ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Gorigoris a Banesto

 En la prensa española hemos inaugurado un género periodístico: el obituario de un banco. Los periódicos venían ayer llenos de sentidas necrológicas por el Banco Español de Crédito, que en paz descanse. Tres días antes del anunciado fin del mundo del calendario maya, las gacetas certificaban el fin de Banesto, que Botín tenga en su santa gloria del canje de acciones. Como si fuera la biografía ilustrada de un señor que la hubiese palmado, los periódicos traían la historia gráfica del Banco Español de Crédito: su sede madrileña en la Belle Epoque, con clientes de levita y conserjes de librea; su foto de boda, cuando se casó con Mario Conde y todos decían que había hecho tan buena boda hasta que... O la evocación de cuando en la Vuelta a Francia o en el Giro de Italia, Indurain y Perico Delgado españoleaban con el logotipo y los colores de Banesto en unas camisetas que por magia del cromatismo bancario acababan siempre transformadas en jerseis amarillos o mallas rosas. En los gorigoris tan bonitos de tres capas que le dicen, citan los grandes apellidos de Banesto como un Gotha, como los inmemoriales de un elenco de grandezas: Aguirre Gonzalo, Garnica, Gómez Acebo, Argüelles...

Como me tienen comido el coco de que, muerto Jaime Campmany, a mí los gorigoris periodìsticos se me dan como a nadie, no habré de ser yo quien deje, ay, a Banesto sin mi necrológica sentimental. En aquellos tiempos en que la televisión nos invitaba a que pusiéramos un Vanguard en nuestras vidas, lo que todos teníamos de verdad en la nuestra era un Banco Español de Crédito. De escolano, en los días de vacaciones, mi madre me mandaba al Banco Español de Crédito a que le pagara las letras antes que fueran al protesto del notario. "Pregunta por la ventanilla de López", me decía. Porque en aquel Banesto tan humano, hasta teníamos nuestro ventanillero particular, el que hacía milagros de favores a los comerciantes en las letras con gastos que venían con las de un miura. El ventanillero de mi madre era López, a quien yo le pagaba las letras de los zapatos Gorila de las pelotitas verdes que mi madre vendía frente a la Catedral. Fue López el ventanillero quien le recomendó a mi madre que fuéramos a veranear a Guadalcanal, cuando yo había sufrido la meningitis de la epidemia infantil de 1950 y el médico prohibió que me siguieran llevando a los baños de Rota, porque tanto sol era malo para la cabeza. Gracias a Banesto, a aquel ventanillero López, pude conocer en Guadalcanal a Isabel y casarme luego con ella, así que ya me contarán si el Banco Español de Crédito influía o no en nuestras vidas. Y en el pueblo, Banesto era el único banco que había. Una institución local, junto a la Mapfre de los seguros de cosechas. La procesión de la Patrona, la Virgen de Guaditoca, la presidían el alcalde, el juez de paz, el comandante de puesto de la Guardia Civil...y el director del Banco Español de Crédito.
Banco que luego fue el primero que puso en Sevilla algo ahora tan habitual como un cajero automático. Yo me hice socio de Banesto, vamos, abrí una cuenta, para poder sacar dinero cuando salía de madrugada, y a veces al alba, de la Redacción de ABC y me pasaba durmiendo la mañana de horario bancario. Pienso en todo lo que hemos visto cambiar en España y me parece increible. Como en unos "ubi sunt" latinos o en las coplas de Jorge Manrique por la muerte de Banesto, de los siete grandes de la Banca ¿qué se fizo? ¿Dónde está el Vizcaya? ¿Dónde el Central? El Hispano Americano, ya sabemos: en las sucursales de las canciones de Joaquín Sabina. Y el Banesto, en el recuerdo de cómo marcó nuestras vidas. La vida, al fin y al cabo, es como aquel grandioso patio de operaciones del Banesto donde yo de niño pagaba las letras de mi madre: mucho mármol y mucho bronce y al final, nada.


 

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