-- Pues si te digo la verdad, ¿quieres creerte que este año no tengo yo ganas de Semana Santa?

Y te lo dice quien sabes que la cogía por punta el Domingo de Ramos con La Paz por el Parque y no paraba hasta que la más secreta Esperanza, la de la Trinidad, entraba el Sábado Santo entre el naranjerío del colegio de los Salesianos. (Inciso: en la Sevilla de los duales, hay dos finales oficiales de la Semana Santa. El uno, tradicional: la entrada de La Soledad, tocar las puertas de la parroquia de San Lorenzo como quien en Roma echa unas monedas a la Fontana de Trevi. Y el otro, real: el del reloj, no marques las horas, porque esto se ha acabado definitiviamente, que es el final de la Semana Santa en La Trinidad, junto a donde estaba la Puerta del Sol. Es curioso: los madrileños reciben el Año Nuevo en la Puerta del Sol y los sevillanos despedimos el año cofradiero en la Puerta del Sol, frente a Santa Lucía, la iglesia que tiene nombre de compañía de seguros con mujer del dueño metida a ganadera de bravo.)

Todos los años me encuentro con el que no tiene ganas de Semana Santa. Que no es el que se va a la playa, no. Es otro tipo de sevillano. El hastiado de Semana Santa suele ser el sevillano hondo y serio, harto de coles de esta metástasis cofradiera que sufre la ciudad, donde a veces las cofradías parecen en fase terminal. Es el sevillano harto de que prácticamente sea Semana Santa todo el año; de tantos bares "cofrades"; de tantos rincones del nazareno; de tanto lujoso anuario de cofradía; de tanta mesa redonda; de tanta banda; de tanto Consejo; de tanto vídeo; de tanto escaparate con costales serigrafiados con un Cristo; de tanto #Hashtag, Twitter, Facebook y Youtube; de tanta entrada en La Campana por la tele local... en pleno mes de julio. De tanto incienso magnum en copa de balón.

-- Óle: lo ha clavado usted. Son bares de incienso magnum con bayas de enebro en copa de balón...

Ese sevillano que ahora no tiene ganas de Semana Santa es el que se lamenta esta degradación populachera de los sagrados misterios de la ciudad, manoseados durante todo el año, tomados por muchos como trampolín social. El sevillano hondo no tiene ganas de esta Semana Santa donde los secretarios segundos de cofradías de tercera te entregan su tarjeta de visita con el cargo, como si fueran ejecutivos japoneses. A la Semana Santa se llegaba antes como los novios en aquel tiempo al matrimonio. La Semana Santa era la novia intacta que habrías de poseer en la esperada ilusión del tálamo del Domingo de Ramos. Pero a Sevilla con la Semana Santa le ha pasado como a los novios ahora. Sevilla está harta de tener relaciones prematrimoniales con la Semana Santa desde muchísimo antes de la boda, digo, del Domingo de Ramos. Que era la fecha nupcial, la mañana del "tul ilusión" de las velaciones, con el azahar de los naranjos a modo de ramo de novia, y no este hartazgo.