ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  1 de julio de 2014                 
                                
 
Vuelve el sombrero
 
No sé si me lo parece o si es realmente así: ¿usted no cree que en Sevilla cada vez se va a más gente por la calle con sombrero? Señores especialmente. E incluso canis. Con ese sombrerito completamente cani que ellos llaman "borsalino", pero que no tiene absolutamente nada que ver con los verdaderos borsalinos, que eran los sombreros italianos de esta marca, de fieltro y anchas alas, que usaban los gánsteres de Chicago. Un gánster sin borsalino, sin traje de raya diplomática y sin metralleta ni es gánster ni es ná: eso es todo lo más un componente de la chirigota "Los Peperonis" de Manolo Santander, la que sacó el memorable pasodoble "Me han dicho que el amarillo", ya himno oficioso del Cádiz C.F. El que llevan los canis no es borsalino ni Maquedano que lo fundó; pero, bueno, a efectos de la tesis de este artículo, que es el retorno del sombrerismo, no vea usted el avío que nos ha dado hasta el final de este primer párrafo. Punto y aparte, pues.

Usted habrá visto como ilustración en muchos libros de Historia Contemporánea el anuncio de una sombrerería de Madrid al terminar la guerra: "Los rojos no usaban sombrero". Lo que son las cosas. Ahora son los rojos los que lo usan. O al menos la chavalería votante de Podemos, si a eso se le puede llamar rojerío, que tampoco sé. El sombrero era antes cosa de persona mayor conservadora, pero ahora lo llevan los muy jóvenes y muy progres y antisistema. Sombreros como los falsos borsalinos ya descritos o el jipijapa de toda la vida, al que llaman "panamá". Que por cierto sólo tiene de Panamá el nombre. Los buenos, los verdaderos, los que se enrollan y caben en el bolsillo, están hechos en Ecuador. Pero como el presidente Wilson se puso un auténtico jipijapa ecuatoriano para inaugurar el Canal del Panamá, donde hacía un solazo del carajo, pues los americanos le lalmaron "sombrero de Panamá" al jipijapa y panamá se le quedó.

¿Por qué vuelve el sombrerismo? Pues yo creo que por razones médicas. Los dermatólogos están haciendo por el sombrerismo más que Maquedano, García y Padilla Crespo juntos. Usar sombrero en verano en Sevilla, en esta ciudad que Monteseirín desarboló y dejó sin sombras en la Avenida, es la mejor forma de luchar contra el cáncer de piel. No sé si será por el puñetero agujero de ozono, por el efecto invernadero o por las castas todas de la contaminación, pero el sol cada vez quema más en Sevilla. Tela. Se lo leí en ABC al dermatólogo don Julián Sánchez Conejo-Mir: el sol en Sevilla quema igual que en la playa en Chipiona. Siento disentir del sabio doctor de tan ilustre apellido dermatológico: lo mismo que en Chipiona, no; en Sevilla el sol quema bastante más, porque en Chipiona para ir a Las Tres Piedras te embadurnas de crema protectora del 50 o de pantalla total, y aquí sales a pelo, y vuelves a casa con la frente como un langostino de los que se comía Torrijos con cargo a los presupuestos. Sabio consejo el de usar sombrero en Sevilla en el verano de "este sol padre y tirano" de José Andrés Vázquez.

Y lo mismo que los oculistas recomiendan que no se usen gafas de sol de las que venden en las tiendas de los chinos, que se compren homologadas en las ópticas, porque las otras son fatales para los ojos, así yo también recomiendo que se compren los sombreros contra el solazo de Sevilla en los establecimientos de garantía, y no en las tiendas de los chinos, que los panamás que venden a cuatro euros ni te preservan del sol ni nada, y nada digo de los borsalinos que los canis se echan hacia atrás, hacia la coronilla. Vayan a Maquedano en la calle Sierpes, o a García en la Alcaicería, o a Padilla Crespo en la calle Adriano y cómprense un jipijapa como Dios manda. Como los que se han usado en Sevilla toda la vida de Dios. Como el de Juan Belmonte y como el que gasta desde hace muchos veranos mi dilecto compañero de Academia don José Antonio Gómez Marín. Y, por favor, un jipijapa de alas anchas, no esos sombreritos como de Nat King Cole de ridículas alas estrechitas que se gastan los canis y que no sé por qué demonios llaman borsalinos.

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