ANTONIO BURGOS | ANTOLOGÍA DEL RECUADRO


 

ABC  de Sevilla,  11 de agosto de 2016
                             
 

Calamocha para un Arco

COMO de bien nacidos es ser agradecidos, y servidor vino al mundo en el mejor cahíz de tierra (¿será por nacer bien?), en la feligresía del Sagrario, en la muy cervantina calle de Bayona, donde estaba la posada de Tomás Gutiérrez, entre la Catedral y el Arenal, cumplo con el dicho. Esto no es un artículo. Es un tarjetón de agradecimiento al alcalde, en nombre de los vecinos del barrio. Lo podía haber escrito Angela, la calentera del Postigo; podía haberlo escrito Vicente, el del Colmaíto de Cai en la calle Nazareno; o el diputado mayor de gobierno del Baratillo; o el mayordomo de Las Aguas; o Antonio Bustos, maniguetero de la carretera Virgen del Mayor Dolor; o Pedro Ordóñez, hermano mayor de la Pura y Limpia. Si es hermoso escribir de Sevilla, más hacerlo del barrio de uno. Cuando un lector me elogia los artículos de política materia, niego la mayor, y le digo:

-—No, eso de la política es una pesadez, pero obligación de los días en que este artículo sale también en ABC de Madrid, donde no hay paladar. A mí de verdad lo que me gusta es escribir de Sevilla. Y si es del Arenal, mejor.

Gracias a lo que pedí aquí, el alcalde me ha dado en todo el bebe, y me permite hoy escribir de lo que más me gusta: del Arco de mi infancia. Mi tata Antonia la de Carmona (que parece el título de una copla) me ponía un abrigo colorado para las humedades del barrio y me llevaba allí todas las mañanas a comprar los calientes para el café migao. Escribo con la prestada pluma de las citadas más ilustres voces del barrio, para dar las gracias al alcalde por la atención que nos prestó: ya están las escobillas y los zancos, los rodillos y los cubos de calamocha, dejando el Arco del Postigo, la Puerta del Aceite de los clásicos, como toda la vida de Dios se han puesto en Sevilla las paredes antes de las fiestas, sacadas de brillo. No hace tantos años, por estas fechas en que la Cuaresma da las boqueadas y ya viene lo que viene, ibas por los barrios y era una sinfonía de escaleras, de brochas, de escobillas, de zancos, sevillana rapsodia en blanco de cal de Morón poniendo espejos donde reflejarse pudiera con toda limpieza la luz de primavera que llegaba. Y esos zócalos de almagra, que eran como un heraldo de la primavera. Y esa calamocha, tan taurina y tan barroca. Cal, calamocha y almagra escribían en las paredes el palimpsesto de la primavera: «Por aquí pasó Pilatos haciendo garabatos con la mano izquierda...».

El Postigo es mucho Postigo, y los del Arenal que allí empieza somos como albaceas de El Pali y de Juana Goyguru y de Adolfo Cuéllar y de Florencio Quintero, que cumplimos su manda testamentaria de darle gloria pura. Que empieza por la brocha y la calamocha cada Semana Santa. Ocurría con los desconchones del Arco como con la bandera del cernudiano Cuartel de Ingenieros en La Borbolla, que estaba una vez más negra que un tizón. Y hablando con Agustín Muñoz Grande, aquel caballerazo que tuvimos de capitán general, me atreví a decirle un día:

—-Mi general, que entre los honores debidos a la bandera de España figura también el de meterla de vez en cuando en la lavadora, ¿eh? ¿Usted ha visto la mierda que tiene la del Cuartel de Ingenieros?

La lavaron y la escamondaron. Y el Arco del Postigo, igual. ¡Estaba de desconchones! Una forma de rendir culto a nuestra Pura y Limpia del Postigo es pegarle un blanqueo de calamocha importante a su Arco cuando llegan estos días. Pensando en sus cien gramos de Catedral mejor despachados en el mostrador de Trifón (que vive al lado, en El Barril de la calle Aduana), y pensando también en lo que ha de pasar por allí: El Gran Poder, la Esperanza de Triana, El Cachorro, el Cristo de la Buena Muerte, La Piedad del Baratillo... ¡Vamos, cuatro cruces de mayo por un sitio sin paladar ninguno! Señor alcalde: para darle las gracias en nombre de la gente del Postigo por el blanqueo del Arco, voy a decirle ahora mismito a Pedro Ordóñez Perlacia que esta Madrugada le invite, al pie del escudo de Sevilla que puso su antecesor el Conde de Barajas, a ver pasar al Gran Poder desde la Pura y Limpia. Mejor retablo que la fugacidad de la reluciente calamocha del Arco no tiene en todo el año el Señor de Sevilla.

 

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