ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 3 de octubre de 2015                 
                                
 

Pianos y pianillos

Siete pianos, siete. En plena calle: Encarnación, Plaza Nueva, Pescadería, Plaza del Pan, Paseo Colón, Puertajerez, la esquina de Velázquez con O´Donnell, donde Pastora Imperio sigue levantando el bronce de sus brazos muy cerca de donde vivía su efímero marido Rafael el Gallo, en los altos del Kursaal Internacional, luego Palacio Central y ahora... Ahora ya no sé ni lo que han puesto allí, de lo que cambian las franquicias en el centro.

Sin ser el día de Santa Cecilia, Patrona de los músicos, ni de Santa Tecla, que supongo de los pianistas, han colocado siete pianos, siete, por las calles de Sevilla. Para que suene algo que no sea el acordeón de un rumano. ¡No son listos ni ná los rumanos del acordeón! Los 7.549 rumanos que hay por Sevilla dando el coñazo con el dichoso acordeón. No sólo tocan lo obligado, "Kalinka" o ese "Qué tiempo tan feliz" que ya lo oyes y te suena a programa de María Teresa Campos, sino que los tíos se han aprendido "Mi Huelva tiene una ría", el pasodoble-himno de la ciudad con la que estábamos hermanados en tiempos de Perico Rodri y de Zoido. Pasodoble del que por cierto no sabe la gente que tiene música de Wilke y Moreno y letra de Domingo Manfredi Cano; sí, del padre de Juan Luis Manfredi y tío de Antonio Manfredi; del que dirigió Radio Nacional en Sevilla, dio el pregón de Semana Santa y escribió una interesantísima novela autobiográfica sobre nuestra guerra: "Las lomas tienen espinos".

¿Cómo han aprendido los acordeonistas rumanos "Mi Huelva tiene una ría"? Pasodoble que nos encanta a los sevillanos, aunque la morena de la copla se ponga el pelo hecho unos zorros mojándoselo en la ría de los vertidos del Polo. Lo que no sé si es si alguien, al rumano modo, ha tocado "Mi Huelva tiene una ría" en uno de esos siete pianos desperdigados por Sevilla. Lo que sí me consta es que en la Plaza del Pan tocaron "Amargura", olía a incienso y aquello era para que se le cayeran a uno dos lágrimas como los mocos de cera de los cuatro hachones del Cristo de Burgos cuando pasa por allí la noche del Miércoles Santo.

Siete pianos, además, de cola. No pianos verticales de Piazza, de los que se heredan de una tía solterona y no sabemos qué hacer con ellos, no. Pianos de cola. Como la bata que mueve con más arte que nadie el baile de Matilde Coral. Como las túnicas de blanca sarga con cinturón de esparto de las que nadie habla, frente al topicazo negro del ruán. De cola, como la que se forma en el Campolbetis para renovar los abonos.

Han sonado, ay, esos pianos de cola, como si Sevilla fuera una callejera Sala Pleyel, y yo me he acordado de los nuestros, de los de aquí. De los que siempre sonaron por nuestras plazoletas y esquinas: de los pianillos. De los que los madrileños llaman organillos y saben conservar y aún suenan allí. Madrid conserva los organillos en los que suena el chotis; en Sevilla ya no hay pianillos que toquen "Mi jaca" de Perelló y Mostazo o "Cruz de Mayo" de Font de Anta y Salvador Valverde, uno de los más tristes, pero más nuestros, pasodobles. Por las calles antes había pianillos montados sobre dos ruedas, de los que tiraban dos compadres, uno de los cuales le daba al manubrio para que sonaran sevillanas antiguas, cuplés de La Piquer, pasodobles toreros, mientras el otro pasaba el platillo. Para que sonara Sevilla. En las casetas de Feria no faltaban pianillos que en su cilindro de púas llevaban todo el repertorio clásico de novios cartujanos, de claveles meciéndose en la maceta y de pastillas de jabón a real. Se alquilaban pianillos para los bautizos con arte que cantó mi ahijado El Pali. ¿Qué fue de los pianillos de Sevilla? ¿Queda algún pianillo? El alcalde está tan contento con los siete pianos de cola, siete, que quiere repetir la experiencia. No le diré esta vez que los experimentos con gaseosa, no: los próximos experimentos, con pianillos nuestros de toda la vida, alcalde. Pianillo de caseta de Feria. Pianillo de cruz de mayo. Pianillo de bautizo. Pianillo en la esquina del Bar Correos tocando "Manolete" y yo echando una monedita de dos reales, con su agujerito enmedio, al compadre que pasa el platillo mientras el otro le da al manubrio con un arte que, vamos, ni Arthur Rubinstein en el teclado de un Steinway...

 

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