ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 14 de enero de 2017
                               
 

Un fin de raza

Cuando la pena nos alcanza porque sabes que este texto, ay, ya no lo verá quien devota y cariñosamente leía tu recuadro todos los días, es muy difícil escribir. Tal me ocurre hoy con un gran señor de Guadalcanal, del campo andaluz, de la sierra sevillana, de la campiña extremeña, que se nos acaba de ir: don Juan Rivero Cerrato. Me parecía salido de la "Historia de una finca" de los Hermanos Cuevas; o de una Tercera de Pemán sobre los saberes del campo; o de una gatopardesca novela de Manuel Halcón. A Guadalcanal se le ha muerto su último noble caballero; un comendador, si no de la Orden de Santiago, sí del Mérito Agrícola. No lo dijo el cura en su entierro en la parroquia de Santa María; me lo dijo el barbero, cervantinamente. Sergio Martínez me puso un mensaje: "Don Antonio, sabrá que esta tarde entierran a don Juan Rivero Cerrato, para mí el último caballero de Guadalcanal". Para el cura, para el barbero, para el historiador Ignacio Gómez Galván, para mí, para todos. Hasta para la señora que me decía cuando sacaban la caja que lo llevaba camino del cementerio de San Francisco, como en un romance recogido por Micrófilo:

-- Me dejaba sorprendida, porque siempre que me cruzaba con él por la calle, se quitaba el sombrero para saludarme.

No se estila. Ya sé que no se estilan estos viejos caballeros del campo andaluz, fin de una raza, de un tiempo, de unos valores, como los que se han ido con Juanito Cerrato. Llevando tierras propias y ajenas, tenía más horas a caballo que horas de vuelo el más veterano piloto de Iberia. Yo no sé la de lanróveres y coches de turismo que reventó haciendo kilómetros de madrugones de romana y herraderos por esas fincas que llevaba no en los ordenadores ni en las libretas, sino en la cabeza. Se sabía términos municipales enteros, Catastros completos. Le preguntabas por una finca y te decía de quién había sido y de quién era, con quién lindaba, con qué ganado se arruinó un dueño o con qué cultivos se enriqueció otro. Tuve la dicha de subir a Guadalcanal hace poco exclusivamente para almorzar con él porque, enchufado al oxígeno, temía que Juanito Cerrato nos iba a durar poco. Sé que le di una gran alegría. Y él me dictó una lección de Andalucía profunda y verdadera. Ya digo, "Las cosas del campo" de Muñoz Rojas hechas empresario agrícola y experiencia. Y aficionado viejo a los toros, abonado de Sevilla, con gusto, con juvenil curiosidad por todo lo nuevo; hasta hablamos de López Simón y de Roca Rey.

Y bajo aquella reciedumbre de botos, gorra y pelliza, una elegante delicadeza. Intimo amigo de mi suegro Daniel, huérfano de padre por la guerra como él, había sido testigo de Isabel en nuestra boda. Y cada 5 de noviembre, como un ramito de violetas o mejor de lirios peregrinos de las cañadas reales, me llamaba: "Que le des mi felicitación a la jefa de tu casa en vuestro aniversario de boda". Juan Rivero fue huérfano desde muy pequeño. Su madre murió siendo un niño. Luego, los milicianos del Frente Popular mataron a su padre antes que el Comandante Rodrigo liberara el pueblo. Pero nunca le escuché una palabra de odio contra nadie, ni resentimiento contra el bando asesino de su padre. Me hablaba mejor de la vida, de sus amigos, de los grandes apellidos del campo de Sevilla o de Jerez, y en sus palabras salía medio elenco de lo mejor de Andalucía de la dehesa y del regadío, ¿verdad, Carlos Oriol?

Verán que la pena me alcanza. Como alcanzó a su campo de Guadalcanal para despedirlo, mientras doblaba la campana de la muerte en la isabelina torre de Santa María. La sierra se vistió de luto con su mejor cielo color flor de romero; y el atardecer se pintó con su mejor paleta de violáceos y rosas. Como una corona de flores en memoria de quien con tanto amor cuidó aquel campo. Por la sierra de Cazalla, los cochinos estaban engloriados en la montanera y las ovejas pacían todo el verde de esos campos que tantos amaneceres recorrió Juan a caballo. Su tierra le decía adiós a quien tanto la mimó para que creara riqueza. Un caballero fin de raza. De los que ya no quedan. Comprendan que la pena me alcance al pensar, ay, que ya no me va a llamar Juan Rivero desde Guadalcanal: "¡Óle tu entrepierna, Antonio, por el artículo de hoy!"

ENTREVISTA A JUAN RIVERO CERRATO EN ABC (1977), SOBRE LA INTRODUCCION DEL VACUNO DE CARNE EN LA SIERRA NORTE DE SEVILLA

 

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