ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 2 de septiembre de 2014                 
                                
 
La Gorda y La Guapa
 
Si yo empiezo este artículo diciendo que "Sevilla tiene dos torres", puede que alguien, con la guasa de aquí, me diga:

-- ¡Adiós, Manolo Pareja Obregón!

Por eso no empiezo así. Por eso comienzo por lo clásico, diciendo que la dualidad de Sevilla se ve en los cielos que perdimos. Sevilla tiene mil torres, más que Écija, y cuatrocientos millones de espadañas. Pero tener, tener, lo que se dice tener, sólo dos: la Giralda y la Torre del Oro. Son las torres oficiales. Las que salen en las sevillanas. Las torres fijas de plantilla, que anda que no cobran trienios ni ná... Las que retratan los turistas (una más que otra, la verdad). Si por algo ha fastidiado la Torre Pelli es porque se ha cargado esa dualidad como tercera en discordia. Ay, qué pena, que al alcalde haya roto en aizkolari tirando los árboles de la calle Almirante Lobo y no la Torre Pelli, que en la campaña electoral prometió que iba a parar y que después, cuando se sentó en el sillón, le pasó como a todos, que si te vi no me acuerdo.

Hablando de ese arboricidio que el alcalde perpetró y que ni la oposición ni los ecologistas no supieron impedir, creo que hay que exculpar un poco a Zoido. Sé lo que ha pasado. Sé la causa de todo. Me lo preguntó una amiga:

-- ¿Y tú por qué crees que Zoido ha tirado esos árboles?

-- Porque no sabe decir que no y a este hombre lo ha vuelto loco la Torre del Oro.

-- ¿Cómo que lo ha vuelto loco la Torre del Oro? A ver, explícamelo que yo me entere...

-- Verás, Carmen: Sevilla tiene dos torres, como tú sabes. La Gorda y la Guapa. La Guapa es La Giralda. Que es alta, proporcionada, elegante, perfecta. Está delgadísima. Vamos, como si todos los veranos fuera a la Búchinguer. Un bellezón de torre. Es la que sale en las fotos, la que retratan los turistas, la que hay guantadas para sentarse en un velador en la calle Mateos Gago y hartarse de mirarla. Porque ella, mujer al fin y al cabo, le encanta que la miren y la mimen, que la piropeen, que le dediquen sevillanas.

-- Esa es la Guapa, ¿y la Gorda?

-- ¿Pues cuál va a ser? La Torre del Oro, que es una torre horrorosa. Gorda, bajita, rechoncha, con un culazo así de grande, que no le están bien ni las tallas XXL de ropa para torres en las rebajas... No sale apenas en las sevillanas, y cuando sale, es porque está en El Arenal, no por ella misma: "Arenal de Sevilla y olé,/Torre del Oro".

-- ¡Ay, qué bueno! Es verdad: la Torre del Oro es la Gorda y la Giralda, la Guapa. Y la Gorda, además, está tiesa, porque ya ni tiene oro ni tiene nada...

-- Completamente tiesa, Carmen. Pero muy envidiosa. Se muere de envidia viendo que los turistas se van a la calle Mateos Gago y se lían a hacerle fotos a la Giralda desde la esquina de Rodrigo Caro, donde está la botica de la hija de don Tomás Rodríguez Moreno.

-- ¿Y qué tiene eso que ver con los árboles de Almirante Lobo?

-- Porque como le tiene envidia a la Giralda, no veas el coñazo que La Gorda le estaba pegando al alcalde todos los días: "Juan Ignacio, hijo, por Dios, a ver si me cortas esos árboles de ahí, para que los turistas me puedan ver bien y me hagan fotos como a la Giralda. Anda, hombre... Total, ¿a ti que más te da?". Y tanta tabarra le dio la Torre del Oro al alcalde, Carmen, que La Gorda se salió con la suya y Zoido le quitó los árboles.

-- ¡Qué señora más envidiosa!

-- Muerta de envidia con La Guapa. Cuando no sabe ella que ahora, cuando se la vea bien, es cuando se va a dar la gente cuenta de verdad de lo gorda que es, de lo fea, de lo bajita, rechoncha y horrorosa que es, que por no tener no tiene ni campanas, y que no hace más que ronear del Oro que ya no tiene. Como estaba bien la Torre del Oro era tapadita por los árboles de la calle Almirante Lobo, sin que se viera que es como Falete en clase de torre.

-- ¡Pero esto que me estás diciendo es genial, Antonio! ¡Tienes que escribirlo!

-- ¿Y qué te crees tú que voy a hacer en cuantito que llegue a casa, Carmen?

 

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