ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 18 de abril de 2017
                               
 

Pedir la llave a pie de palco

España es la tierra del libro de reclamaciones. Reclamaciones para nada. Para aliviar momentáneamente el cabreo, casi siempre justificado, de quien las escribe y que nadie sabe nunca qué destino tienen y si sirven de algo. No hay modestísimo bar que no exhiba su cartel obligatorio que anuncia que el establecimiento tiene a disposición de los clientes hojas de reclamaciones. Que a veces sirven para lo que los rollos de papel Scottex que anuncia por la tele ese perrito peluchito tan simpático.

No sé si en la Plaza de los Toros de Sevilla hay libro de reclamaciones. Pero la temporada pasada, por estas fechas de sus inicios, hubo un tío mijitas que hizo una reclamación ante la Junta y ocurrió todo lo contrario de las dudas arriba expuestas: que la Delegación de Interior de la Junta se cargó una tradición centenaria de la plaza del Arenal. Quizá la única del mundo donde, una vez roto el paseíllo, al alguacil más veterano le abren la barrera de la Puerta del Príncipe y a caballo entra hasta los mismos pies del palco presidencial, desde cuya barandilla de piedra el usía le tira la llave simbólica de los toriles. Llave anudada con una cinta con los colores de la bandera de España, óle, y que el Trigo o el Zulueta o el de la generación familiar de turno en esta tradición recoge en su destocado sombrero, tras lo cual sale al ruedo otra vez y en unión de su pareja se dirigen derechos a los chiqueros, donde la entregan al torilero más elegante de España: nada de ir disfrazado de banderillero con un ajado traje de luces como el llamado "chulo de toriles" de Madrid, sino un caballero en plaza de traje y corbata con la reglamentaria gorra de plato del personal de la Empresa Pagés.

En la temporada pasada no sé qué paso con el caballo del alguacil que pide la llave, si se asombró o qué, pero el caso es que se echó encima de alguien que entraba tarde y con prisas por la Puerta del Príncipe (la de pintar la mona y salir en las fotos), ya a paseíllo terminado, y fue el tío y protestó ante la Junta. ¿Y qué hizo la Junta, como aquí conté en su día? Pues acabar de un plumazo gubernativo con este rito sevillanísimo, prohibiendo que el alguacil entrara a caballo a pedir la llave.

Gracias a los buenos oficios y mejor tacto del teniente de hermano mayor de la Real Maestranza, al empresario don Ramón Valencia y a la comprensión de la omnipotente Junta, la cuestión, gozosa cuestión, es que tengo que anunciar, señores, algo en lo que casi nadie se fijó el domingo en la plaza: que el alguacil, a caballo, ha vuelto a entrar a pedir la llave al presidente a pie de palco, como siempre se pidió en Sevilla. Y que sea por muchos años. Si en la plaza propiedad de la Real Maestranza de Caballería, conservatorio de tradiciones al igual que las cofradías, no se mantiene el patrimonio inmaterial de los ritos de Sevilla, ¿quién los va a preservar? Como digo también que, señores maestrantes, guarden para mejor ocasión abrir el Palco del Príncipe, con su repostero de las armas reales, a una Infanta de España como Doña Elena, la que heredó el taurinismo y la sevillanía de su augusta abuela Doña María de las Mercedes, que tuvo que ver la corrida del domingo en el rebujón de Villa Gañote, o sea, desde el palco de convite del teniente del Real Cuerpo. Como me pareció un feo espantoso que ninguno de los tres diestros actuantes le brindara un solo toro a Doña Elena, egregia aficionada que, junto con Don Juan Carlos, es como la oficial de guardia de la Casa Real para la defensa de la Fiesta Nacional. Creo que una Infanta de España es bastante más que un premio Nobel a la hora de elegir a quién pegarle un sombrerazo, ¿no?

Pero lo importante es que en esta ciudad despersonalizada, degradada y envilecida, aniñatada, que ha perdido las llaves, matarile, que abren su esencia hemos recuperado al menos el rito de pedir la que el Domingo nos abrió la temporada en el templo del patrimonio inmaterial de los ritos de la Tauromaquia.

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