ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC, 1 de septiembre de 2013
 
Aquel galleguiño que voceaba el Diario
 

 Los gallegos, cuando llegan a Cádiz, suelen abrir un freidor. Algunos, hasta con nombre colonial cubano, como "La Oriental", que demostraba en una esquina del barrio de San José que Cádiz, aparte de La Habana con más salero, es también Santiago de Cuba con cazón en adobo. Si tal hacían los gallegos, abrir el freidor o el bache de La Cepa Gallega, aquel muchacho coruñés que llegó a comienzos del verano de 1961 rompió la tradición galaica, y en vez de un freidor puso las bases de la renovación de los medios de comunicación en España. Aquel muchacho gallego que llegó a Cádiz el año que Paco Alba había sacado "Pancho Albachi y sus mamarrachis" se llamaba Manuel Martín Ferrand. Un alumno de la Escuela Oficial de Periodismo que venía a hacer el primer verano de prácticas en el entonces aún no centenario periódico de los Joly, que conservaba el inmenso formato sábana especialmente diseñado para mentarle sus castas todas al puñetero Levante cuando se leía en la playa y que en la cabecera llevaba un marchamo que hacía pensar que aún no habíamos perdido las colonias, que Cuba y Puerto Rico seguían siendo nuestras: "Diario de Cádiz y su Departamento Marítimo".

Martín Ferrand era alumno brillante en aquella Escuela Oficial de Periodismo creada por el granadino Juan Aparicio y que dirigía Juan Beneyto en la calle Capitán Haya, a la espalda de la pétrea mole gris del Ministerio de Información y Turismo de Fraga. Había tenido suerte Martín Ferrand. Había podido pedir Cádiz para hacer las prácticas, en las que los alumnos de la Escuela sustituíamos a los redactores de vacaciones en los periódicos de provincias. Siendo durante el verano las prácticas, había guantadas por ir a periódicos de sitios con playa: al "Alerta" de Santander, al "Sur" de Málaga, al "Información" de Alicante... Algunos se tomaban las prácticas como un veraneo con sueldo raso de redactor, sin convenio colectivo: día de playa y noche de radacción. No así Martín Ferrand, que yo creo que fue a Cádiz no sólo a practicar periodismo en la vieja redacción de la calle de la Bomba que dirigía Federico Joly Höhr con Fernando Fernández de redactor jefe, y con Higinio Sainz, con Luis Alberto Balbontín y tantos redactores de leyenda, como el fotógrafo Juman, hijo de Pericón de Cádiz. El galleguiño Manuel se orientó pronto y sacó sabias enseñanzas: el Diario estaba junto a la plaza de la Cruz de la Verdad. Pero a la Cruz de la Verdad, en Cádiz, le llaman El Mentidero. Entre El Mentidero y la Cruz de la Verdad, Martín Ferrand fue de prácticas a Cádiz a por atún y a ver al duque, digo, a saberse el oficio y a mamar libertades en su mismísima Cuna, aprendiendo la lección de que hay quien se empeña en convertir la Verdad, ay, qué cruz, en El Mentidero.

Y terminada la tarea de la madrugada de café, tabaco y alcohol en la redacción, una vez en marcha la rotativa en los talleres del regente José González, Martín Ferrand, en vez de irse a echar el día a la playa Victoria, como los alumnos de la Escuela en prácticas de tantos otros diarios con puerto de mar, esperaba que la Koening Bauer escupiera los primeros ejemplares y los empaquetaran en el manipulado. Tomaba una mano de diarios y se iba a venderlos a la puerta del Astillero, voceándolos a los que entraban a trabajar en cuanto sonaba la sirena del vapor del Dique. ¿Era para ganarse unas perras que aquel galleguiño sin freidor vendiera los diarios a la puerta de Astilleros? No, era para comenzar a hacer pie en la realidad del agua tapada que no dejó ya en toda su vida: conocer los medios informativos hasta desde el otro lado, desde el punto de vista de la audiencia. Seguramente uno de aquellos trabajadores del Astillero que le compraban el Diario a Manolo en los amaneceres de Cádiz era el listero Paco Alba. Seguro que fue Manolo el que le vendió a Paco Alba el periódico en el que leyó la noticia que luego habría de hacer copla inmortal: "Leímos en la Prensa, que en cierta playa/quitaron la bandera de la nación..."

 

 

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