ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 9 de mayo  de 2016               
                             
 

El Mercantil

Cuando Sevilla era capital de una Andalucía agraria y el campo se vivía como algo propio hasta por los comerciantes que sabían cuándo le tenían que pasar la factura de los apuntes del año a las familias habían sacado el corcho o a las que ya habían mandado el algodón a la desmotadora, hubo un tiempo en que en la calle Sierpes, a la puerta del Círculo Mercantil, había más corredores que en la Maratón de Nueva York. Corredores. Así le hemos llamado siempre en Sevilla a los que ahora se han puesto el mote guiri de "brokers" e incluso escrito cosas peores en sus tarjetas de visita, como "asesores inmobiliarios", pero para lo mismo: para venderte unas yeguas, un vagón de trigo, unos cochinos de montanera, un coche americano de importación o el solar de un derribo.

El Mercantil era como un Wall Street a la sevillana, donde al momento te enterabas de la cotización de la cebada o de la aceituna de almazara. En plena calle. Como los comerciantes del Siglo de Oro en las Gradas de la Catedral o luego los cargadores de Indias en la Casa Lonja, el Mercantil, en aquella Sevilla agraria de sombreros de alancha y botos camperos bajo las velas de la calle Sierpes, era su centro de operaciones. Con su correspondiente dualidad. Se llamaba Círculo Mercantil e Industrial, pero los negocios que se hacían en su puerta o dentro, en los blancos sillones de mimbre del patio, eran fundamentalmente agrícolas. Por el verano, el Mercantil sacaba a la puerta estos sillones, como lo hacían el Labradores, el Casino Militar o el Ateneo. Y entonces era cuando las señoras y las muchachas daban un rodeo para no pasar por la puerta del Mercantil y que los señores de los butacones las asaetearan a piropos. Pemán contó lo que le dijo una sevillana que incumplía la norma y se atrevía a pasar por el Mercantil: "Yo por dentro me voy cantando un pasodoble, y me hago cuenta de que soy Juanita Reina dándose su paseíto por el escenario del Teatro San Fernando, y ni me inmuto con los piropos".

Este Mercantil que va a cumplir 150 años, fundado como Círculo Mercantil e Industrial por Simón Martínez en 1868 (el año de la nada Gloriosa de los grandes derribos de puertas, murallas e iglesias), fusionado luego con el Círculo de la Unión y llamado hasta 1960 "Círculo Unión Mercantil", se ha puesto al día y, por ejemplo, ha cumplido la labor que no ha atendido el Ayuntamiento, cual ofrecer una sala de exposiciones a las hermandades y cofradías: su "Círculo de Pasión", con una agenda de próximas actividades más repleta que la de Plácido Domingo. Lo que el Ayuntamiento no quiere hacer en la Iglesia de San Hermenegildo lo suple el Mercantil. Y con sus conferencias, conciertos y exposiciones desmiente los lamentos ciudadanos por la falta de una sociedad civil.

Me cuentan que en este Mercantil del "Círculo de Pasión" corren vientos de pasiones. Electorales. Con dos candidaturas enfrentadas y una tensa campaña ante las urnas presidenciales. ¡Ni que fuera una cofradía! Y me siguen contando los quinterianos duendes que a Sevilla le hacen cosquillas en su alma que como desapareció Casa Rubio, y desapareció la Joyería Ruiz, y desapareció Casa Damas, y hasta la tienda de mi hermana Pilar la zapatera, en esa calle Sierpes donde resisten como gato panza arriba los sombreros de Maquedano, los barómetros del fraile de Ferrer y los relojes de El Cronometro, esta pasión electoral del Círculo puede hacer desaparecer el Mercantil. ¿Más locales vacíos en el centro, carnes mías? ¿Más franquicias en la calle Sierpes? Ay, si viera esta amenaza aquel soriano Ignacio Sanz Escobado, que se vino andando desde su pueblo de Rollamiento y que durmió su primera noche de Sevilla en el umbral de una casa de la calle Sierpes, de donde lo echaron. Por lo que, encorajinado, juró que cuando se hiciera rico la compraría. Y la compró. Y la legó al Mercantil. A este Mercantil de los vientos electorales que, para amainarlos, conviene que otro día contemos completa la historia de Sanz Escobedo. Que es una novela tal, que la pongo en 300 páginas y Consuelo Lara no tiene más remedio que darme el premio que lleva el nombre de su cuñado Fernando.

 

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