Dije aquí hace poco que, Instituto San Telmo aparte, en Sevilla no hay Escuelas de Negocios, sino Esquelas de Negocios, obituarios de las empresas que palman, gorigoris, como el presente, por comercios de toda la vida que pasaron a otra más duradera e imperecedera: la de los recuerdos de la Sevilla que se fue.

En Sevilla donde tanto se admira la lentitud de una media verónica que dura todavía, como la de...

-- ¡La de Morante!

-- ¿Y las de Curro, dónde me las dejas, hijo de mi alma? Morante tiene todavía una media verónica durando por ahí, una sola media verónica, pero es que Curro tiene por lo menos media docena de medias verónicas que no han terminado, porque el "The End" no tiene traducción en el toreo según Sevilla.

-- Ah, las famosas medias verónicas Duracell de Curro...

-- ¿Cómo las medias Duracell?

-- Sí, que las medias verónicas que todavía está dando Curro en la memoria de los aficionados son como las pilas que duran, y duran, y duran...

Bueno, pues en Sevilla donde tanto se admira la lentitud de una media verónica o de un palio sobre los pies (que es la mejor forma de andar sin que parezca que se anda), había, por el contrario, tres famosos rápidos. El primero era el Rápido Algeciras, el autobús del Campo de Gibraltar que traía a Sevilla los ejemplares del "España" con los dibujos de Martínez de León, y que se cogía para enlazar con el transbordador de Tánger e ir allí a ver jugar al Betis y a comprar piedras de mechero, relojes Cauny y estilográficas Parker. El Rápido Algeciras tenía sus oficinas en la Avenida, donde ahora está el Horno de San Buenaventura, y los vecinos veteranos del barrio aún estamos oliendo (¿verdad, María José del Castillo?) el aceite pesado de sus autobuses, camino de la estación del Prado. El segundo rápido admirado en Sevilla era el Rápido de Madrid, un tren sin el lujerío del exprés, pero sin la miseria del correo. Y el tercer rápido estaba en la calle Orfila, y era el más socorrido y servicial: El Rápido Americano. Nombre maravilloso para la sofisticación del zapatero remendón que ya había dejado de estar en las accesorias y en los huecos de escalera de media Sevilla. Decían las madres:

-- Qué pena, que a las botas del colegio de este niño hay que echarles medias suelas y el zapatero remendón ha cerrado.

-- No te preocupes, llévalas al Rápido Americano de la calle Orfila.

Y en El Rápido Americano les echaban las medias suelas, como a las señoras les ponían tapas nuevas en los tacones estrenados el Domingo de Ramos. Era la cultura del reciclado, en una Sevilla que guardaba los tapones de las botellas, las guitas de los paquetes y por supuesto las multifuncionales cajas de madera de las yemas de San Leandro. Un zapato tenía más vidas que un gato, gracias a los remendones. Y cuando los remendones desaparecieron junto con los lateros, los paragüeros y los lañadores, gracias al Rápido Americano. Que quizá por Americano, también tenía mucho de Mister Minit, el remendón moderno como de franquicia que te encuentras en todos los cortingleses y en todos los carrefures, y donde lo mismo te venden unos cordones que te echan media suela e igual te hacen copia de las llaves del portal que te duplican el mando a distancia del garaje.

El Rápido Americano, ay, ha cerrado. No pasen por Orfila, porque da una penita más grande ver que han puesto allí un restaurante turco de esos de Kebab (qué-Bab-a-ser-lo-mismo) donde antes estaba el imperio de los remedios contra los desavíos de calzado, arreglados en cinco minutos o metidos en la horma anti-juanetes... Solamente mi amigo Manuel Garcigó resiste con sus maletas y marroquinería en el antiguo esplendor de la muy cofradiera calle Orfila del Rápido Americano, La Previsión Española y La Casa de las Cocinas...