ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 3 de octubre de 2014                 
                                
 
Elogio del Ave de Silencio

 

Escribí sobre el Ave de Silencio el pasado julio, cuando anunciaron que lo ponían. Dije: "No sé si estoy a favor o en contra del vagón silencioso del Ave. A lo mejor sí. En el Ave de Madrid a Sevilla es donde más pega del mundo el vagón de silencio. De negro. De cola (o en cola). De ruán. Con esparto. ¿Cómo viene el Ave desde Madrid a Sevilla? Pues como el padre de Rafael Montesinos iba de nazareno en "El rito y la regla": por el camino más corto. Sin hablar con nadie. Sin pararse. Antes de que hubiera penitenciales y casi flagelantes ferrocarriles de silencio como el Ave, los trenes de barrio, que eran de capa y solían llevar el Carmen de Salteras o Las Cigarreras, ¿qué iban a ir por el camino más corto, que es Brazatortas, el pueblo manchego donde nacen los escritores cordobeses? Los trenes que no eran de silencio volvían a Madrid por donde querían, y hasta paraban a tomarse una copita en Linares-Baeza y un cafelito en Alcázar de San Juan, y se quitaban el capirote, y hablaban con el vecino de departamento. Un cachondeo, impropio de la estación. A eso, a eso suena Santa Justa con el Ave de silencio: a estación... de penitencia."

Cuando tal dije, no me había montado en el Ave de Silencio, porque aún no lo habían puesto. Ya me he montado. Y puedo decir que estoy abiertamente a favor del Ave de Silencio. Tuve que ir a Madrid a hacer un mandado, de los del palizón de ida y vuelta en el día, que echas un jornal en el tren, y gracias a la chavala amabilísima que me vendió el billete en las ventanillas de la estación de Santa Justa pude probar esta maravilla. Me ofreció asiento en el vagón de silencio y sin dudarlo acepté. Acepté y acerté. Hay que probarlo. Usted tiene quizá la idea del Ave como el lugar donde todo niño chilla y corretea; todo peluso en camiseta de tirantas expande su olor a sudorina; todo ejecutivillo se lleva todo el viaje hablando por el móvil; y todo japonés que se baja en Córdoba da por saco con su maletón grande, grande que no tiene donde ponerlo, ¿no? Bueno, pues el vagón de silencio, que tiene número de tendido de sol, el 12, es todo lo contrario de esa idea. Una maravilla. Recoleto como el compás de un convento. Silencioso como la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla por la calle Francos. Cómo será de silencioso el vagón "Mute" del Ave que sólo falta, en vez de azafata, un hermano canastilla como diputado de tramo, castañeteando los dedos para decirle al tren que levante la cera, se la ponga al cuadril y eche a andar. Silencio puro de oliva. Prohibidos los chillidos. Prohibidas las ordinarieces de las risotadas cuando el chistoso de turno hace la gracia originalísima (por los cojones) de decir al pasar por Puertollano que ni es puerto ni es llano.

¿Y la penumbra? Si bueno es el silencio del vagón, mejor su penumbra, como de tango argentino: a media luz los dos, el Ave y usted. El vagón de silencio del Ave, con esa lucecita tenue, como de bombilla antigua de pueblo, es el lugar idóneo para pegarse el siestón del siglo. Es de siesta de pijama. O para pegarse la siesta del cordero, si es hora preprandial.

A usted, que le gusta ver El Silencio, el Gran Poder, El Calvario, Santa Cruz,  El Amor, La Quinta Angustia, Los Estudiantes, Las Penas de San Vicente, La Vera Cruz, las Tres Caídas de la Costanilla, el Cristo de Burgos,  La Mortaja, la Soledad de San Lorenzo, El Valle y todas las cofradías llamadas "serias" (como si las demás fueran de cachondeo), le encantará el Ave de Silencio, que evoco su penumbra y me está entrando un sueñecito más rico con el traqueteo... Vagón que no es de ruán, pero sí de cola: va siempre al final, el 12. Le falta el cinturón de esparto. Lástima que todo quede en el Ave. En la Sevilla vociferante y ordinaria donde no puedes hablar en muchos restaurantes de los chillidos que pega la gente y lo fuerte que gritan, se echa de menos esa maravilla del Vagón de los Callados. Donde habría que poner la frase de Cervantes que el poeta Rafael Laffón tenía en un azulejo en su chalecito de Heliópolis: "De lo que más se contentó Don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había".

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