ANTONIO BURGOS | ANTOLOGÍA DEL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  28 de enero de 1981
                             
 
Rafael Franco Rojas

Viene muchas mañanas por el periódico a traer viejas fotografías de capataces y costaleros, y echo muy buenos ratos con él. Es Rafael Franco Rojas, el maestro de capataces de Semana Santa, el que creó aquella cuadrilla de palio que ya ha pasado a la historia y que se llamaba «de Los Ratones», por la baja estatura con que Rafael buscaba a sus hombres para calzar los pasos de Virgen.

Viene muchas mañanas Rafael Franco, ya arrastrando los pies por el peso de los años, en el más respetable de los pasos racheados que nunca podría haber visto, y cuando se va por ese pasillo me parece, así de lento, de señorial que avanza con su traje negro, que va en la delantera de un misterio o de un Crucificado, serio, sin mirar a nadie, y que de un momento a otro se va a parar, va a volverse y va a ordenar con voz serena, pero enérgica:

-—Arriando los cuatro zancos por parejo...

Viene muchas mañanas Rafael Franco Rojas por el periódico, y hablamos de las cosas antiguas de la Semana Santa, y le animo a que no deje sin escribir cuantas historias sabe, que te las cuenta y ves las cuatro esquinas del mágico juego de la historia de Sevilla:

-—¿Tú sabes quién enseñó a mi padre a llevar pasos?

-—¿Quién, Rafael?

-—Pues un capataz que se llamaba Francisco Palacios... ¿Y sabes quién era ese Palacios?

-—No, Rafael...

-—Pues el abuelo de El Pali, de allí de tu barrio, del Postigo...

Animo cada vez que hablamos a Rafael Franco a que escriba, quizá por medio de su hijo, estas historias de los viejos capataces, del mítico Tarila, cuando Ariza el Viejo iba con su padre de contraguía; de aquel patero que fue comandante del Ejército de la República y que se llama Salvador Dorado, y le dicen «El Penitente», que evitó que las hordas del Frente Popular quemaran al Cristo del Cachorro el 18 de julio de 1936 y que se salvó con el aval de un cura de Triana... Esto de Salvador no me lo ha contado Rafael Franco, pero él sabrá las mil y una historias aún no conocidas de esta Sevilla que tan simbólicamente va debajo de los faldones. Es una lástima que Ortega no viera un paso. El esfuerzo debajo de los faldones, el esfuerzo que no se ve, del que nunca se ha alardeado hasta ayer por la mañana, hubiera sido para su teoría andaluza una confirmación de lo que llamó el sentido púdico del trabajo.

Y en este mundo sevillano de faldones abajo y trajes negros del capataz en la delantera, se me aparece Rafael Franco como un Antonio Mairena de las cuadrillas. Antonio Mairena dignificó el cante, lo llevó a los conservatorios, sacándolo de las borracheras de los reservados de Villa Rosa. Cuando hablo con Rafael Franco y escucho no sólo su afición por la tradición que atesora, sino el respeto con que habla de su oficio, pienso que es como un Mairena, que dignificó cuanto Sevilla antes despreciaba, «la gente de abajo», y es todo un símbolo de la ciudad y de su evolución social que ahora la «gente de arriba», de muy arriba, goce haciendo el papel de «gente de abajo».

Y como creo que estas cosas no se habían dicho hasta ahora de Rafael Franco, aquí las pongo para hacerle justicia de sevillanía. Porque es una triste ley que estos sevillanos son los que la ciudad suele condenar al silencio, estos sevillanos serios y hasta un poco tristes que nos ofrecen la alegría del orgullo en su trabajo.

 

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