ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 4 de septiembre de 2015                 
                                
 

San Juan de Dios

En Oviedo le han dado el premio Princesa de Asturias de la Concordia a la Orden de San Juan de Dios, por la caritativa actuación de sus hermanos contra el Ébola en África. He dicho "caritativa", no "solidaria". La Iglesia y los cristianos no hacen "solidaridad", que me suena a título del periódico del Movimiento en Barcelona donde empezó Vázquez Montalbán: "Solidaridad Nacional", vulgo "La Soli". La Orden de San Juan de Dios hace Caridad, virtud cristiana, porque sus hermanos son hombres de Fe y de Esperanza en los frutos de su heroica entrega a los demás, por los que llegan a dar la vida.

Eso ha ocurrido en Oviedo, donde saben de su fabada de muerte, de su arroz con leche inmemorial y de su helado de turrón de antología, pero están despistadísimos en materia de San Juan de Dios. Sevilla le dio hace muchos años a la Orden el premio de la Concordia de la Princesa de Asturias, y del Rey de España, y del Príncipe de Vergara, y del Duque de la Victoria y hasta del Marqués de las Cabriolas. En Sevilla conocemos bien, desde hace lustros y lustros, lo que hacen los hermanos de San Juan de Dios por los demás. Hay dos órdenes religiosas en las que Sevilla tiene puestas todas sus complacencias, dedicadas las dos a la caridad. Una de mujeres y otra de hombres. La de mujeres es, ¿lo adivinan? ¡Las Hermanas de la Cruz, claro! ¿Cuáles van a ser? No va a ser la Monja Jartible argentina... Y la de hombres, aquellos hermanos de San de Dios que levantaron en Nervión un avanzadísimo hospital para niños lisiados, como se decía en la época, que contó con las simpatías y el apoyo de toda Sevilla. He citado al Marqués de las Cabriolas y no en vano. Sus concurdáneos de la Peña Er 77, entre tajá y tajá, se dedicaban a pedir para San Juan de Dios y a arrimar todo el dinero que podían. A su beneficio hacían el famoso traslado del piano desde El Manicomio del Marqués en Nervión hasta la caseta de Feria en El Prado. Llevado como los mozos de cuerda los portaban antiguamente, colgando de dos palos a modo de trabajaderas, el piano lo llevaban como un paso entre cuatro, con relevos. Para meterse a llevarlo y coger una papa muy simpática por el camino, había que dar un donativo para San Juan de Dios.

Este San Juan de Dios tan mimado por Sevilla fue el que se encontró el inolvidable Fray Serafín Madrid, que con el apoyo del Patrón de ABC, don Guillermo Luca de Tena, y con la dedicación de Paco Amores y de sus carretilleros, periodistas y locutores pidiendo dinero por la calle, no paró hasta ver construida en Alcalá de Guadaira la Ciudad de San Juan de Dios.

¿Y los asilos? ¿Y ese asilo de la calle Sagasta, donde estaba Don Cándido, aquel vejete abogado republicanote, que con su bufanda roja se dedicaba a echarle valor el hombre y dar mítines antifranquistas a quien quisiera oírlo en los veladores de La Alicantina? ¿Y ese asilo de la calle Misericordia, donde los hermanos acogieron en sus últimos años a don Antonio Sanz, cobrador de la unipersonal Sociedad "La Gloria de España" para comprarse farias, o sea, a Antoñito Procesiones, cuando murió su madre y se quedó solo en los altos de la tortería familiar de la calle Chicarreros? Allí otro gran hermano, Fray Jesús Quesada, cuidó a Antoñito Procesiones, que era un niño grande de Sevilla, como una viva estampa del Niño Jesús que entronizaba todos los años en las carrozas de la Cabalgata de Reyes Magos del Ateneo.

Así que no me vengan ahora con descubrir en Oviedo a la Orden de San Juan de Dios. Sevilla conoce bien su obra caritativa. Sin Ébola, pero con mucha miseria, mucha hambre, muchos males, muchos niños lisiados y muchas fatiguitas negras, los hermanos de San Juan de Dios se entregaron por caridad a Sevilla y a los sevillanos en aquella ciudad de las riadas y los corrales, de mantones negros y tranvías con el asiento "Reservado para los caballeros mutilados en guerra por la Patria". Los Hermanos de San Juan de Dios reservaron su entrega para los niños lisiados por la polio, para los ancianos abandonados, para tanta desgracia en la ciudad alegre. Así que yo ahora, en el recuerdo de Fray Serafín Madrid y de Fray Jesús Quesada, le doy a la Orden de San Juan de Dios el premio de la Memoria de Sevilla, siete mil millones de veces más importante que el de la Concordia de Oviedo.

 

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