ANTONIO BURGOS | ANTOLOGÍA DEL RECUADRO


 

ABC  de Sevilla, 18 de septiembre de 2009
                             
 

Los niños del San Francisco de Paula

Estos del San Francisco de Paula a los que quiero dedicar hoy el artículo no son sólo los niños que ahora estudian en el viejo colegio de la calle Sor Ángela de la Cruz, los que hasta aprenden chino y siguen siendo los que cuando acaba cada curso vienen en esa tradicional página del anuncio en ABC, una larga relación con los nombres de los chavales listísimos que han sacado la máxima nota en la Selectividad y han ganado media docena de premios extraordinarios de Bachillerato.

Los niños del San Francisco de Paula a los que quiero dedicar el artículo son los de ahora y, sobre todo, aquellos de entonces, los de una Sevilla donde más o menos según el pelaje social y su capacidad académica se sabía de qué colegio era cada chaval. Una Sevilla donde podías distinguir a los niños de los Jesuitas de los niños de los Maristas; y a los niños de los Escolapios de los niños del Claret; y a los niños del Instituto San Isidoro de los niños de la Escuela Francesa. Y sobre todo podías distinguir a los niños del San Francisco de Paula. Por algo muy sencillo: porque académicamente llegaban a la Reválida, al examen de Preu, al COU o a la Selectividad siete mil millones de veces mejor preparados que los demás.

Son los presentes días de tristeza para estos viejos niños del San Francisco de Paula. Se les ha muerto el que fue su director durante más de veinte años e impulsor de la institución, don Luis Rey Romero. No conocí a don Luis, y bien que lo siento, porque era de los sevillanos que se merecen un gorigori literario. Que, en parte, son las presentes líneas. El mejor elogio que en la hora funeral puedo hacer de don Luis Rey son sus alumnos, el recuerdo que ahora tenemos de aquellos niños listísimos que traducían latín sin diccionario como nadie y que manejaban la regla de cálculo mejor que otros las bolas o el trompo. Don Luis formó a sus alumnos del San Francisco de Paula en el respeto y en el trabajo. En aquel viejo caserón de la feligresía de San Pedro les mostró la excelencia humana y académica como meta de la vida.

Ay, la excelencia, en esta ciudad de las chapuzas y del vámonos que nos vamos y del déjelo usted, que así mismo está bien. Por el culto a la excelencia, a través de los que fueron alumnos del San Francisco de Paula, yo he conocido a don Luis Rey y siento haberme perdido a un sevillano ejemplar. Que continuó con la tradición docente de su familia, iniciada en 1886, y que mantuvo el colegio en la misma sede del centro, cuando tantos y tantos centros religiosos pegaban los pelotazos del siglo, vendían la casa del centro y se iban sabe Dios dónde. En honor de don Luis Rey digo ahora que el viejo San Francisco de Paula permanece en pie como un símbolo, y no ha sido derribado como demolido fue el Villasís de los Jesuitas, como el colegio San Fernando de los Maristas, como la vieja casa del duque de Osuna donde los Escolapios tenían el colegio, como Las Irlandesas de la calle Palma, el Santo Ángel de la calle San José o El Valle de la Ronda.

Don Luis Rey mantuvo al San Francisco de Paula en su sitio exacto del recuerdo, en torno a aquel patio de la fuente donde aprendieron a ser hombres y se educaron en la excelencia tantas promociones de sevillanos. En el fin de curso de la vida de don Luis Rey, yo pongo ahora esa tradicional página de publicidad en ABC que nos anunciaba lo listos que eran los niños del San Francisco de Paula, y escribo en ella los nombres de los alumnos que con el ejemplo de sus vidas nos han hablado de la grandeza de su maestro: José Antonio Infante Florido, Francisco Márquez Villanueva, José María Luzón, Manuel Losada Villasante, Mariano Peñalver Simó, Juan Antonio Yáñez Barnuevo, Guillermo Paneque Guerrero, Manuel del Valle Arévalo, José Antonio Marín Rite, Santiago del Campo, Rogelio Gómez Trifón...

 

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