ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevlla, 7 de abril de 2017
                               
 

Vencejos de vísperas

Si Paco Robles hiciera una edición ampliada de sus "Tontos de Capirote", seguramente tenía que dedicar a servidor de ustedes un capítulo entero. Para lo cual no tiene más que desarrollar cuanto aquí voy a esbozar en los dos brochazos de unos teclazos. Señores, sí: tienen ustedes toda la razón del mundo, como la tendrá Micer Robles si me dedica ese capítulo: soy el Tonto de los Vencejos, para qué nos vamos a engañar. Y para lo que gusten mandar. Y a mucha honra. Me he hartado de escribir para ponerlos a la altura lírica de los naranjos en flor como heraldos de la primavera y, ya en mayo, en puertas de las calores del verano, hasta los he hecho debutar con caballos en las novilladas del Arenal, cuando pasan sobre el pisoplaza como un bravísimo toro de vuelta al ruedo, arrastrando el hocico por el albero. Me acuso, padre don Gustavo Adolfo, que casi he mandado a los albañiles a las golondrinas de las Rimas de vuesarced y a sus nidos colgados de los balcones de la Casa de los Bucarellis en la calle Santa Clara. Como "excusatio non petita", acusación manifiesta, diré que quien hizo fijarme en los vencejos de los cielos que perdimos fue mi querido e inolvidable Manuel Ferrand, que cuando quedaron paradas las obras de la Torre de los Remedios en la avenida de la República Argentina de su barrio de Los Remedios, "Con la noche a cuestas" nos dejó páginas antológicas sobre la que llamó "La Torre de los Vencejos".

Los vencejos llegan, como la cigüeña de la chimenea de las Atarazanas, para anunciarnos que ya falta menos para que esto ya esté aquí. Son como el definitivo clarinazo para el último tercio de la primavera de Sevilla, cuando la ciudad coge los avíos de matar: de matarnos el alma a bellezas soñadas o imaginadas o vividas. Siempre los vi llegar a la Catedral, rondando a la Giralda como a una novia. Pero este año he visto en un lugar para mí insólito la llegada de los primeros vencejos, tras su largo viaje africano del invierno. La primera patera de los vencejos ha quedado varada este año en Heliópolis, y los he visto desembarcar con sus sonidos inconfundibles en los aleros del Gol Norte del Campo del Betis. ¿Que aparte de toreros del Arenal se nos han vuelto ahora aficionados a la pelota estos vencejos sevillanos, como socios del Villamarín? Puede parecer. Pero los duendes de Sevilla me lo han aclarado. Igual que hay benditas y beneméritas cofradías de vísperas y cofradías de nómina de la estación de penitencia a la Catedral, hay también vencejos de vísperas. Son los que este año he visto llegar los primeros a Heliópolis, cruzar el alto cielo de la amanecida del tiempo de la luz.

¿Que vienen al fútbol? No, ni aunque sea al Betis. ¡Para vencejos está nuestro desvencijado Betis! ¿No, pregonero García Reyes? Estos tempraneros vencejos de vísperas que he encontrado por Heliópolis venían para coger sitio para ver salir de la iglesia del Claret a la cofradía del Cristo de la Misión y para contemplar desde la altura su encuentro en la Calle de la Amargura con la Virgen del Amparo. En cuanto vieron que la mercería del arranque de los soportales de Reina Mercedes ya tenía puesta en el escaparate su túnica blanca con el escapulario azul cielo velazqueño, se dijeron en los lejanos parajes de su destierro invernal: "Ea, ya mismito estamos en Sevilla. Y este año, en Heliópolis, que hay que hacerle la competencia al aroma de esos naranjos que hay por las calles del Sector Sur que llevan nombres de los mismos vientos que allí nos llevarán". Y se vinieron. Y llegaron. Y yo los vi estrenarse en el aire de Sevilla, locos de contentos de volver a su tierra, de empezar esta tarde a oír tambores y cornetas, de ver alzarse por parejo, en un repeluco de fuerza, los cuatro zancos de un paso. Naranjos en flor, aroma de la noche, vencejos del atardecer, alta luna que va llenando su marea para la gran pleamar del Jueves Santo... La suerte está echada. La suerte de vivir en esta ciudad de los vencejos, literarios heraldos de la primavera y de la Semana Santa, y causa de nuestros sentimientos "con la pena cabal de la alegría".

 

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