ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 4 de enero  de 2016               
                             
 

Vísperas con Heraldo

Dijo Cervantes: "El camino es siempre mejor que la posada". Pienso que llegó a esta conclusión en la Cárcel Real de la calle Sierpes, donde toda incomodidad tenía su asiento, oyendo tambores y cornetas tras las rejas. ¿De una procesión? No, de un bando. Que por cierto es otra voz sevillana que se le ha ido viva a la Real Academia en su Diccionario. Y no es que yo la tenga tomada con el Diccionario. Al revés: es el Diccionario el que la tiene tomada con Sevilla, y no da ni una de nuestras riquísimas expresiones. Un bando en Sevilla (aparte de los textos que ya cada vez menos publican los alcaldes para anunciar algo a los vecinos) es la síntesis de nuestro sentimiento letífico de las vísperas. El camino cervantino es mejor que la posada y el sevillano goza la víspera casi más que la fiesta. Y para anunciarlo y deleitarse en lo que está por llegar, inventó el bando: una banda de música que recorre al atardecer el itinerario que ha de seguir una procesión al día siguiente, anunciándola.

-- O sea, que Sevilla inventó hace siglos la igualdad de género, antes que los progres la pusieran de moda y los políticamente correctos la impusieran dictatorialmente, ¿no?

-- ¿Por qué lo dice usted?

-- Hombre, porque el bando lo da una banda. Igualdad de género: ¡el bando y la banda!

¡Qué nos gusta una víspera a los impacientemente noveleros sevillanos! Tanto, que hasta tenemos las llamadas Cofradías de Vísperas: las de los barrios que no quieren esperar ni al Domingo de Ramos ni a la incorporación por el Consejo en la Nómina clásica de las que van oficialmente a la Catedral en estación de penitencia, aunque las más salen principalmente en estación de lucimiento a La Campana.

La Cabalgata de los Reyes Magos, como fiesta grande de Sevilla que es, la que a todos nos convierte por unas horas en niños grandes al grito de "¡Melchor, echa caramelos!", no podía pasar sin bando. Pero, claro, el bando de la Cabalgata no iba a ser como el de la Majestad en Público de la Sacramental del Sagrario o el de la Virgen de los Reyes. Las vísperas impacientes de la Cabalgata tienen un bando con muchas bandas, con los ya imprescindibles beduinos y con Heraldo a caballo: el alguacilillo de la ilusión que pide la llave de la ciudad para que entren los Reyes. Una Cabalgata sin caballos ni es Cabalgata ni es ná, ¿verdad, Paco Acedo y amigos del Escuadrón de la Hermandad de la Paz? Y tiene este bando de lujo, el cortejo del Heraldo, algo que interpreto como un homenaje a la memoria de Pepito Caramelos: un palanquín para que los niños echen sus cartas a los Reyes. Preciosa palabra: palanquín. Suena a aquellas Cabalgatas de tractores, plumillón y papel de plata de la memoria de la infancia de los cuarentones, en las que Pepito Caramelos se metía a Walt Disney para titular las carrozas: "El castillo azul de las hadas blancas", "Los cisnes de plata del lago de oro". El palanquín de las cartas de los niños es como el paso de esta procesión laica; y los beduinos, sus nazarenos.

Como todas las tradiciones inventadas ayer por la mañana, esta tarde de Heraldo es ya casi tan importante como la noche de Cabalgata. Me cuentan que el año pasado 300.000 sevillanos y sevillanitos fueron a verlo, y eso que se trata de un bando muy especial, pues no tiene el mismo recorrido del cortejo que anuncia. Pero da lo mismo. Anuncia algo que siempre tiene éxito en Sevilla: lo que es de balde, en la calle y con tambores y cornetas. Y si encima se cogen caramelos, pues ni te cuento. ¿Quién inventó lo del Heraldo? Fernando López Carrasco, que me parece que fue el primero que lo encarnó, debería contar un día aquel arranque, para que quede en la pequeña gran historia de Sevilla. De aquella soledad de Fernando a caballo entrando por el Andén desde el Ateneo de la calle Tetuán al virtual anticipo de Cabalgata de esta tarde, ¿saben ustedes lo que media? Pues media ni más ni menos que Sevilla. Lo que Sevilla hace suyo y no lo suelta ya en la vida. Bienaventurados los que saben hacer felices a los niños y niños grandes a sus padres.

 

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