ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 23 de abril de 2017
                               
 

Las dos Españas del 92

 De la tumba donde Larra hizo descansar a media España, víctima de la otra media, a las que habían de helar el corazón al españolito que venía al mundo en el poema de Machado, den ustedes por mentadas, que lo harán mejor que servidor, todas las citas sobre las dos Españas. Que siguen existiendo. No sólo las que decía Valle Inclán que dividía el Tajo, sino que ahora advierto que la frontera fluvial ha sido colocada algo más arriba, en el Ebro: la España que quiere serlo y la que no. Acabo de verlo clarísimo en el mapa y en el almanaque. Se han celebrado en Sevilla con arroz y gallos muertos los 25 años de la Exposición Universal de 1992. Aquel año que puso a España más todavía en el mundo, más cerca, con la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Recordamos hasta su banda sonora, que no tenía nada que ver con las canciones sobre Sevilla compuestas para la ocasión para que las cantaran Julio Iglesia y Plácido Domingo, sino que ha quedado para los restos, como un cartel turístico con música, aquel "¡Barcelona!" del dueto inolvidable entre Freddie Mercury y Montserrat Caballé. El mundo se quedó con la copla, con el "¡Barcelona!" de Mercury y de la Caballè, y así está aquello desde entonces: hasta la corcha de turistas y de cruceros dándose codazos para poder atracar en el muelle.

Hablando de coplas, ¿recuerdan la de Rafael de León que canta que en Sevilla hay una casa y en la casa una ventana? Bueno, pues Sevilla ha tirado por esa ventana la casa de la generosidad de las celebraciones en memoria de los fastos exposicionales de 1992. Los que se le ocurrieron a Don Juan Carlos en un memorable discurso en Santo Domingo, donde convocó a España a la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. Con ayuda del ahora olvidado y denostado don Manuel Prado y Colón de Carvajal, el Rey instó al Gobierno a poner en marcha, y en menos de horas veinticuatro, la que habría de ser para Sevilla la gran ocasión que vieron los siglos en 1992 y que sirvió para modernizar la ciudad, hacer un nuevo aeropuerto, más puentes sobre el Guadalquivir, rondas, avenidas. No se me caen los anillos por reconocer que el sevillano Felipe González, a la sazón presidente del Gobierno del PSOE, tomó como asunto propio la Expo del 92 y se trajo a su tierra hasta el primer tren de alta velocidad, que primitivamente iba a ser el TAV y acabó siendo el AVE, la Alta Vecindad Española: la velocidad que llevaba nuestra nación entonces, y de cuyo primer viaje Madrid-Sevilla también se conmemoraron el otro día los 25 años.

Todo esto ocurría en Sevilla. En Sevilla, donde gusta un aniversario más que un entrevistado de Podemos a La Sexta, se ha recordado por todo lo alto el 92. Ha sido en una de las dos Españas del 92, que ya dijimos que fueron Sevilla y Barcelona. Donde el Estado se gastó sendas millonadas, no sé si más en Barcelona que en Sevilla o viceversa. A Barcelona la pusieron de dulce con dinero público. Y Barcelona, mientras tanto, ¿cómo ha celebrado los 25 años de su Olimpiada y de la renovación y lanzamiento universal de la ciudad que supusieron los Juegos? Pues de una manera más que lamentable: sin acordarse de absolutamente nada de lo que el Gobierno de la Nación hizo por ella; ni de los dineros que se gastó en embellecerla y en rehacer todo su borde marítimo; y queriéndose ir de España cuanto antes, por medio del que llaman "proceso", erre que erre con la convocatoria del referéndum separatista para la independencia. Del 92 acá, Sevilla se ha hecho mucho más española, como siempre lo fue. Por el contrario, Barcelona no quiere ser España. Aplaudieron allí a Don Felipe en 1992 cuando llevaba la bandera de España en la inauguración de la Olimpiada. Ahora queman esa bandera y la foto de aquel real mozo que es venturosamente el Rey de España. Y como no hay Casera, ¡nos vamos!

 

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