ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla , 9 de enero de 2015                 
                                
 
El Padre Sarmiento ya ha ascendido

 

Si hubiera sido jesuita y lo hubieran destinado a Portaceli, quizá el muy aragonés y muy español padre don Ángel Martín Sarmiento, por la cercanía de Nervión, se hubiera hecho sevillista. Pero como era misionero del Inmaculado Corazón de María y lo destinaron al colegio de su congregación en Heliópolis, se hizo bético, del mismo modo que hermano del Silencio su fundador, San Antonio María Claret. Por razones de geografía urbana y también teológicas: por la cercanía de la gracia. Si para nosotros los béticos el Glorioso es una fe, casi una religión, una encarnación de la virtud teologal de la Esperanza y el Credo en el más allá del foso de la Tercera o, ahora, del infierno de Segunda, ni les cuento para nuestro querido capellán. Predicó con su vida y con su ejemplo sacerdotal el testimonio de las trece barras. Sin ocultar nunca que era cura y que su divertida conversación le prestaba la boca a la Palabra de Dios. En estos tiempos descreídos, hay que tener mucho valor para no avergonzarse de la fe ni de Dios y convertir en el campo del Betis, como hizo, el frío y laico minuto de silencio por la muerte de un correligionario verderón en el rezo de un sentido Padrenuestro por su alma.

Padrenuestro... Como si fueran los pareados apasionados de Manuel Melado al vocear las alineaciones por las cuatro esquinas del Villamarín, la oración fúnebre que decía Don Ángel no podía ser otra que el Padrenuestro. El, en cierto modo, era lo mismo que las dos primeras palabras de la oración que el mismo Señor del Gran Poder nos enseñó: era como el padre nuestro de todos los béticos, más allá de la capellanía del club. Como nuestro padre espiritual. Cuando cada mes de enero, por estas fechas, iba a nuestra parroquia del Corpus Christi a encargarle una misa funeral por mi suegro Daniel Herce, me hablaba siempre de su apasionada España, de nuestra España. Don Ángel tenía algo de militar que servía a su España, como si la Patria lo hubiera destinado de capellán castrense del Betis en el frente de los campos de juego donde no se pone el sol: el Luis del Sol en el corazón y la memoria. Y luego que habíamos llorado juntos y sin lágrimas por nuestra España y por los males de la Patria, me decía:

-- ¿Y nuestro Betis? ¿Usted cree que nos vamos salvar?

El, que nos señalaba siempre con la Palabra de Dios el camino de la celestial salvación eterna, estaba siempre preocupado por la terrena salvación del Betis. En las verdes praderas. Le comenté un día, tras escucharle una misa:-

-- Hay que ver, don Ángel, cómo se viene usted arriba en banderillas cuando en el salmo responsorial dice lo de "el Señor es mi pastor; nada me falta, en verdes praderas me hace descansar". Dice usted lo de las "verdes praderas" con tal sentimiento bético que, vamos, es que estamos viendo avanzar a Gordillo sobre el césped del Villamarín...

Le pregunté una vez a don Ángel en persona si Dios era bético y me hizo un gesto de guasa sevillana con su ancha sonrisa maña. Se lo volví a inquirir por segunda vez, como en las amonestaciones de dichos, en un recuadro, y me contestó en estas páginas de ABC. Escribió: "El misterio y el juicio de Dios son insondables, escapan a nuestro entender y suponer. Pero no es menos cierto que Cristo Jesús mostró siempre sus deferencias en favor de los arrinconados en los últimos lugares. El Real Betis lo es todo a la vez: es él mismo y su contrario. Es tan previsible como imprevisible. Hoy nos hincha la boca con cánticos de victoria y mañana nos deja la boca abierta de par en par. Tiene un mismo arte para engendrar dudas y certezas. Pero a pesar de todo, siempre será nuestro Betis. Señor Burgos, mi escasa teología no da más de sí".

Pero el ejemplo de su vida sacerdotal, sí, Don Ángel: por eso sé que usted, cura de primera, ha ascendido ya a los verdes campos del Dios bético. Aunque los béticos sigamos en el infierno de Segunda, Don Ángel, usted ya ha ascendido a la Primera de las verdes, eternas, gloriosas praderas de Dios. Y ahora que al llegar le habrá preguntado Él si cree que nos vamos a salvar, como usted me decía en su despacho parroquial, habrá tenido ya la mejor prueba de que Dios, suma de todas las perfecciones, no tiene más remedio que ser tan bético como su capellán.

 

                     

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