ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El sastre del Señor

 Su nombre se escribe Maestro Alfayate don José Delgado Pérez-Cerezal. Pero en la Sevilla de toda la vida se pronuncia Petete Cerezal. En la Sevilla de las señoras sentadas en su silla en el mostrador de Los Caminos, mirando las piezas de tela que les está enseñando su dependiente de cabecera:-
-- Es que quiero un traje de chaqueta así... Pero déjelo, López, que como me lo va a hacer Cerezal y sé que allí no admiten género...
Igual que hay niños que nacen con el cordón umbilical rodeándole el cuello, yo creo que cuando Petete Cerezal vino al mundo traía reliado el amarillo metro que los sastres lucen sobre su pecho como cuanto es, Toisón de Oro del Oficio Sartorial. Este Cerezal de nuestros días es sobrino del gran y genial Pepe Cerezal de la anterior generación. Padre, hijo y nieto de sastres, José Delgado Pérez-Cerezal es depositario familiar de un arte único en su taller de la calle Cuna número 20, aquellos mármoles tras el zaguán como de casa grande a los que entraba la mejor clientela femenina de Sevilla. Los Cerezal nunca se las han dado de modistos, ni de diseñadores, haciendo tantas obras de arte para las señoras. Han sido, y a mucha honra, sastres. Sastres del Real Gremio de Maestros de Sevilla, de los de la Hermandad de San Fernando y Nuestra Señora de los Reyes saliendo de San Ildefonso el día de San Clemente.
Petete Cerezal, que le cose a tantas señoras, tiene un cliente especial que es un Señor. Y qué Señor: el Señor de Sevilla. Este cliente tan especial que tiene Petete Cerezal no va por el taller a tomarse medidas, ni a las primeras y segundas pruebas. Bueno, sí, antes, hace muchos años, pasaba por la puerta del taller de Cerezal en la calle Cuna, cuando de Madrugada iba de regreso a su casa del barrio de San Lorenzo por la calle Francos y por El Salvador. Petete Cerezal va a casa de este gran Señor de Sevilla a tomarle medidas. Pepito Cerezal le cose al Gran Poder. Esas túnicas sin bordar, tan humanas, que parece que con la Zancada va andando el Dios que a Cuerpo se echa a la calle del verso de Rafael Laffón, salieron del metro, y de la tijera, y del cartabón, y del jaboncillo, y de la aguja, y de los hilvanes, y de los alfileres de Petete Cerezal. Túnicas ligeras que son como el traje de entretiempo que Cristo se pone para echarse a Cuerpo a la calle en Sevilla por la primavera, aunque de Madrugada haga fresquito y eche de menos a veces las otras gordas, pesadas, hieráticas, bordadísimas en oros, pero sin ese movimiento humano que Petete Cerezal le da con el bamboleo de sus telas del andar de Cristo.
Y sin ir tan lejos, sin llegar a San Lorenzo, Petete le ha cosido también muchas veces a otro gran cliente montañesino: al Señor de Pasión. A mí me entra repeluco pensar en ese momento en que Petete Cerezal le está tomando medidas, en la soledad de un Salvador vacío, a un Hombre que es el Dios de la Madera. ¿Cuánto medirá de cintura, de pecho, de largo, el que por su esencia es Infinito en su Perfección y Belleza?
Y también le ha cosido al Señor de las Penas de San Roque, que es como llevar el arte de la sastrería de los señores del centro a los arrabales extramuros. Pepito fue muchos años, además, como ahora su hijo Josele, camarero de este Cristo de la cofradía de mi sevillanísima Virgen que es la Esperanza con la Gracia de Sevilla incorporada. -
Así que miren qué divinos Clientes tiene Petete Cerezal apuntados en el folio de las medidas. A todos ellos les pido yo ahora por su salud. Petete Cerezal está pasando una crujía buena. Pero el Señor al que tantas túnicas le cortó seguro que lo saca adelante con ese humano andar de los paños que este artista alfayate le cosió con tanto amor.


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