo del Toro. Como desde hace cuatro siglos, volverá a sonar el "Todo el mundo en general", ante la Pura y Limpia en su capillita del Postigo del Aceite, los cien gramos de Catedral mejor despachados del mundo. Será como una saeta a corneta en honor de la Purísima. Lo aviso para que puedan un día decir a sus nietos: "Yo estaba allí en el Postigo el día que Rogelio inventó los Laudes de la Pura y Limpia".

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