ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un día es un día

  

HAY una ley que se respeta mucho más que la de Tráfico y por supuesto que la Constitución. Ya ve usted para lo que sirve la Constitución en Cataluña: para que en el Parlamento autonómico hagan cortinas y se limpien en ellas los sujetos que se declaran «soberanos», como el brandy de González Byass. Allí nadie se declara fundador o decano, no, allí todo el mundo quiere ser soberano, lo contento que estará Mauricio González. La que digo es la Ley Antitabaco. La propia Constitución no creó un sentimiento sobre su espíritu como una mentalidad dominante la llamada «Ley de medidas sanitarias frente al tabaquismo y reguladora de la venta, el suministro, el consumo y la publicidad de los productos del tabaco». A imitación de los Estados Unidos del Winston o por el inquisidor que cada español lleva dentro, se cree más en los males del tabaco que en los del infierno. Ha habido como una satanización del cigarro. A los fumadores los tratamos como apestados, los expulsamos de nuestros paraísos sin humo y lanzamos a echar el cigarrito a la calle. Y los propios fumadores se consideran ya condenados sociales, en sus lazaretos del exterior de las oficinas, de los restaurantes, de los bares. Han entregado... iba a decir la cuchara, pero más bien el mechero y los cerillos. Sienten el mismo temor reverencial por el tabaco que al inquisidor de guardia que grita al responsable del local público que sea: —¡Oiga usted, que ahí están fumando! Pero los fumadores no incitan a nadie a consumir su droga. Quizá porque no se atreven bajo esta presión social antitabaco. Le propongo una prueba. A usted, que no fuma ya porque se lo ha fumado todo, nunca le ha dicho un amigo fumador, con un veguero así de grande por delante:
—Venga, hombre, fúmate un puro de éstos, verás lo buenos que están. Total, un día es un día...
La temporal «exceptio legis» del «total, un día es un día» la padece quien no toma alcohol por prescripción médica; el diabético que debe privarse del azúcar; el que tiene el corazón chungalé y debe abstenerse de grasas; por no hablar de los de tensión alta y café descafeinado. Pide el hombre su solo de máquina en un bar, y el amigo le dice:
—¿Descafeinado lo vas a tomar, con lo bueno y lo cremoso que hacen aquí el café? Anda ya, hombre, tómate un café de verdad, que un día es un día.
En los pasados fastos navideños, los diabéticos fueron reiteradamente tentados por la perdición, al borde del coma, cuando sacaban la bandeja de dulces tradicionales:
—¿El azúcar alta? ¡Déjate de cuentos y de glucemias, y tómate unos mantecaditos, que un día es un día!
«En la sencilla taberna o el modernísimo bar», como cantaba el pasodoble publicitario del Fundador con música de la chirigota gaditana «Los Fontaneros», todo el que bebe y alterna invita a que el abstemio deje de serlo:
—¿Que no te vas a tomar una copita de esta solera tan buena con nosotros? ¡Anda ya, venga, tío, no seas pelma, tómatela con nosotros, que un día es un día!
Todas son las tentaciones de San Antonio para quien en este mundo «light» no quiera consumir cafeína, alcohol, grasas, azúcares y todo lo que te quitan esos médicos que te lo quitan todo, menos la enfermedad, como decía la pobre Rocío Jurado. Todas son tentaciones... menos para los fumadores, en la inquisitorial mentalidad antitabaco. Le regalo una caja de Cohibas a quien me demuestre que le han dicho a un no fumador: «Anda, échate un cigarrito con nosotros... Total, un día es un día...” Han conseguido un terror al tabaco tal, que nadie se atreve a pervertir a nadie que no fume con el argumento de «un día es un día». Perversor de no fumadores es socialmente peor que perversor de menores. Ya lo creo. Hombre, por Dios.




 

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