Ya se sabe cuándo comienza oficialmente el verano en Sevilla. No es cuando en San Juan de la Palma evocan la antigua Velada que inauguraba el verano justo un mes antes que la trianera de Santa Ana. No es cuando en las cuatro caras de la Turris Fortíssima suenan las Lágrimas de San Pedro...tras lo cual Rogelio Trifón marcha ritualmente a su casona montañesa del Valle de Toranzo que dio nombre al hispalense templo del lomo en manteca y de las anchoas con leche condensada, ¡toma nueva cocina! El verano no empieza cuando en las calles ponen los toldos en vez de las velas. Esos toldos fijos de plantilla, que no pueden descorrerse al atardecer para que entre la mareíta y que son durante la noche como reales conservatorios de la flama de la calor. El verano no empieza cuando los que hasta ahora han ido con los niños a la piscina del Mercantil, o del Náutico, o de Pineda, se marchan ya a la playa. El verano no empieza cuando las retenciones en la A-49 abren todos los informativos sobre dificultades de circulación en los boletines horarios de Radio Nacional de España.

-- Entonces, ¿cuándo empieza el verano en Sevilla, Burgos, que me está usted poniendo nerviosa con tantas negaciones y lágrimas y tantos circunloquios, que lo único que le falta es ponerlo todo en esdrújulas, como el maravilloso e ingeniosísimo artículo que publicaba ayer Alberto García Reyes? Que anda que escribe malamente el chiquillo...

Pues le diré, niña hermosa, como canta la tuna, o esos cuatro picarones viejorros disfrazados de tunos que andan mendicantes, pasando la pandereta por los restaurantes de paella y sangría de los guiris en la Cuesta del Bacalao y otras zonas damnificadas por los 13.960 veladores que Espadas dijo que iba a a quitar, cuando no ha quitado ni uno: al revés, ha puesto más. Los veladores son a Espadas lo que la Torre Pelli a Zoido: lo que en campaña electoral dijeron que iban a quitar y luego hicieron todo lo contrario, fomentarlo. Zoido, con la culminación de la barbaridad de la Pelli; Espadas, con la colmatación con veladores de toda acera y toda plazoleta de Sevilla.

Pues le diré, niña hermosa, que oficialmente el verano comienza en Sevilla cuando en las terrazas con toldos y mil ingeniosos dispositivos de lona de Currito y de Leopoldo, con o sin botoncito, empiezan a largar fiesta los famosos chorritos de los pulverizadores de agua sobre los veladores. A los que las señoras les temen, porque acaban en un momento con su peinado. Señora hay que acaba de salir de la peluquería, donde se ha gastado un pastón porque esta tarde tiene una boda, y al pasar por una terraza de veladores con toldos de chorritos, ¡zas!, zurriagazo de agua en todo el pelo y cabellos lacios y dinero tirado a la calle. Y los que usamos gafas, a los "gafitas, cuatro ojos, capitán de los piojos", pasamos por los veladores de los chorritos, aquello empieza a largar fiesta y nos ponen perdidos los cristales de las antiparras.

Dicen que es el microclima, a imitación de aquella Expo del 92 que largaba también tela de fiesta en sus pérgolas con los chorritos refrescantes. ¡Qué microclima ni qué leches! Es una guarrería. ¿De dónde viene ese agua? ¿Por qué conductos pasa antes de que te pegue el zurriagazo y a la señora le estropee su peluquerìa? Quienes saben me alertan que el día menos pensado se da un caso de legionela producido por los dichosos y puñeteros chorritos pulverizadores. Sí, como esa legionela que viene por los conductos de los aparatos de aire acondicionado, algo así, me alertan los que saben. Y ocurrirá lo de siempre: que entonces revisarán los jodidos chorritos, cuando ya la haya palmado alguien. ¿Los revisan ahora? ¿Analiza alguien el agua que nos tiran por encima, que quieras o que no quieras? El que avisa no es traidor. Y como no he sido Jemad ni me he presentado por Almería, lo aviso: ya que no quita usted los veladores, analice por lo menos el agua de los dichosos chorritos, señor Espadas...

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