ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 8 de diciembre de 2016
                             
 

El capitán ciclista de La Capitana

La de Francisco Javier Cabeza por culpa de un niñato borracho y drogado en la avenida de Montes Sierra ha sido algo mucho más triste, cercano, sentido, absurdo que "La muerte de un ciclista" de Bardem. Ha sido, ay, una película real, con un final que honra a su familia: ¿cuántas vidas habrá salvado la donación de todos sus órganos, cuando ya estaba en muerte cerebral tras el atropello al amanecer, cuando Francisco Javier entrenaba en la afición de sus amores, como tantos fines de semana se iba con su bicicleta a su pueblo, que la morena Mariánica escolta con las dos que llevan nombres de los cuatro elementos: la Sierra del Agua y la Sierra del Viento?

Aunque no tuve la dicha de conocer a Francisco Javier, sí me sonaba de Guadalcanal, y mucho, el apellido de su familia y su afición por la bicicleta. Al comentar su muerte, que clama justicia, se ha recordado la tradición ciclista de Guadalcanal. Él la puso al día y extendió. En Guadalcanal hubo siempre una gran afición a la bicicleta. Dicen que algunas habilidades humanas son "como montar en bicicleta, que nunca se olvida". No, de lo que no se olvida nunca uno de verdad es de dónde aprendió a montar en bicicleta, y quién le enseñó. Con la muerte de este esforzado ciclista yo he recordado de pronto que aprendí a montar en bicicleta precisamente en su pueblo, en Guadalcanal, las tardes de veraneante en las que Jesús Manuel Rivero, con su pequeña bicicleta, nos lanzaba cuesta abajo del Coso al macareno doctor don Francisco Fernández Palacios, luego director del Centro Regional de Transfusión de Sangre y a servidor. Allí aprendimos a montar en bicicleta entre porrazos y rodillas desolladas. Por lo que, al aprobar cualquier curso, tuvimos la nuestra de regalo, y nos incorporamos a las pandillas ciclistas de Guadalcanal.

Si Sevilla es una ciudad "llana como una mano abierta" que decía Pedro Salinas, ideal para ser andada, Guadalcanal es un sueño de cuestas para las bicicletas de montaña. En nuestras pesadas bicicletas de paseo, en la BH, en la Cil, la Orbea, intentábamos subir aquellas cuestas que para nosotros eran como el Tourmalet de Loroño o Bahamontes: la Cuesta de la Estación, la Cuesta de la carretera de Malcocinado, la Cuesta de la Cruz del Puerto, la Cuesta de la Legua, la Cuesta de los Molinos... O la Cuesta del Gallo en la carretera de Cazalla, que eran ya palabras mayores y sólo vencía aquel Blandez que era él único que en todo el pueblo tenía una bicicleta...¡de carreras y con cambio de piñones!, y que se iba un día a Llerena y el otro a Azuaga, mientras nosotros lo más lejos que llegábamos era a Alanís. Cómo sería esta tradición de la bicicleta en Guadalcanal, que teniendo el muy emprendedor José María Rivero en la calle Santa Clara una fábrica donde hacía polos helados, barras de nieve, gaseosas y sifones, era "José María el de las Bicicletas", por las que nos arreglaba o por las que en su taller montaba, comprando las piezas sueltas a Gaitán o directamente en Eibar.

Francisco Javier Cabeza recogió esta tradición y la engrandeció. Ya en la época de las bicicletas de montaña, descubrió la belleza de ascender por los caminos rurales de la Sierra del Viento, la subida a La Capitana, junto al solitario Pino que era como un emblema heráldico de Guadalcanal cuando lo veíamos al llegar en el tren. Cabeza organizó con el nombre de La Capitana el ciclista Circuito Provincial XCM, que corría con su equipo de Fernando Torres Probike, con un trazado entre Extremadura y Andalucía, y que llegó a tener 1.500 participantes. Ahora ese Circuito, que ojalá la Federación incluya con valor nacional, llevará su nombre. El Memorial del capitán ciclista de La Capitana. La sierra altísima de los cielos más limpios, el mejor observatorio natural de un estellerío impresionante, reconocido así por la Unesco. Yo, que subí tantos veces andando a La Capitana, sé ahora que cuando este verano miremos las estrellas desde la Sierra del Viento, una de ellas, de inextinguible luz, será la memoria del ciclista Francisco Javier Cabeza, orgullosísimo de ver desde el cielo cómo consolidó la tradición de la afición de Guadalcanal a la bicicleta.

 

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