ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 16  de octubre de 2014                 
                                
 
Gloria para un sevillano de gloria

 

Cuando a los pies de su Reina de Todos los Santos de Omnium Sanctorum murió don Antonio Prieto, mi profesor de Historia del Arte en Portaceli, pensé que hay dos clases de sevillanos: los de penitencia y los de gloria. Don Antonio era de gloria. De los sevillanos de vara junto a un estandarte antiguo en la mañana del Corpus. Hay ya muchos sevillanos de esa secreta vertiente de nuestras delectaciones, fuera de la "gloria nazarenorum". Y si ahora hay tantos, es por obra, escritura, investigación y divulgación de un gran historiador que ha muerto en la madrugada del día de Santa Teresa: Juan Martínez Alcalde. Aquel divino sordo, apasionado de Sevilla, que todo lo sabía de la iconografía de mi Virgen de la Antigua cuando le preguntaba por una imagen que me había encontrado en un alejado convento de pueblo.

Juan Martínez Alcalde fue a las hermandades de gloria lo que Juan Carrero a las de penitencia: el apasionado autor de sus Anales, el que las conocía todas, el que las fijó y dio esplendor, el que defendió lo antiguas e ilustres que eran, sin capiroteros y sin Cuaresma, pero con esa sevillanísima floración mariana de mayo. Toda la vida de Juan Martínez Alcalde fue un abnegado Pregón de las Glorias. Como en un eterno mayo, con flores a María. No se hartaba de echarle flores a María. Ahí quedan sus artículos en ABC o en el "Boletín de las Cofradías". Ahí sus libros: "Sevilla Mariana", "Anales de las Hermandades de Gloria", "Hermandades de Gloria de Sevilla".

Fue alumno de la familia Rey en el Colegio San Francisco de Paula y se le notaba. Fue discípulo universitario de don Antonio Sancho Corbacho y se le notaba. Era quizá el último mohicano de aquella escuela de historiadores sevillanos tan ligados a las cofradías y a su imaginería, que tuvo su cuna con don Francisco Murillo en el Laboratorio de Arte de la Facultad de Filosofía y Letras. ¿Cuántas horas de su vida pasó Juan Martínez Alcalde en los archivos, limpiando la plata de la Historia para mayor esplendor y gloria de nuestras Vírgenes, de su Divina Pastora de la calle Amparo?

Y como si no fuera un sevillano de penitencia, ni de gloria, sino de roja cera sacramental, yo evoco ahora a Juan Martínez Alcalde en dos momentos de su vida, en dos vísperas de Corpus. Una es en los primeros años 80, cuando las hermandades, con Juan Castro Nocera a la cabeza, acaban de rescatar la languideciente procesión del Corpus y la ciudad se goza viviendo sus vísperas antiguas de altar y escaparate. Estoy dando el provinciano y delicioso recorrido vesperal por la Carrera del Corpus. Vengo por la calle Cuna, y al llegar al Salvador me encuentro con Juan. Este sevillano de gloria está en la gloria. Acaba de colgar la fachada entera de la casa que hace esquina con Sagasta, la de la juguetería de nuestra infancia en los bajos. Ha adornado de damascos y reposteros toda la fachada y se goza de ello. Y como anda por la Historia de Sevilla como Pedro el Cruel por el Alcázar, me dice:

-- La he puesto imaginando cómo colgaron todo el Camino Real cuando entró Carlos I por el Arco de la Macarena para casarse con Isabel de Portugal.

Juan, como aquella fachada de Corpus, había colgado las mejores galas en las cofradías de gloria de Sevilla, en sus Vírgenes. A ello dedicó toda su vida. Que se iba apagando cuando en una maravillosa sorpresa me lo encontré esta última víspera de Corpus en la calle Placentines, haciendo el mismo recorrido provincianito de escaparates y altares de siempre. Con un sentido muy valdeslealesco de la vida, me dijo:

-- Ya no voy en silla de ruedas, pero a pesar de eso, verás, Antonio, que en Sevilla hay dos resucitados: el de Santa Marina y yo.

Ya no me encontraré más, ay, a aquel apasionado divino sordo, loco por sus Vírgenes y sus glorias, en los atardeceres de jacarandas de las vísperas de Corpus. O sí. Este junio, los vencejos bajarán de los altos cielos para confirmarme lo que ahora siento: que a aquella imperecedera Gloria, junto a sus Vírgenes y a su Pastora Divina, llegó el día de Santa Teresa un irrepetible sevillano de gloria.

 

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