ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 20 de diciembre de 2016
                             
 

La asaltacapillas no viene a Sevilla

Ea, arsa, toma: hoy, hasta con el título en verso, como en una antañona tarjeta de aguinaldo. Me lo ha dado hecho Mercedes Benítez, con su documentado y completo reportaje sobre la Iglesia católica y las otras confesiones religiosas, cerca de cien, que hay en Sevilla. En lo que me acuerdo del betunero que le estaba lustrando los zapatos al pastor evangélico de la iglesia de la calle Relator, la más clásica e histórica de las protestantes en Sevilla; la más atacada y puesta en cuestión en los tiempos del Cardenal Segura, a los que el sobrino cura progre de San Manuel González les puso de mote "el nacional-catolicismo". Estaba el limpia allí con su crema Tractor, su frasco de dandy y su cepillo, dale que te pego, y en la charlita el pastor protestante trataba de convertirlo a su religión, invitándolo a que un domingo fuera a su templo. Hasta tal punto se emperraba el pastor protestante con el betunero que, ya harto, le dijo:

-- Mire usted, si yo no creo ni en la Iglesia Católica, que es la verdadera, ¿cómo voy a creer en la suya de usted?--

Como esta Sevilla tiene dos caras, cuando en Sevilla había betuneros y no eran considerados un oficio infamante que debía desaparecer (como ha desaparecido), el otro rostro de Jano de esta historia lo he vivido muchas veces en la Cafetería Coliseo. Allí donde tenía su sede la sabia tertulia de don Manuel Olivencia, don Jaime García Añoveros, don José Acedo Castilla y otros ingenios jurídicos de este Reino, iba yo a limpiarme los zapatos muchas mañanas con un betunero gitanito la mar de simpático. Que era al revès de la historia: evangélico, de los que llaman "aleluyas". Y mientras me lustraba no cesaba de repetir:

-- Que Jesús le colme de bendiciones, don Antonio. Jesús es lo más grande,¡aleluya!

Pues nada, a responder "aleluya" al betunero del Coliseo se ha dicho. Le pagabas en aleluyas lo que te ahorrabas en propina. Y al final, siempre el proselitismo:

-- Tenía usted que venir un día a nuestra iglesia de la calle Guitarra, don Antonio, vería usted la grandeza de Jesús, ¡aleluya!

Como el otro con la Iglesia Católica como verdadera, estuve por decirle muchas mañanas al limpia calorró: "Si ya veo la grandeza de Jesús cada vez que voy a San Lorenzo, ¿para qué voy a tener que llegar hasta la calle Guitarra?". Pero no se lo dije nunca por respeto. Que es el que aquí en Sevilla, gracias a Dios, sobra para las otras confesiones religiosas y para la fe de los demás. Cuando he visto en el reportaje de Mercedes Benítez que hay una iglesia evangélica en la calle Casiodoro de Reina precisamente me he acordado de la gran labor que hizo en Sevilla el cultísimo pastor evangélico don Gabino Fernández Campos, historiador de los heterodoxos hispalenses, que fue el primero que nos descubrió la otra cara de los monjes de San Jerónimo que huyeron de la Inquisición río abajo o nos mostró la grandeza de la Biblia del Oso.

Ya saben mi tesis de que las ciudades tienen su ADN. Y Sevilla lleva en el suyo el de la convivencia entre religiones. No hay más que ver las lenguas escritas en el sepulcro del Santo Rey. O la coexistencia de la ciudad del Giraldillo como Triunfo de la Fe con el barrio de la Judería y con la Morería. En Sevilla hay 125 templos católicos. Visto desde otro lado, donde quiero llegar, aquí la sinvergüenzas de la asaltacapillas Rita Maestre tendría templos para hartarse. Podía ponerse la tía con las glándulas mamarias al aire en 125 iglesias distintas. Para que luego le impusieran una multa de nada y encima la acabara absolviendo en superior instancia un juez berrendo en podemita que ya dejó irse de rositas a los que le hicieron un escrache a Soraya Sáenz de Santamaría y a su niño chico. Pero aquí en Sevilla la Maestre no se atrevería, ¿qué digo yo a enseñar las tetas como ofensa a nuestra fe? Aquí, en cualquier de los 125 templos sevillanos, esa tía no se atrevía ni a enseñar el "Hola" de esta semana. A pesar de la tolerancia histórica o precisamente por ella, ¡menuda manta de bofetás le iba a caer encima! Aunque luego el juez filopodemita de turno condenara...a los abofeteadores, naturalmente. Eso ya aquí se está poniendo así. Desgraciadamente.

 

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