ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 29 de marzo  de 2016               
                             
 

Silencio de vencejos

Estoy por pensar que igual que ha perdido el sentido de la medida, Sevilla ha dejado de ser la gran escuela de los silencios. El silencio en Sevilla era hasta hace poco una de las Bellas Artes. Hasta para los guasones:

-- El otro día asistí a una reunión y estuve brillantísimo.

-- ¿Qué dijiste?

-- Nada: no abrí la boca. ¡Pero se dijeron allí tantas tonterías que quien mejor quedó fui yo!

Pensé en la pérdida del arte de los silencios viendo en La Campana, desde el privilegiado balcón de mi hermana Pilar, a la Cofradía de los Primitivos Nazarenos. Hasta que sonó ese "toque de silencio" que son "los pitos", ¿se quieren ustedes creer que la gente de los abonos de las sillas de La Campana, no los niñatos de las sillitas, ni los canis, sino los muy elegidos y privilegiados abonados de La Campana estaban charla que te charla? Como si no pasara El Silencio, aquel que antes, ¿verdad, Andrés Amorós?, escuchábamos en la calle Francos como la mejor Novena Sinfonía de Sevilla. Y, lo que son las cosas, cuando de verdad se hizo el silencio en La Campana fue cuando llegó la Esperanza Macarena, que antaño era un clamor. Se han cambiado las tornas en esta cambiante Sevilla que tiene como símbolo a la Giganta, tornadiza y ojanosa mujer de bronce que se va orientando conforme va haciendo falta adaptarse a los vientos dominantes. El silencio antiguo del Silencio es el que se hace ahora cuando llega la Esperanza, aunque a su paso del Señor de la Sentencia parezca que lo han empadronado en Triana (marcha atrás incluida) y aunque los armaos hayan perdido la gracia del racheo de sus pies, el sonido inigualable de la suela del cuero de sus sandalias arrastrando sobre los adoquines, del que se guaseaba por cierto Fernando Villalón: "¿Y el suave contoneo/que usan en el paseo? [...] Luego el gentil meneo/de aquestos macarenos..." Los vi en el Hospital Infantil y los vi en La Campana. Los armaos ya no rachean el paso con la gracia del suave contoneo del gentil meneo. Le pregunté el por qué a un armao veterano. Me dijo, con toda la gracia, con la perdida gracia de la Centuria:

--- Hijo, es que ahora, por lo de cumplir horario, nos llevan como a las muñecas de Famosa se dirigen al portal.

Pues que le den por saco al horario, queridos armaos: la Centuria no puede andar como el Regimiento Soria, porque entonces ni son "aires de Roma andaluza", ni arte macareno, ni nada. Me está saliendo este artículo como "El libro de las cosas perdidas" de Rafael Montesinos. Empezamos con los silencios perdidos y vamos por la gracia no hallada en los armaos. Y entre los silencios perdidos, el que nos dolió a muchos que lo echamos de menos en la Resurrección de Domingo: ese torero minuto de silencio que los ritos según Sevilla le siguen debiendo a Fernando Carrasco en la plaza del Arenal. Hijos míos: dejad el minuto de silencio por Fernando para mejor ocasión, en esta plaza donde se le guarda el luto de parar el paseo de las cuadrillas ante la presidencia hasta cuando se le ha muerto el suegro de un acomodador del Tendido Doce. A mí, como a muchos de los que seguimos recordándolo, me dolió que no tuviéramos ese minuto casi sagrado sobre "el espejo allanado del ruedo, el lago estancado del albero" (Zabala dixit). Esos minutos de silencio de Sevilla, únicos, sólo rotos por el cascabeleo de los dos tiros de mulas parados junto a la boca de riego.

Pero uno de los vencejos de mi viejo barrio me sacó de mi perpleja tristeza. Me dijo: "Sí, en la plaza del Arenal se ha guardado no un minuto, sino una tarde entera de silencio por Fernando Carrasco, cuyo tuit con la noticia de la corná del Tito tanto echaste de menos en tu móvil. Si te has fijado, el Domingo los vencejos del Baratillo no piamos con nuestro quejío flamenco, cuando nos tiramos de espontáneos y bajamos a torear hasta la plaza. En Sevilla, sólo tus vecinos los vencejos seguimos teniendo el viejo paladar perdido y nos hemos acordado de tu compañero para cuya memoria la muerte no es el final". Por Fernando Carrasco sólo guardaron silencio el Domingo los "vencejos del Arenal,/ tan buenos aficionados/ que bajan a torear".

 

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