ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla ,  13 de noviembre de 2014                 
                                
 
El milagro del armao

El Carre, tras el paso del Señor de la Sentencia
 
Quevedo, que sabía mejor que nadie que "solamente lo fugitivo permanece y dura", que es la mejor forma de describir cómo se aleja el verde palio de la Esperanza por una esquina, desolado le dijo una vez a un peregrino: "Buscas en Roma a Roma y en Roma misma a Roma no la hallas". Eso le pasaba a Quevedo porque no se puso a buscar en la calle Sor Angela de la Cruz, donde las Hermanitas le cantan a la Esperanza Macarena cuando el sol ya la ha proclamado Pura y Limpia en el amanecer del Viernes Santo. Cogiéndole las vueltas a Quevedo, yo me he ido ahora a los recuerdos de esa casa de la vieja calle Alcázares donde nació Fernando Villalón. Donde volvían al amanecer las hermanas de Sor Angela tras pasarse la noche en vela cuidando enfermos en los corrales del hambre en aquella Sevilla de tranvías y riadas. Y he visto el lugar en el mejor momento del año. Cuando suena la música del maestro Gámez Laserna con la Banda de Soria 9 al completo, porque "Pasa la Macarena". Lo mejor que puede pasar en un lugar donde tantas buenas cosas pasan, cual el convento de las Hermanas de la Cruz, es que pase la Macarena. Porque antes han pasado los armaos, Senado y Pueblo de Roma y de Sevilla y de la Macarena y de las Murallas y de la Torre Blanca y de la calle Parras y de los Callejones y de la Plaza y de Anchalaferia y de la Correduría y de los Hércules de la Alameda, todo en una pieza.

Los duendes picarones y picardeados de las murallas me han llevado ahora de la mano hasta el convento de las Hermanas precisamente en ese momento del Viernes Santo. Cuando está pasando el plumerío y la cornetería y la tamborería y el coracerío de la Centuria. Entre esos armaos va El Carre. Lo veo ahora con su coraza, con sus plumas, con su lanza, con el rachear ceremonioso de las sandalias del Imperio sobre los adoquines de la calle, nublados sus ojos en lágrimas cuando oye, junto al rufar del tambor de Hidalgo, el canto de esas Hermanas de la Cruz que están en el más divino zaguán que en Sevilla existir pudo, antesala del Cielo. Son las hermanas de Sor Angela y de Madre María de la Purísima. Las que visten a la Esperanza. Las madrinas de su Coronación.

Y me siguen contando los duendes macarenos de la muralla que una de esas hermanas de la Cruz, Madre María de la Purísima, es la que precisamente estaba de guardia en la antesala del Cielo de verdad el día que a aquel armao, a Francisco José Carretero Díaz, al Carre, le dio aquel ataque tan malo cuando echaba una mano a un amigo detrás del mostrador de su bar de Los Bermejales. Cuando acudió el 062 y lo creyeron muerto como a Mañara en la calle del Ataúd. Cuando lo llevaron al Hospital Virgen del Rocío y tan por muerto lo dieron que hasta iban a desenchufarlo y a pedir a la familia que donara sus órganos. Hasta que un médico se acercó y le pasó un dedo ante los ojos, que movió, siguiéndolo. Y fue entonces cuando, ran, cataplán, como la tamborería de la Centuria cuando va a rendirse en San Lorenzo ante el divino Hijo de la Esperanza, vino el redoble de oraciones de los armaos y de los macarenos a Madre María de la Purísima, la que habían beatificado en el Estadio Olímpico delante de la mismísima Esperanza. Total, Madre María de la Purísima es de la hermandad: Hermana de la Cruz y hermana de la Esperanza. De la Esperanza certísima en que salvaría al Carre que tenían todos los macarenos, ¿verdad, Rosa; verdad, Paco? Así fue. Los médicos certificaron luego que la curación del Carre fue estrictamente milagrosa. Papeles que fueron a Roma, donde estaban esperando un milagro de la Madre María Purísima para hacerla lo que fue en vida: santa. ¿Qué mejor milagro puede reconocer Roma que la vuelta a la vida de un armao de la Roma macarena de la Centuria? Todo queda en Roma. El Carre sabía que su Esperanza nunca le falla. Se lo dijo Ella en la basílica de verdad, la del Arco del cielo, con su manto rojo y su saya blanca: «¿Tú que haces aquí, Carre? Anda, vuélvete a la Macarena, que hasta los 75 años no tenemos que vernos». Así fue que El Carre volvió a la vida, de la mano del ran, cataplán de la tamborería de oraciones macarenas a Madre de la Purísima. Si Quevedo hubiera ido a la calle Sor Angela de la Cruz, habría encontrado allí a Roma misma, reconociendo en la Roma de la Centuria el milagro de la Esperanza en Madre María de la Purísima.

INFORMACIONES SOBRE EL MILAGRO

El milagro de Madre María de la Purìsima a un armao de la Macarena, por Gloria Gamito

El milagro del Carre, por José Gómez Palas

SOBRE LA CENTURIA ROMANA MACARENA, EN EL RECUADRO

"Armaos en San Lorenzo"

 

                     

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