ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC,  4 de enero de 2014
                                
 
Un señor del Señor
 
 Cuando hablo de los hermanos del Gran Poder con número bajo o de los asiduos devotos de visita diaria a San Lorenzo, suelo decir: "Los señores del Señor". Representan una Sevilla clásica, apolínea, medida, de tendido de sombra, amanecer agosteño de Virgen de los Reyes y mili como voluntario de Aviación en Tablada o en las Milicias Universitarias de Montejaque. Sevillanos con clase. Mucha clase. Clase media, muy del Labradores o del Mercantil, con conciencia de pertenencia a la pequeña burguesía que hizo grande la ciudad de sus amores.

Sevilla se está quedando sin estos "señores del Señor". Se me acaba de morir uno de estos sevillanos en los que pensaba al escribir "los señores del Señor". Se llamaba Eusebio León Mejías. Era médico. Fue director del Real Hospital de San Lázaro, hasta que un día, como era de los cabales, de los que ponen su dignidad por encima de todo y para quienes el dinero no es la medida de todas las cosas, defendiendo su profesión y la historia del Real Hospital que fundó Alfonso el Sabio, tuvo que enfrentarse al socialista de turno del que dependía aquel centro que la Diputación no quería dotar de medios. Y Eusebio León, jefe del Servicio de Cirugía del Hospital antes que director, dijo entonces la frase clásica que pronunciar suelen los cabales señores del Señor:

-- Ea, pues ya estoy yo en mi casa...

Y ya en ella, en su puesto de cirujano por oposición en el hospital, dijo: "Mi dimisión no importa, lo que importa es la caótica situación sanitaria de Sevilla". Conocí al doctor León en los más amargos días de mi carrera profesional. Me demostró ser "amigo cierto de las horas inciertas". Nunca lo olvidaré. Si ahora le escribo este gorigori con cera color tiniebla y luz salesiana es porque le debo mucho desde aquellas inciertas horas. En las que me animó con su sevillanísimo sentido del humor. Eusebio León era habitante y vecino de esa Ciudad de la Gracia tantas veces profanada por tantos graciosos. De los de la frase exacta y el ingenio justo, con su cuarto y mitad de ironía y su cominito de retranca. Gracia muy seria, no aprendida ni de catálogo, sino espontánea. Y con su habla y su voz. Como Diego de los Santos o Antonio García Barbeito, el doctor Eusebio León tenía una de las más sonoras, hermosas y comedidas hablas sevillanas. Por el barrio quizá, me recordaba el habla de Rafael Montesinos. Que, a su vez, tendría que ser como hablaba Bécquer, otro sevillano de aquella collación.

Y currista. Naturalmente. De los de tardes de almohadillas sin un reproche: "Otro día será, Curro, mi alma". De los de la espera con esperanza. De los cabales del Rinconcito del Tendido Uno, casi debajo del palco de convite de la Real Maestranza, donde ven cómo el presidente le tira la llave al alguacilillo. Sevillanos del Rinconcito del Uno que tienen también ellos la llave del saber y del saber estar en la plaza. Y en Sevilla.

El doctor León fue, además, héroe anónimo en la tragedia de la Operación Clavel. Era el único médico de guardia de puerta en el Hospital de las Cinco Llagas el 19 de noviembre de 1961, cuando se estrelló la avioneta de "La Actualidad Española" sobre la multitud que esperaba en la Autopista de San Pablo a la Operación Clavel de Boby Deglané, que traía socorros a los damnificados por la riada del Tamarguillo. Eusebio León, sin más compañía en la guardia que el practicante Juan Fernández, empezó a asistir a las carretadas de heridos que le llegaban en las bateas de los motocarros. Se le ocurrió recurrir a la radio para pedir ayuda y donaciones de sangre. Aquella tragedia le marcó para siempre. Le marcó en su amor por la Medicina, en la entrega a su oficio, a su familia y a su Patria, y en la fe por su Señor del Gran Poder. Si la muerte siempre se lleva a los mejores, el Dios de San Lorenzo se ha llevado a uno de los mejores señores del Señor precisamente, ay, en los días de su quinario.

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