ANTONIO BURGOS


 

ABC, 13 de agosto de 2014                 
                                
 
Antonio Colón, maestro de sevillanía
 
Se nos ha ido un gran periodista, un gran liberal, un gran sevillano: Antonio Colón Vallecillo. Aparte de un enamorado de Sevilla, medio gibraltareño y medio tangerino. La gaditana María Vallecillo lo parió en La Línea de la Concepción, pero nos contaba en las noches de café y humo de esta Redacción que a punto estuvo de nacer en el Peñón, en aquel Gibraltar que cada noche se cerraba después del cañonazo que ordenaba salir de la Roca a los trabajadores españoles. Colón fue un gran redactor-jefe de ABC de Sevilla y su inolvidable critico cinematográfico. Sólo la ficha técnica de las salas donde Colón vio aquellos estrenos que a la noche reseñaba en ABC sería una toda crónica sentimental de Sevilla: Llorens, Pathé, Rialto, Coliseo, Imperial, Palacio Central. Y la lectura de esos textos, breves, urgentes, magistrales, nos revelaría que Antonio Colón fue el gran escritor de cine en la Sevilla del siglo XX. En aquel cine de los cuadros casi de los Hermanos Lumiere que vio Rafael Laffón en su "Sevilla del Buen Recuerdo" y que los poetas de Mediodía pusieron en el filo de la navaja de Buñuel en sus versos ultraístas, Colón fue el cronista de la historia de una finca: el latifundio de Hollywood que llenaba de sueños la Sevilla de los tranvías, los corrales y la riada del Tamarguillo. Ningún crítico con su visión, su cultura, su modo de descubrir el arte.

Colón fue poeta en su juventud. No quería que nadie supiera que había publicado un libro de versos, "Cante amargo", impreso en la calle Alfonso el Sabio, en las Gráficas López Lozano, una imprenta que durante algún tiempo tuvo don Joaquín Carlos, el que luego, como director de ABC, habría de traerlo a Sevilla desde su Tánger del diario "España".

Tánger... Allí fue la forja de ese gran liberal, de ese gran periodista, de ese gran sevillano añorante en la distancia que cada Jueves Santo venía a salir de nazareno en El Calvario. Colón fue uno de los niños de la República. Un vecino apasionado de la Sevilla imposible de la Tercera España, la que no estaba ni con los nacionales ni con los rojos: la de Manuel Chaves Nogales. Su padre, el malagueño Fortunato Colón, que puso un negocio de venta de coches americanos en los bajos del Coliseo España, en lo que luego sería Bar Zahara, perteneció a aquella Sevilla burguesa de Don Diego Martínez Barrios que en pocos meses pasó de la ilusión tricolor al desengaño de ver arder la Capillita de San José. Colón fue un muchacho de la Institución Libre de Enseñanza. Un liberal que hizo Bachillerato en el desamortizado Villasís de la Compañía expulsada de España, convertido en el Instituto Escuela, donde fue compañero de banca de Solita Salinas, la hija de Pedro Salinas, catedrático de Literatura en la Universidad de la calle Laraña. Colón fue luego un niño la guerra, un vencido niño republicano en la Sevilla de Queipo de Llano. Colón quiso ser periodista y en su tierra. Por sus antecedentes de libertad, no pudo. No quiso hocicar como otros y ponerse la camisa azul para hacer periodismo. Cogió el autobús con gasógeno del Rápido Algeciras y el transbordador «Virgen de África» y se fue a vivir en la película «Casablanca». Quiero decir, a Tánger. Allí se podía ser periodista sin camisa azul y sin saludo a la romana. En el «España» de Tánger. Que eran los orteguianos recuelos de «El Sol» en un territorio libre, como una «Revista de Occidente» en edición diaria, con toros y fútbol y dibujos de Martínez de León. Antonio Colón trabajó en el «España» de Cerezales, de Corrochano, de Zarraluqui, de Fernando Vela, el que había sido secretario particular de Ortega y Gasset. De la política internacional a los toros, ninguna materia le fue ajena en aquella redacción, versión periodística del café de Rick en el Tánger de Paul Bowles donde un día fue a echar la tarde al Hospital Español, porque estaba allí encamado y solo, recién operado de apendicitis, con un muchacho al que nadie le echaba cuenta y que se llamaba Juan Carlos de Borbón y Borbón... Un Tánger donde conoció a Bárbara Hutton y donde pudo entrevistar a medio Hollywood en el bar del Hotel El Minzah.

Casi lo vi volver a Sevilla desde aquel Tánger que había dejado de ser internacional y libre, de aquel Marruecos que acababa de proclamar la independencia. Colon volvía a su Sevilla lleno de ilusiones profesionales que no del todo le dejaron cumplir. Lo tuve noches y noches de redactor-jefe. Supe de su sevillanía, de su aficiòn por la literatura, de su sentido poético. De su trazo periodístico de amplio espectro, que lo mismo escribía un comentario semanal de política internacional que la crónica de la Coronación de la Esperanza Macarena. Sevillanísimo de honduras, no había afán de la ciudad que le fuera ajeno, ni Virgen ni Cristo al que no le rezara aquel viejo niño republicano de la banca del Instituto Escuela. De Antonio Colón aprendí en la larga mesa de Redacción de la calle Cardenal Ilundain dos asignaturas fundamentales: libertad y Sevilla. Cuando una noche le entregué la necrológica de don José Sebastián y Bandearán que me había encargado con su esquela del modelo 5 recién llegada al taller, tras leerla y elogiármela, le dijo al autor de "Andalucía, ¿Tercer Mundo?"

-- Niño, ¿tú por qué no escribes más de Sevilla y te dejas de tanta Andalucía?

Eso hago hoy, querido y viejo liberal: me dejo de tanta Andalucía y te doy el Oscar del sueño de nuestra Sevilla. Y te sigo viendo en la Madrugada, en la esquina de la calle Francos con Chapineros, pasar con tu gabardina de profundo creyente detrás de la cimbreante plata del palio de la Virgen de la Concepción. Adiós, querido maestro de sevillanía, que por tu culpa, culpita me quedé amarrado al duro banco de esta galera turquesca de sueños que tú mejor que nadie sabías que, al igual que el cine de tus estrenos en el Pathé o en el Llorens, es Sevilla.

Antonio BURGOS

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