ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 15 de mayo de 2015                 
                                
 

Concejal de Sevilla

Pedro Caballero-Infante Perales, que es un boticario humanista que escribe con muchísima gracia y tiene reunido, aparte de textos profesionales, un más que sabroso anecdotario de clientela de la farmacia y del habla de las marías sobre médicas cuestiones, me daba ayer hecho el artículo con su regalo de la guía de 1932, "Sevilla de noche". Pero como las gracias, al igual que sus contrarias las desgracias, nunca vienen solas, también me da hecho el de hoy, pues me he acordado de una anécdota que protagonizó su señor padre, que referí en alguna ocasión y que repetir quiero ahora en campaña electoral municipal, para consuelo de candidatos a concejal próximamente derrotados y aviso de sus posibles ilusionados votantes.

Fue el padre de Pedro, don Francisco Caballero-Infante Alcalá, concejal del Ayuntamiento de Sevilla en la postguerra, con notable entrega y desprendido servicio a la ciudad. Y durante bastante tiempo, pues asumió delegaciones municipales en las alcaldías de don Miguel de Ybarra y Lasso de la Vega (1940-1943), de don Rafael de Medina y Vilallonga, duque de Alcalá (1943-1947) y de don José María Piñar y Miura (1947-1952). Fue durante la alcaldía de Piñar y Miura cuando ocurrió la historia que recordar quiero y que podemos datar, pues, en los comedios del siglo XX, hacia 1950. Tenía el concejal Caballero-Infante un coche y en ese vehículo se fue un día a Madrid a hacer unas gestiones municipales, echándole valor, como hacían algunos automovilistas en aquel tiempo de carreteras infames, coches antiguos por el cerco internacional, escasos repuestos y frecuentes y obligadas detenciones en el camino para arreglar los pinchazos o poner la rueda de repuesto. Y llegó el hombre a Madrid a hacer su sevillana municipal gestión en un Ministerio y dejó el coche aparcado a la puerta. Cómo estaría Madrid de adelantado hacia 1950 que ya los guardias...¡multaban por estacionamiento prohibido, y eso que había cuatro coches y que aún no se habían empezado a fabricar los Seat ni a motorizar España!

Y encontró don Francisco al terminar su gestión y volver a su coche que un municipal de blanco casco tipo salacot y largo capote azul marino, como militar, hasta los pies, libreta y lápiz en ristre, estaba multándolo. Con toda simpatía, se dirigió al agente, y con la máxima amabilidad a la par que autoridad, le dijo, mostrándole un carné que sacó del bolsillo:

-- Mire usted, señor agente: soy concejal del Ayuntamiento de Sevilla y he venido aquí al Ministerio a hacer una gestiones.

Y aquel guardia, que seguramente había salido de un sainete o de una zarzuela del género chico, sin soltar la libreta de las denuncias, miró de arriba abajo a Caballero Infante, y le dijo, con el habla chulesca del Madrid barriobajero:

-- ¿Concejal en Sevilla? Pues mire usted, señor concejal: un concejal de Sevilla aquí en Madrid es una mierda.

Y, Sevilla pura, don Francisco Caballero-Infante, ingeniosísimo, con toda la gracia de nuestra tierra, respondió al guardia:

-- ¡No, si allí en Sevilla ser concejal también es una mierda! Yo se lo decía a usted por si colaba y no me ponía la multa...

Óoooooole. Pero ese óle que dedico ahora a la memoria de la gracia y el ingenio de aquel concejal sevillano, no será un óle, sino un "¡uy!", en boca de cuantos candidatos a concejal en las elecciones municipales del Domingo del Rocío la presente vieren o leyeren. Siento que recordarles ahora la anécdota del concejal Caballero Infante en Madrid haya sido para ellos como una cuaresmal imposición de ceniza que les va a hacer pensar, en plan "pulvis eris et in pulvis reverteris"", lo que habrá un día en que, tan sabiamente como Caballero-Infante, llegarán a reconocer ante el guardia de Madrid...o el guardia del Altozano: que ser concejal en Sevilla es una mierda. No me explico que haya tortas por serlo...

 

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