ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla , 13 de enero de 2015                 
                                
 
Márquez el ordenanza
 
Era delgado, huesudo, nervioso. Iba en bicicleta cuando lo de paladear el pedaleo no estaba de moda. Manuel Márquez de Castro iba por Sevilla en aquellas bicicletas del hambre con la quincana del almuerzo amarrada en el transportín, puro neorrealismo de Vittorio de Sica, pero de verdad. Era ordenanza del Ayuntamiento. Maltratado y nada valorado ordenanza del Ayuntamiento, que como subalterno de la Hemeroteca Municipal había salvado sus fondos cuando se hundió parte del Pabellón Mudéjar, donde estaba, y fue clave en su traslado a La Madrina. Algún día la Hemeroteca Municipal deberá hacer justicia a los dos sevillanos que salvaron, conservaron y valoraron esos fondos: Alfonso Braojos, su director, y Manuel Márquez de Castro, su ordenanza. Que ibas buscando un dato de la Sevilla romántica en "El Porvenir" o "La Andalucía" y si se lo preguntabas al bueno de Márquez, no sólo te traía el tomo de la colección de la fecha que te interesaba, sino hasta abierto por la página donde tenías que encontrar lo que indagabas.

Conocí a Márquez en 1968. Vivíamos de recién casados en los pisos de la Prensa en Nervión, alquilados de Manolo Ferrand, y se rompió una persiana mecánica. Para la compostura alguien nos dio el teléfono de un persianero, lo llamamos y apareció un señor con gafas, delgado, huesudo, nervioso, que había dejado su bicicleta en el mismo portal de Enriqueta Vila y Antonio Colón y arregló aquello en un periquete. Porque en lo que tenía interés el persianero era en bichear, como hizo inmediatamente, mi biblioteca, pues la persiana rota era la del escritorio y endiqueló los libros. Pegamos la hebra y así descubrí a este gran sabio autodidacta, libre, independiente, que ayudaba al corto sueldo municipal arreglando persianas y que se permitía el lujo de decir lo que pensaba en plena dictadura, que es cuando tenía mérito. Y que en sus horas libres se había dedicado a estudiar apasionadamente asuntos sevillanos que nadie había tratado: el Patín de las Damas, la Casa Rosa, el linchamiento del afrancesado alcalde Conde del Águila... Y el territorio de la Orden de San Juan, de la Orden de Malta, entre la Alameda y el río. Pocos entonces en Sevilla sabían por qué se llamaba así la Puerta de San Juan, y Márquez nos lo explicaba. Le dedicó un estudio notabilísimo, "La jurisdicción de San Juan de Acre en Sevilla", que, como tantas de sus investigaciones, desaprensivos historiadores profesionales le mangaron por el procedimiento del tirón, sin tener la caridad de citar siquiera a Márquez, el inquieto, libérrimo y cultísimo ordenanza de la Hemeroteca.

Era comunista cuando había que serlo, cuando en España no había libertades. Hijo de un comunista de la Macarena, se había afiliado al Partido como pionero en 1935. Nunca renunció a sus ideales. Por eso le dolió más que a nadie llegar a conocer el comunismo de las purgas de Stalin o del turismo sexual en Cuba. Y se lo explicaba: "La condición humana lo estropea todo". Yo creo que Márquez, harto de coles, luchador incansable, se refugió en el pasado de Sevilla para evadirse de la desolación del Gulag. Como, tras jubilarse en la Hemeroteca, entregó sus mejores afanes a la Sociedad Económica de Amigos del País. Qué país, Márquez, que lo desaprovechó a usted y que nunca le reconoció nada. Sevilla le pagó con su moneda de oro: nada. Sólo la Orden de Malta le dio su medalla de plata. Cuando el arzobispo de Sevilla bendijo el comedor social de la Orden en lo que fue su jurisdicción, en la calle Mendigorría, Márquez estaba allí, modesto, humilde como siempre, en un rincón. Nadie sabía que aquel sevillano huesudo y nervioso era el que más conocía sobre el pasado de la tierra que pisábamos. La que seguirá pisando. Márquez, que murió rezando el Padrenuestro de la lamparilla maternal a la Virgen del Carmen de su niñez, habrá ya encontrado la libertad eterna de Dios. Había dicho: "Yo creo, necesito creer, que allá muy alto, en un rincón de ese inmenso universo, en una llanura luminosa, en un Aljarafe de cielo, tiene que existir una Sevilla del infinito, y allí entraré por una Puerta de Carmona que ninguna reforma derribará jamás".

 

                     

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