ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 25 de julio de 2015                 
                           
 

El afilador rociero

Hay oficios que se están perdiendo. Me ha hecho pensar en ellos el zapatero remendón de mi barrio. En mi barrio nos queda un zapatero remendón, con orgullo de su oficio y honra de su trabajo. Además, bético. No es el clásico remendón de los barrios antiguos, que tenía su honroso establecimiento en una covacha bajo el hueco de una escalera o en parte de una accesoria. Y estoy recordando ahora al que había en la calle Arfe junto la calentería del Postigo. Era un taller de remendón con todos sus avíos de lezna y horma para anchar zapatos tras las sobadoras (vulgo sebaduras) de su estreno en el Domingo de Ramos, así como de recortes de fútbol y de toros empapelando las paredes. Cómo será la tradición del hueco de la escalera para los remendones, que cuando el muy moderno Mister Minit se estableció para echar medias suelas y de paso hacer copias de llaves en las antiguas Galerías Preciados de La Magdalena (sobre el solar del que fue Hotel Madrid y antes casa de la Condesa de Gelves), toda la alta tecnología la colocaron...¡bajo el hueco de la escalera mecánica! Allí, en Mister Minit de Galerías, trabajó muchos año mi muy respetado zapatero del barrio, que se liberó del hueco de escalera y se estableció en un digno local junto a la plaza de Rafael Salgado. En cuyas paredes, qué clásicos, no faltan los recortes del Betis, y hasta una foto enmarcada del equipo, con las firmas de toda la plantilla.

Vende mi zapatero unas cremas autobrillantes portuguesas con las que no hay que cepillar y que nos englorian a quienes nos gusta llevar los zapatos limpísimos: qué cosa más sevillana. Y a un cliente que entró por una, le dijo:

-- Verá usted cómo con esto los zapatos se le quedarán mejor que si se los limpiara un betunero...

Ya no quedan betuneros. Ahora parece oficio infamante y acuérdense la que le liaron a Javier Arenas con el limpia del Palace. En Sevilla, la de los salones de betunería en Sierpes, ya no hay más limpias que los que de "etnia gitana" y como plaga llegan por la Feria y hacen su agosto por los alrededores de la plaza de los toros. Como no quedan barberos...

-- Pero si hay muchísimas peluquerías...¡Más que pelados!

Y magníficas. Pero ya nadie se afeita de barbería, con tanta maquinilla eléctrica y tanta cuchilla del taco anunciada por la tele. ¿Usted ha visto a algún cliente de peluquería sentado en el sillón, con la cara enjabonada y ese maestro barbero navaja en mano, rasurándolo sin que se mueva un varal, en una maravillosa levantá a pulso de los pelillos más rebeldes? ¿Cuánto hace que no contempla usted esa escena? Es más: muy pocos llamamos ya "barbería" a las barberías; son todas "peluquerías de caballero", cuando no "unisex".

Ocurre a remendones y barberos como al afilador. ¿Cuánto hace que no oye usted el pito del afilador, su casi pastoril flauta del dios Pan, el pregón sonoro más hermoso e inconfundible que crearon los oficios tradicionales? Por el barrio pasa muchas mañanas el afilador, pero no va en moto, ni en bicicleta, ni lleva a mano su rueda amoladora, sino que funciona en una furgoneta y el sonido del chiflo es en "play back", grabado y por megafonía. Salvo en La Playa. Si usted es almonteño (almontano, como pone en la tumba del rector Martín Villa de la calle de tal nombre, antigua de la Plata) y me está leyendo sabe a cuál me refiero cuando digo La Playa: a Matalascañas. Cuando voy a Matalascañas con el nieterío bávaro, me encanta estar por las mañanas escribiendo el artículo en mi apartamento-palacio (no todas van a ser casas-palacio) y que pase el afilador almonteño. Es un afilador rociero. Va en coche, como todos, y el pregón sonoro de su pito en la playa almonteña suena a flauta rociera. Y no da las notas clásicas de la escala musical del afilador, sino que recuerda toques de tamborilea y gaitas. Hace el afilador unas florituras como de toque de alba o de paso de carretas que me recuerdan a Manuel Pareja Obregón y su inmortal "Salve rociera". Un afilador con sabor a Palacio y a Raya Real, a presentación y a camino de vuelta. A Rocío. Al afilador de Matalascañas, al que ahora le toco las palmas por sevillanas de camino y rengue, sólo le falta el tamboril: "No haced ruido,/cuchillos de la Playa,/no haced ruido:/quien mejor os amola/suena a Rocío..."

 

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