ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 16 de mayo de 2017
                               
 

Impaciencia ante el Corpus

Sevilla, ciudad novelera. Todos de acuerdo. Y barejemos, bajo el escudo de la ciudad que el Conde de Barajas mandó poner intramuros en el Postigo del Aceite; no para presumir de Sevilla ante los que entraban desde un Arenal indiano y virreinal, sino para que los de dentro nos convenciéramos de las grandezas que atesorábamos. Barajemos, y echemos una carta de naturaleza más sobre Sevilla: ciudad novelera, sí; pero también impaciente. ¿Impaciente por novelera o novelera por impaciente? Vaya usted a saber. Doy un ejemplo. En cuanto pasa la carroza de Baltasar en la Cabalgata de los Reyes Magos y se celebra en San Lorenzo la función principal de El Que Todo Lo Puede, a comienzos de los primeros repechos de la cuesta de enero, ya estamos pensando en la Semana Santa con cuatro palabras mágicas: "Esto ya está aquí". En Sevilla siempre hay algo que, sin estar, "ya está aquí". Impaciencia se llama la figura. Que a veces es hasta como una nerviosera y "un no sé qué que queda" con los pulsos acelerados ante lo que se avecina. Por no hablar de los relojes cofradieros de cartón de los bares, que te dicen ahora, en mayo, cuando las primeras comuniones, los días que faltan para el Domingo de Ramos.

Pero hay otras impaciencias que no son cofradieras, ni de la primera en La Campana, ni de los quinarios, ni de los naranjos en flor, que cuando llega marzo parece que hacemos un campeonato, sin más premio que la belleza y la sevillanía: quién ha visto el primer azahar y dónde.

Sostengo que igual que hay un largo invierno de alhucema, copa y niágaras de verdina en el Bajante de la Catedral, hay varias primaveras. Está la que tanto esperamos, con tanta impaciencia. Luego hay como una segunda primavera, la de la Feria, que para mí es la que anuncian no los naranjos en flor, sino los cascabeles de los enganches, las primeras moradas jacarandas y el vuelo de los vencejos. Y hay hasta una tercera primavera: la del Corpus, casi la entrada ya de un verano de moñas de jazmines y velas y persianas echadas para el sopor de la siesta, nuestros glacis y baluartes para defendernos de la calor. Esta como tercera primavera de Sevilla tiene también su anuncio, impaciente, novelero, en El Rocío. En las novenas y en las carretas. Es cuando las íntimas novilladas de mayo. Cuando los vencejos toreros bajan hasta el albero. De pronto, en la tarde de la plaza, se escuchan unos estallidos, que suenan desde el otro lado del río: son los cohetes de la novena del Rocío de Triana. El domingo sonaron esos cohetes en la plaza, entre vencejos y cabales en la ladrillería medio vacía de los tendidos. Y adiviné otro signo de nuestra impaciencia por el Corpus: la guayabera del torilero de la plaza, de José Manuel Fernández Bohórquez, hijo del Real Cuerpo de Empleados de la Empresa Pagés, desde hace 11 años a cargo del portón de los sustos y de las respiraciones contenidas con las portasgayolas. Mientras en Las Ventas el que llaman "chulo de toriles" va disfrazado, que no vestido, de luces, como el se pone un ajado vestido de torear para una fiesta de disfraces o una representación de "Carmen", el torilero de Sevilla va elegantemente con su traje oscuro y su corbata. Si no fuera por su gorra de empleado de la plaza, parecería que va a una función principal y no a abrir el portón cuando se destoca ante el alguacil que le trae la llave. Y cuando llegan las novilladas y las nocturnas, con la misma natural elegancia, deja el traje en el armario del cartel de Nuria Barrera me parece y se pone, a la antigua usanza, nuestra etiqueta de verano: su blanca guayabera. "Cubana" le llamamos en la Sevilla que tenía vapores semanales a La Habana. Los cohetes del Rocío de Triana y la guayabera del torilero de la plaza en la intimidad de las novilladas para cabales son los heraldos de nuestra novelera impaciencia veraniega ante el Corpus. Son al Corpus lo que los naranjos en flor al "esto ya está aquí" de los días del gozo. Pues otro gozo, secreto, es esta primavera alta, profunda, que va del Domingo de Resurrección al Corpus, pasando por los balcones colgados con mantones de Manila para La Majestad en Público de la Sacramental del Sagrario.

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