ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevlla, 6 de abril de 2017
                               
 

Espartos

Si dije que la mejor forma de ayudar y proteger al comercio tradicional es comprar en sus establecimientos antes de tener que lamentarnos de su cierre, hoy digo que hay que echarles una mano a los oficios clásicos que están desapareciendo, encargando trabajos a sus maestros. La otra tarde, en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, al presentar el divertido libro "La soldada rasa" de don Pablo Gutiérrez-Alviz, don Manuel Olivencia recordaba dos viejos pregones de Sevilla: "¡Mantillo pá las macetas!" y "¡Niña, el afilaó!". ¿Y zapateros remendones? ¿Quedan en Sevilla zapateros remendones, con su minúsculo y utilísimo taller bajo el hueco de una escalera, en una accesoria, en el cuchitril de entrada a un corral? Igual que las grandes superficies están acabando con los comercios tradicionales, a los remendones se los está cargando un señor casi multinacional que hay por las grandes superficies y que atiende al nombre extranjero, como el marinero de "Tatuaje", de Mister Minit. Pero ni Mister Minit te echa unas medias suelas cosiéndolas con mucho arte, ni sabe manejar la lezna, ni con el sacabocados te hace dos agujeros más en la piel del cinturón que con los kilitos dichosos se te quedó chico. Ni Mister Minit te habla de cómo está nuestro Betis de malamente, ni tiene en la pared un almanaque con la cara de una Virgen que nada más verlo te emociona. --

Razones todas por las que soy asiduo cliente de Don Ángel, bético y serrano de Constantina, el zapatero remendón de nuestro barrio, que a pesar de que procede de Mister Minit, pues es el que estaba debajo de la escalera mecánica de las antiguas Galerías Preciados de La Magdalena, tiene en su taller de junto a la plaza de Rafael Salgado todo el sabor antiguo de este oficio que hay que proteger. Lo mismo te cose ese zapato viejo tan cómodo al que le tienes tanto cariño que te resistes a darle el partido-homenaje y jubilarlo, que te arregla la cremallera de una maleta con ruedas de llevarla en cabina del avión. Y cuando es algo de mayor cuantía, por decirlo en términos del cercano Hospital Virgen del Rocío, lo "deriva". Lo "deriva" a Garcigó:

-- Esto es mejor que se lo lleve usted a Garcigó, en la calle Orfila, que es donde ahora funciona El Rápido Americano.

Fui la otra mañana a comprarle un bote de crema de betún autobrillante, portuguesa, magnífica, que sólo mi admirado remendón vende. Y me lo encontré lo más sevillano que se puede en estos días: con dos cinturones de esparto sobre su mesa de trabajo. El taller olía a cofradía de negro. Casi se escuchaban los pitos del Silencio, cuando, aguja de zapatero en mano, me dijo:

-- Aquí estoy con liado con las correíllas de estos dos cinturones de esparto. Este está ya terminado. Era de un padre que ya no sale, y hay que ponerle las correíllas más dentro, a la medida de la cintura del hijo, que lo ha heredado. Y este otro es para repasarle las trabillas de las correas. En lo que llevamos de Cuaresma lo menos llevo ya arreglados veinte o treinta espartos.

Y allí, sobre la mesa del remendón, en los cinturones de esparto, ¡estaban tantas horas de goteo de la cera del cirio, de parones, de emociones, de rezos del rosario por la calle Sierpes, de rodillazos en la Catedral, de cansancios a la entrada! Tanta Sevilla... Uno de los cinturones no tenía rastro alguno de cera del cirio al cuadril en su trabilla como de cabo marinero:

-- Es que este señor siempre va de penitente con una cruz en el Cristo de los Estudiantes.

El esparto. Nuestro penitencial esparto, que cuando se echan encima las calores se hace esterón para quitarnos la flama de los balcones. Y suena la sevillana antigua: "El hijo del Espartero/se quiere meter a fraile". Pero no se metió. Ni a torero como su padre. Sentó plaza de La Alfalfa en la espartería de la familia. Concretamente, en la esquina con la droguería de Silva, el suegro de Pepe Luis Vázquez. Allí me han dicho los duendes de Sevilla que inventó la fórmula magistral que hace que el esparto de los esterones del verano huela ahora a primavera y a penitencia en los cinturones de los nazarenos de cola y cirio al cuadril.

 

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