ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¿Sevilla? En Triana

 Decía don Ramón Carande, andarín infatigable, el vecino de Sevilla que más ligero andaba bastón en mano, que nuestra ciudad era ideal para caminar. Que como no había más cuestas que la del Rosario y la del Bacalao, Sevilla la llana te invitaba a andar. Andar para distraerse, para ir de compras, para pasear, para pasar el tiempo. O para saludar. Como aquella vez que se vinieron desde Cádiz a echar día Pepe el Manteca, el de la tienda clásica de La Viña, y un amigo suyo, el abogado Quique García Agulló, e hicieron una apuesta: a ver quién era más conocido en Sevilla y, por tanto, saludaba a más gente en la calle Sierpes. Pusieron el contador a cero en la esquina de la confitería La Campana y echaron a andar hacia el bar Laredo. Y no habían llegado a Deportes Zeta cuando Pepe el Manteca ganaba por goleada a Quique: lo menos por 7 saludos a 0. ¿Conocía mucha gente de Sevilla a Pepe el Manteca, que quiso ser torero y empezó con Curro Romero y con Salvador Távora, y lo saludaban todos? No, es que como Pepe el Manteca tiene tanta gracia gaditana, a todo el que veía pasar lo saludaba como si lo conociera de toda la vida. El Manteca se iba inventando un amigo en cada viandante serpentino, con su nombre correspondiente: "¡Adiós, don José María!", "¡Vaya usted con Dios, don Manuel!", "¡Me alegro verte, Juan!".
Sin ser Pepe el Manteca y sin tener que inventarse amigos que saludar, cada vez son más los sevillanos que andan por otra cuestión: por prescripción facultativa. Caminar cada día por Sevilla es la única prescripción médica por la que no hay que apoquinar el copago en la botica. Dicen que andar es muy bueno para el corazón. Servidor, sin ir más lejos, anda por prescripción de su otorrino, el doctor Francisco Esteban, que me curó una sospechosa afonía en menos de horas veinticuatro, cuando me puso a andar una horita diaria para ensanchar los pulmones. Y los hay que andando hasta se pasan de maracas. Mi cuñado Julio Herce va ya por los 22 kilómetros diarios, con la aplicación del Endomondo en el teléfono móvil como entrenador personal. Le digo:
-- Hijo, Julio, lo tuyo es como ir a Alcalá y volver todos los días, pero sin coger el autobús de Casal.
Como caminante habitual de Sevilla, de la orilla de su río y de su alfoz bermejaliano, observo que la gente se viste de mamarracho para andar. ¿Por qué hay que enfundarse un chándal horroroso de la tienda de los chinos para andar una horita a 15 minutos el kilómetro? ¿Por qué hay que ponerse unos adidas falsos horrorosamente blancos bajo el pantalón de particular? No van ciertamente así, sino tan elegantes como siempre, pues también andan para curarse en salud, mis amigas las hermanas Cobo, Carmen e Isabel, la marquesa de Benamejí, con las que comparto la caminata diaria por Sevilla. O por Triana, que es lo que me cuentan que ellas hacen. Desde su casa de frente a la iglesia de San Vicente van y vienen andando a Triana. Entran por un puente y salen por otro. Y partidario de Triana como soy, les comenté cuando me dijeron su itinerario:
-- ¿Habéis visto la vida que hay en Triana, lo animada que está siempre esa calle San Jacinto?
-- ¿Eso? ¡Eso es una maravilla! --me dijo Isabel--. La gente comprando en las tiendas de siempre, los niños yendo al colegio, esas mercerías maravillosas, las mujeres viniendo de la plaza...
-- Y ni una sola franquicia, Isabel. En Triana no hay un Benetton, ni un Hugo Boss, todo comercio tradicional que no ha cerrado...
Y fue entonces cuando las Cobo me hicieron la mejor definición sobre el arca perdida de Sevilla:
-- Nos gusta andar por Triana porque allí encontramos todo lo que hemos perdido en Sevilla. Triana es como toda Sevilla era antes...
Óooooooooooole.

 

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