ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 27 de octubre de 2014                 
                                
 
Sagasta, eterna primavera

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José Montero Arpa, en su floristería (Foto J.Dominguez Arjona)

Ya sé por qué cuando las loteras de las Cuatro Esquinas de San José pregonan la que siempre toca dicen que es "de Sagasta, la de los millones". En efecto, Sagasta, la calle Sagasta, es la de los millones. Aparte de los millones que reparten las niñas que le vendían su lotería, es la de los millones de sevillanías más íntimas. La de los millones de recuerdos de nuestras estampas de primera comunión del Rosario de Oro. La de millones de versos de la tiendecita de bisutería que en la esquina de Monardes tenía Antonio Rodríguez Buzón, aquel que, en competencia lírica y lícita con las loteras, nos pregonó que "pero como Tú, ninguna". Sagasta es la de los millones de camisas y chaquetas como inglesas que han salido en elegantes bolsas de los probadores de la Camisería Galán. Sagasta es la de los millones de horas detenidas en las esferas del escaparate de Torner, el relojero de la ciudad. Sagasta es la de aquellas recetas del cuadro médico de la Asociación de la Prensa que íbamos a comprar en la farmacia de Zambrano.

Y Sagasta, la de los millones, es la de los millones de flores que el florista de las rejas del antiguo Café de Emperadores, luego Banco de Vizcaya, luego Virgin, luego Desigual y luego vaya usted a saber cuántos comercios más, ha ido colocando a lo largo de los tiempos en esos hierros. Desde 1880 hay flores en ese puesto de la calle Sagasta. ¿Habrán pasado por allí millones de claveles de señorito, de varas de nardos, de rosas primorosas, de azaleas, de gardenias en busca de boleros o de margaritas en busca del "sí" de una novia? Esos millones de flores están hoy de luto. Puede haber lutos de blanco, como dicen que lo guardan los japoneses, y hoy los jazmines, y los nardos, y las gardenias de la callejera floristería de Sagasta están de luto por su dueño, por don José Montero Arpa, que ha muerto a los 93 años, gran parte de los cuales, con su babi, con su amoroso trajinar de tijeras y tallos en las manos, lo vimos allí, como acariciando las plantas, al pie de aquellas rejas, cual el jardinero trianero del trabajo gustoso de Juan Ramón Jiménez. Ahora sé el secreto. José Montero le ponía las flores a Sevilla en la reja de su puesto de la calle Sagasta porque pelaba la pava con la ciudad. El negocio más insólito y secreto de Sevilla: un establecimiento que tenía por local la calle. Nada menos y nada más que un trozo de Sevilla: el que iba de unas rejas a unos escaños de madera donde colocaba macetas y ramos, flores y sobres de semillas para reproducir aquella maravilla en las macetas de cien balcones, en los macetones de cien sombríos patios de pilistra y vela.

En la calle O´Donnell estaba una rara Casa sin Balcones. la de la relojería de sus bajos. Y en Sagasta, la Casa de la Reja Florecida. Este florista sin floristería, como los antiguos puestos de periódicos sin quiosco. Como empezó Curro el de los Periódicos en la esquina del agraz de Dolorcitas y como de muchachos vimos a la señora que en la Avenida vendía el "Dígame y "El Ruedo" en el escalón del Automóvil Club, al lado del Aero. Nadie sabía de dónde todos los días José Montero sacaba las flores para montar su puesto. ¿Las traía del jardín de la Rosita de Capuchinos de la copla? ¿Se las prestaría don Miguel de Mañara de sus rosales de la Caridad? Vara de nardo y jazmín permanentes, olor a gloria. Y a Madrugada. De este puesto de Montero salieron para muchas madrugadas las flores para el monte del Cristo del Calvario. Y la propia exposición de flores colgadas a las rejas bancarias o comerciales tenía algo de exorno floral de un paso, de claveles encañados y clavados al morcillón de esparto de la reja.

Gracias a Montero el florista, Sagasta era la calle de la eterna primavera. Gracias a sus herederos, que continúan el negocio familiar que don José Montero empezó en 1935, lo sigue siendo. Allí no faltan nunca las flores, como no le falta a Santa Angela de la Cruz en su monumento de San Pedro. Como un macareno donante de flores, don José Montero le ofrecía cada día a Sevilla las de su eterna primavera de Sagasta.

 

                     

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